Los primeros días de agosto de 1942, el maestro y médico pediatra JanusKorczak (Henryk Goldszmidt era su nombre original), quien había establecido un centro para el cuidado y educación de aproximadamente 200 niños en el gueto de Varsovia, se dirigía con ellos a la Umschlagplatz. El 22 de julio se había iniciado el proceso de desalojo de los guetos polacos, y desde esta plaza –en el caso del gueto de la capital– partían los transportes a los campos de exterminio. Muchos le ofrecieron ayudarlo a escapar, e incluso se dice que las autoridades nazis habrían facilitado su exilio debido a su prestigio; pero él rechazó todas las propuestas de abandonar a sus queridos niños, porque el principio de su vida siempre había sido el cuidado de la infancia. A los trece días de ese hecho el 6° Ejército alemán llega al Volga a las puertas de Stalingrado iniciándose la batalla más importante de la Segunda Guerra Mundial.
No queríamos dejar pasar la fecha para hablar del pedagogo Korczac, al cual dedicaremos en un artículo sobre su diario pero en nuestra columna mensual del Wall Street International Magazine. Al seguir el análisis de la Segunda Guerra Mundial a medida que se cumple el 80 aniversario, los hechos se van sucediendo de manera simultánea y se hace complicado relatarlos en una columna semanal. No basta con identificar los más importantes para la historiografía y la cinematografía, y un buen ejemplo es el mes de agosto de 1942. El Holocausto, la campaña de Guadalcanal y el resto de los combates en el continente asiático; el estancamiento del Frente del Desierto en torno al Alamein; por no hablar de la campaña de bombardeo sobre Europa (al cual le dedicaremos el artículo de la próxima semana) y la Batalla del Atlántico. Pero en lo que respecta al ámbito de lo estratégico militar lo más importante es la ofensiva de verano alemana en el Cáucaso y el río Don; y con relación a ella está el primer encuentro entre sir Winston Churchill y Josef Stalin.
La esperanza que el Nuevo Orden Nazi (con sus consecuencias genocidas) finalice, está en la victoria de los Aliados. Por esta razón Churchill viaja a Moscú, después de haber estado en El Cairo realizando un cambio de las máximas autoridades (del mismo hablaremos la última semana del mes porque el primer ministro volverá a Egipto el 17 de agosto), en los que destaca la elección del mayor general William “Strafer” Gott (7° División Blindada) como comandante del Octavo Ejército británico, pero a los pocos días su avión fue derribado por un Bf 109 y falleció, de modo que su cargo fue asignado al teniente general Bernard “Monty” Montgomery.
El 10 de agosto Churchill sale rumbo a la Unión Soviética (URSS) en el famoso “Commando” (AL504, un B24 Liberator II adaptado para largos viajes y trasladar al primer ministro y su personal, pilotado por el voluntario estadounidense de la RAF: William Vanderkloot) y al relatarnos el viaje dice:
Nos mantuvimos alejados de Stalingrado y la zona de la batalla, lo que nos acercó al delta del Volga (…). Reflexioné sobre la misión que me conducía a este siniestro estado bolchevique al que, cuando nació, intenté estrangular con todas mis fuerzas y que, hasta que apareció Hitler, me parecía el enemigo mortal de la libertad y la civilización. ¿Qué tenía que decirle en ese momento? (…) El general Wavell lo resumió en un poema cuyas últimas líneas eran: ‘No habrá un segundo frente en 1942″. (Winston Churchill, “Capítulo XV. Moscú. La primera entrevista” del “Libro III. La Gran Alianza”, en 1948-1956, La Segunda Guerra Mundial).
Al llegar, el máximo líder británico se sorprende porque “estaba todo preparado con totalitaria fastuosidad”. Conoce personalmente a Stalin, del que dice ser “el gran jefe revolucionario y profundo estadista y militar ruso con el que mantendría, durante los tres años siguientes, una relación estrecha, rigurosa pero siempre emocionante, y a veces incluso amistosa”. Le transmite la “mala noticia” y Stalin no estuvo de acuerdo con dejar para 1943 la invasión al norte de Europa. Mucho menos le convenció el comparar el Tercer Reich con un cocodrilo al cual debía atacarse por el blando vientre (el sur, Italia o Grecia) y no sus fauces y garras (Francia), ni el argumento logístico relativo a la llegada de todo el material y divisiones de Estados Unidos a finales de 1942 y que el clima impedía el desembarco. Lo cierto es que la “inquieta” respuesta de Stalin fue la mejor explicación de lo que vendría con la Batalla de Stalingrado (23 de agosto de 1942 al 3 de febrero de 1943):
Dijo que él veía la guerra desde otro punto de vista. Un hombre que no estaba dispuesto a correr riesgos no podía ganar una guerra. ¿Por qué le teníamos tanto miedo a los alemanes? No lo comprendía. Su experiencia demostraba que las tropas tenían que mancharse de sangre en la batalla, que si uno no dejaba que sus soldados se ensangrentaran no tenía idea de lo que valían (Winston Churchill, ibídem).
El “punto de vista” de Stalin es similar al de Adolf Hitler, ambos son regímenes totalitarios y lo importante son el colectivo (nación, clase o raza) y no la dignidad de cada persona. Su máxima expresión se vivirá en Stalingrado. Desde mayo, comenzamos a dedicarle un artículo por mes a esta batalla, lo cual seguiremos haciendo –Dios mediante– hasta febrero de 2023. Al principio explicamos sus antecedentes, y ante la imposibilidad de publicar en julio, adelantamos la explicación de las importantes decisiones que tomaron Hitler y Stalin (¡perfecto ejemplo de lo que hablamos!). El primero con la Directiva N° 45 del 23 de julio, que establece la captura de Stalingrado como principal objetivo después de la toma del Cáucaso. Y el segundo con la Orden N° 227 del 28 de julio, conocida por su frase “¡Ni un paso atrás!”, subrayada en rojo en el texto original. La última dice que “¡La única causa para abandonar las posiciones solo puede ser la muerte!», a menos que el mando supremo recomiende alguna retirada. Se creaban “batallones penales” (a los “cobardes” se les enviaba a los lugares y misiones más peligrosas) y “destacamentos de bloqueo” (encargados de disparar a los soldados que retrocedan), cuya acción se ve en las primeras escenas de la mejor película sobre la batalla: Enemy at the gates (Jean Jacques Annaud, 2001).
Las películas y documentales son abundantes sobre la batalla. Al buscar en Internet Movie Data Base (IMDB) superan los 200 títulos, pero la tendencia de la mayoría es a resaltar la lucha en la ciudad y en el período invernal (hablaremos de ellos en su momento). La historiografía también es numerosísima, y entre ellas la obra del coronel (retirado) e historiador estadounidense David M. Glantz (ganador del premio Pritzker sobre historia militar en 2020) establece que en Occidente el estudio de la campaña careció hasta el año 2000 (desde 1990 se inicia la llamada “Revolución de los archivos” cuando al desaparecer la URSS se permite el acceso) de un conjunto de fuentes primarias del 6° Ejército de la Wehrmacht debido a que las mismas estuvieron retenidas. A su vez la visión soviética censuró las fuentes contrarias al relato oficial (Stalin y el Ejército Rojo no cometieron errores). Su gran obra The Stalingrad Trilogy (2009-2014) intenta llenar este vacío y demuestra cómo las fuerzas del Tercer Reich llegan debilitadas a la ciudad del Volga. El 14 de septiembre próximo continuaremos esta serie que busca identificar su papel en la Segunda Guerra Mundial y cómo es recordada.