OPINIÓN

Soy un tiempo ajeno

por Rodolfo Izaguirre Rodolfo Izaguirre

Levitated Mass, de Michael Heizer

Soy un tiempo ajeno que contempla la roca golpeada desde hace millones de años por la incesante furia del mar y me maravilla y a veces me aflige la agresiva acometida del mar y la fortaleza de la piedra y pienso que, no obstante el castigo que recibe, permanece sereno el tiempo que vive en su interior; un tiempo que la roca cree suyo pero ignora que me pertenece porque soy el intruso que la mira y su pena me doblega y a veces me entristece. No se explica que tenga que aceptar que ese tiempo anidado en su interior proviene no solo de una existencia anterior a la mía, sino que persista en su mineralizado interior una vida secreta que se oculta detrás del tiempo que la hizo posible.

Y descubro que fuera de ella hay un segundo tiempo que pertenece al mar que la azota sin misericordia mientras ella soporta el castigo que recibe desde que el tiempo de la materia se afincó en el planeta; y agrego además mi tiempo ajeno, un tiempo cuyo origen ignoro, pero que todo lo observa porque creo desventuradamente ser la medida de todos los tiempos y a veces, compasivo, cedo y asumo ser el tiempo de los demás y afirmo y aseguro que es únicamente dentro de mí donde se encuentra el mayor de los enigmas, un misterio que aun no ha encontrado respuesta válida al por qué estoy aquí sin saber quién soy, contemplando cómo el mar despiadado golpea desde la eternidad a una roca de intemperie que apareció en el mundo cuando ignorábamos que existía el Tiempo.

En el Lacma, cito una información promocional de Los Angeles County Museum of Art, «se encuentra una gigantesca obra llamada Levitated Mass, de Michael Heizer y es una piedra de 340 toneladas proveniente de una cantera situada en Jurupa Valley Quarry, Riverside County, que el artista encontró en diciembre de 2006. El proyecto de instalarla en el museo costó 10 millones de dólares enteramente financiado con donaciones del sector privado.

La piedra salió de la cantera a finales de febrero de 2012 en un camión diseñado y construido especialmente por la empresa Emmert International, de 295 pies de largo y 196 ruedas. Por su tamaño y peso, el camión solo podía ir a una velocidad de 7 millas por hora. (un pie mide 0,3048 metros; una milla, 1,60934 kilómetros).

Tuvieron que diseñar una ruta especial teniendo en cuenta el tamaño y el peso del camión y su carga. La cantera está solo a 60 millas del museo. En condiciones normales se tardaría hora y media en llegar desde allí hasta el Lacma, pero el viaje duró 11 días, recorrió 106 millas y atravesó 22 ciudades. Tuvieron que cortar árboles, desmontar semáforos, remolcar carros estacionados. ¡Enormes grupos de gente la vieron pasar! En algunas ciudades celebraron fiestas espontáneas y hasta hicieron una propuesta de matrimonio en uno de los pueblos donde pararon a descansar.

Llegó al museo  el día 10 de marzo de 2012 a las 4:30 de la mañana con un grupo de gente esperándola de más de 1.000 personas. La obra de ingeniería tardó otros 3 meses y fue inaugurada el 24 de junio de 2012″.

Lo que realmente importa no es convertir una gigantesca roca en protagonista de un museo (¡que sí importa, y mucho!) sino en lograr que la voluminosa masa de materia abandone su lugar de siglos, concederle el privilegio de vivir otra vida, desplazarla, atravesar con ella calles y avenidas colmadas de gente deslumbrada que la ve pasar, descomunal y soberbia, despertando emociones y asombros, gritos de eufóricos anhelos y la magia del encantamiento encendiéndose a sí misma. Vista así, la piedra colosal estalla en mi imaginación y se fragmenta en memorias que forman una moldeable masa de palabras que van a dar forma a historias, seres, personajes y situaciones; ecos de escarnios y rebeldías, llantos no apaciguados, caricias y abandonos, gente asomada a la vida y vidas plenas o deshechas.

Y con la piedra, se entrelazan los tiempos; descubrimos que hay más tiempos de los que hemos mencionado y merodeamos fuera y dentro del interior de la gigantesca roca del museo o en la que mira desconsolada hacia el mar y sentimos que, en efecto, hay un tiempo refugiado en ellas desde que el mundo comenzó a nacer y desaparecían del cielo las fantásticas aves del ultimo período jurásico.

En la entrevista que Carmen Verde Arocha y Alejandro Sebastiani Verlezza hacen a Alfredo Chacón convertida en libro: Al tanto de sí mismo, editado por Eclepsidra (2021), Alfredo sostiene que «no solo es imposible sino indeseable negar el postulado del tiempo». Dice que el ser humano «vive quejándose, por lo menos los occidentales, de la devoración del tiempo, pero ¿quién ha dicho que el tiempo nos devora? Somos nosotros los devoradores del tiempo». Y se pregunta: ¿Quién es el que no toma en cuenta el tiempo de la vida? ¿Quién es el que no respeta que hay una temporalidad que nos trasciende como especie? Y agrega que además del tiempo humano hay el tiempo geológico, y además del tiempo de la vida hay el tiempo de la pura materia y antes del tiempo de la materia hubo un tiempo prematerial…Somos nosotros, dice, los que no tomamos el tiempo en cuenta, «nos parece que los antiguos griegos están muy lejos en el pasado, pero eso fue ‘antier’, eso es tiempo histórico y el tiempo histórico es nada comparado con el tiempo humano».

Ese tiempo que Alfredo llama de la pura materia es el que sentí moverse dentro de la roca azotada por la eternidad del mar; un tiempo insólito, alerta, vigoroso, oculto detrás de su propia eternidad. Y supe que ese tiempo me pertenecía porque debido a mi transitoria y avanzada edad y a falta de un tiempo preciso soy quien se apropia de otros tiempos para convertirlos en palabras y memorias con la esperanza de que esas memorias logren protegerme de la muerte, y por todos los medios y antes de que su guadaña me alcance trato de ocultarme dentro de la gigantesca piedra protagonista de arte que se mantiene viva en un museo de Los Ángeles o dentro de alguna triste roca venezolana eternamente castigada por el mar.