OPINIÓN

Subir a la colina

por Rodolfo Izaguirre Rodolfo Izaguirre

Sentí desolación y desencanto cuando escuché a un amigo de años decir públicamente que ganar en buena ley y alcanzar el decanato en la universidad significaba haber coronado una vida de esfuerzos y tenacidades profesionales; haber llegado a la cumbre de la montaña sin percatarse, lamentablemente, de que no ha subido más allá del piedemonte donde quizás lo esperaba el rectorado.

No aspirar al rectorado o a que su nombre figure en alguna importante publicación de prestigio es reconocer, vanagloriar o reivindicar la cercenada medida de sus anhelos, la estrechez de su mirada. Es como escuchar a alguien descerebrado afirmar orgullosamente que niega a Picasso porque “se quedó” en el impresionismo o al general sudamericano que se conforma con serlo y no bregar por la silla presidencial. Un poder mas alto. Es deplorable permanecer anclado en una ideología que sabemos sepultada bajo los escombros del fracaso no solo de su teoría sino de su aplicación en los países que se volvieron perversos y autoritarios y sucumbieron al oprobio que columpia su despótica voluntad no gobernada por la razón sino por algún inesperado capricho.

“Esta mañana, antes del alba», escribió el patriarca Walt Whitmam en Hojas de hierba, «subí a una colina para mirar el cielo lleno. /  Y dije a mi espíritu: Cuando abarquemos esas órbitas y el conocimiento y el goce de cada cosa en ellos, ¿estaremos al fin llenos y satisfechos? / Y mi espíritu dijo: ¡No, una vez alcanzados esos mundos continuaremos mas allá!”.

No otro debería ser nuestro propósito: seguir avanzando por el camino de vida que elegimos, evadiendo todo obstáculo e interferencia, tratando de mantener vivo y ágil un pensamiento propio y la rebeldía que necesariamente debe estar navegando en nuestra sangre. Decir no cuando debemos decir no y decir sí cuando debemos decir sí y no esperar, como esperé yo, a alcanzar los primeros 50 años de edad para poner eso en práctica. Pero cuando llegué a esa edad, lo  primero que hice fue distanciarme del marxismo, del autoritarismo cubano y decirle no al Partido Comunista venezolano. Una decisión tardía si reconocemos que Rómulo Betancourt advirtió muy joven que el comunismo era impracticable en el país venezolano.

La vez que traté de hacer pan en mi cocina la masa quedó tan dura que parecía un arma ofensiva y grité mi frustración: ¡Soy como el Partido Comunista venezolano! ¡No se me dan las masas! Pero cuando en una segunda oportunidad el pan quedó aceptable, sin ser yo adeco de oficio lo llamé Rómulo: ¡Mi pan se llama Rómulo!

De un modo u otro continuamos persistentes y tenaces en la prodigiosa y misteriosa aventura de vivir. Y seguimos en el camino, animados pero cautelosos porque no se trata de llegar a Ítaca y ver sus casas blancas que parecen dibujadas en el cielo, porque Ítaca es el final de la aventura y allí nos espera Penélope que ha estado tejiendo no un chal de alborozos sino el sudario de la muerte. Lo advierten los poetas del mundo (Fernando Pessoa, entre ellos): hay que permanecer en el camino observando la propia existencia y el intenso resplandor que brota de las otras vidas que también transitan por las mismas veredas.

Nuestra obligación es subir a la colina y tocar las nubes; intentar ir mas allá. No anhelar el decanato y afirmarnos en él sino avanzar aún más, equivocarnos o triunfar. Preguntarse uno a sí mismo si está satisfecho y escucharse decir que debe continuar abriendo puertas sin saber qué encontrará al abrirlas. ¡Abrazarnos a lo desconocido! Descubrir que existen maneras diversas para conocernos como si uno mismo fuese un río. Podríamos estudiarlo desde afuera, sin tocarlo. Medirlo, analizar sus aguas, sentir la vida que navega en su torrente. Pero la mejor y más perfecta manera es lanzarnos sobre él y dejarnos llevar hacia ninguna parte como si se tratara de la propia vida y de su indómito caudal.

Y vuelve el viejo Whitman: ”Demasiado tiempo has perdido en sueños deleznables. Ahora lavo la venda de tus ojos. Debes acostumbrarte al brillo de la luz y de cada momento de tu vida. / Demasiado tiempo has vadeado tímidamente de una tabla en la orilla. / Ahora quiero que seas un atrevido nadador, que te lances al medio mar; que reaparezcas, que me hagas una seña, que grites y que riendo, agites tus cabellos”.