Todor sueña con escribir grandes novelas, desde niño atesora en su memoria las miles de páginas de las decenas de libros que ha consumido con ávida pasión. Hoy está en un paraje remoto, por eso también abriga la ilusión de regresar a casa; en la lejana Yelets lo esperan sus amados padres y hermanos. La llegada de la primavera se acerca y piensa en que pronto los campos reverdecidos se irán cuajando con tímidas flores que se abren al firmamento. Cada día imagina que recorre con prisa los 743 metros que lo separan desde su hogar hasta donde vive Anoushka, su novia. Ella aguarda todas las tardes en la ventana bellamente decorada con los nalechniki típicos de esa ciudad en la provincia de Lípetsk; sus ojos color de miel se lanzan a la distancia intentando mirar más allá de donde alcanza la vista: espera a su amado Todor. El joven, enrolado en las filas del Ejército Imperial Ruso, partió hace meses a luchar en el rincón oriental del mundo: la guerra ruso-japonesa. Todor Kuznetzov, soldado ruso de 21 años, no conoce mayor honroso destino que el de servir a su patria.
En Manchuria, Kuznetzov es uno de los 276 000 hombres de Nicolás II de Rusia que están bajo el mando del general Alexei Nikolajevich Kuropatkin. Durísimas derrotas han comprometido el resultado de esta campaña para los europeos. Todor ha sobrevivido al cruento fuego con el que los nipones han desbaratado los planes del Zar. Cada amanecer le da aliento a la esperanza de regresar a casa junto a los suyos y escribir sobre las vivencias en el frente. Tras el descalabro en la batalla Liaoyang, las tropas zaristas se concentran en Mukden; el 20 de febrero de 1905 se ciñe un cerco sobre los rusos, el 214 Regimiento de Infantería de Reserva Mokshan, es acorralado por un efectivo movimiento de los japoneses, es sistemáticamente es asediado y atacado. Todor Kuznetzov y sus compañeros resisten por once días sin ceder su posición. En la duodécima fecha del sangriento combate la incertidumbre se apodera de los rusos, escasean las municiones; solo hay pertrecho para unas escasas rondas, luego estarán a merced del enemigo.
El fatal desenlace se cierne como una tormentosa nube sobre los Mokshan y el coronel Pyotr Pobyvanets, comandante del regimiento,da la crucial orden: “¡El estandarte y la orquesta, adelante!”… Rápidamente, el director de la banda Alekséyevich Shatrov, junto al resto de los 61 músicos toman la valla de la trinchera y comienzan a tocar enérgicas marchas de batalla. La vigorosa música se riega por el aire, contagiando el corazón de los maltrechos soldados, quienes se arrojan frenéticos al rostro de la muerte. Las cargas se suceden una y otra vez hasta quebrar la línea del Imperio del Sol Naciente, la metralla y el acero filoso de las bayonetas desojan a los bravos rusos como pétalos al viento. El palpitar de la madre Rusia se apaga suavemente en los moribundos corazones de aquellos que se entregan abrazándose a la tierra. Todor Kuznetzov, soldado ruso de 21 años, ve la tibia luz que nubla su mirada, las últimas lágrimas huyen a través de sus ennegrecidas mejillas, cierra sus ojos para soñar con los labios de su adorada Anoushka y se queda para siempre entre la niebla de aquellas sangrientas colinas de Manchuria.
El agónico recurso del 214. Regimiento de Infantería de Reserva Mokshan es considerado un singular acto de gallardía y determinación. De los cuatro mil efectivos que lo conformaban solo van a sobrevivir unos setecientos soldados y apenas siete valerosos músicos no fallecieron en la lucha. El 10 de marzo de 1905 los ejércitos de Japón, al mando del mariscal de campo Oyama Iwao, toman la ciudad de Mukden, los datos de la época arrojan un saldo de 90 000 bajas rusas y unas 70 000 niponas, que fueron el atroz costo de lo que significaría el final de las hostilidades, el preludio del eclipse definitivo del imperio zarista y el surgimiento del imperio japonés como potencia global. Esta feroz batalla fue la última gran acción militar hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial.
El episodio de Mukden elevó a la categoría de héroes a los músicos de la orquesta militar de la Mokshan, sus miembros caídos y los siete sobrevivientes recibieron una altísima condecoración (la Cruz de San Jorge), por otro lado,mientras su director Iliá Alekséyevich Shatrov fue distinguido con la Orden Oficial de San Estanislao. Una vez finalizado el conflicto y de regreso a Rusia, Shatrov decide honrar a sus compañeros con una composición que llegará a convertirse en un símbolo para una nación y una bandera para los ideales: En las colinas de Manchuria.
Para la primavera de 1906 el regimiento había sido trasladado a la ciudad de Samara y allí Shatrov compuso una primera versión que llevaría por nombre Regimiento Mokshan en las colinas de Manchuria, vals que ensalzaba la memoria de aquellos combatientes que dejaron su vida alejados de su hogar. Al poco tiempo, la entrañable melodía gana gran aceptación y se trasforma en un homenaje a la entrega y patriotismo. Siendo reeditada hasta 82 veces en un breve lapso, en ese entonces más allá de las fronteras de su país, la obra de Shatrov es identificada como la canción rusa por excelencia. En 1911 su nombre se acorta hasta como se le conoce actualmente, En las colinas de Manchuria. En pleno conflicto de la Segunda Guerra Mundial, este vals cobró una renovada importancia en medio de esa confrontación sin escalas previas.
Originalmente el vals carecía de letra y posteriormente surgieron algunos textos que harían compañía a la música. El poeta Stepan Gavrilovich (1869-1941) escribió los versos que más se ajustaron al favor del público, ya que sin duda recubre de grandeza el épico capítulo: “…la noche llegó, la penumbra se tendió sobre la tierra, las colinas del desierto se hunden en la bruma… aquí bajo la tierra nuestros héroes duermen, el viento canta esta canción por encima de ellos. Dormid combatientes, dormid un plácido sueño, soñéis con vuestros campos natales queridos, con vuestro lejano hogar paternal, vayamos al encuentro de una nueva vida…”Iliá Alekséyevich Shatrov falleció en 1952, su obra alcanzó la fibra misma de su gente, que asumió su hermosa composición como un reflejo de sí. Las oníricas notas de esta composición revelan en sí mismas parte de la historia de coraje con la que el pueblo ruso ha firmado su transitar en el tiempo.
De la bárbara experiencia de la Guerra ruso-japonesa surgió una de las piezas musicales que sintetiza con mayor expresión lo que significa el honor, la valentía y el amor por su país, sentimientos que expanden la gesta del hombre. Si algo se ha hecho relevante para la posteridad es precisamente la capacidad que alcanza el ser humano cuando su voluntad se sobrepone a toda la adversidad reinante. En las colinas de Manchuria es un sentido tributo a las decenas de miles de jóvenes que entregaron el regalo más hermoso que podían ofrecer: el amor a la madre patria.