Soy mamífero y no me considero el único porque son muchos los seres vivos que se vinculan conmigo: los perros, los gatos, las vacas, los cerdos (¡me alimento de las vacas y los cerdos!), las ratas y los ratones. Como ellos soy vertebrado y tengo una espina dorsal; mi sangre es caliente mientras que la de los pájaros y reptiles es fría; pero me diferencia el hecho de que todos los mamíferos producimos leche. Lo indica el nombre: tenemos mamas y pelo.
Dice Richard Carrington, miembro de la Zoological Society de Londres, en su libro Los mamíferos que el asunto es complicado y pone como ejemplo al lobo que, siendo mamífero como yo o como el perro, se le distingue, sin embargo, del coyote o del perro doméstico. Dice también que existen tres grupos principales de mamíferos. El primero se conoce como monotremas y son los mas primitivos. Las hembras ponen huevos como los pájaros y permanecen aislados quizás desde una época primitiva. Son los ornitorrincos, los hormigueros espinosos de Australia y un vecino que tuve una vez anclado en un nivel precario llamado Neardenthal, un ser decididamente cavernario. Viste de Armani, estuvo en la universidad, maneja un costoso automóvil, cree ser poeta, vota por el chavismo y habría lamentado no haber participado con su mujer en la escandalosa y repelente fiesta cumpleañera del tepuy junto a gente vinculada al llamado jet set caraqueño de cuyos integrantes, a alguno que otro, quise tener como amigos.
La altiva e insoportable mujer de mi vecino, cocinera desangelada, mostraba grandes mamas temblorosas, pero ambos tenían mala leche. Me odiaban porque sostenían que soy necio aunque inteligente, pero «distinto» ya que leo a Marcel Proust, reverencio a Martin Luther King y me crispa pensar en Auschwitz y en la agonía de los judíos que allí se extinguieron.
El segundo grupo lo forman los marsupiales como el canguro. El demonio de Tasmania y unos extraños gatos marsupiales son tan mamíferos carnívoros como yo. Carrington asegura que todos los mamíferos vivientes del mundo pertenecen a un tercer grupo que él llama «mamíferos placentarios» porque tienen placenta.
Soy carnívoro, esto es, soy como los perros, las hienas, los tigres y los leones, las nutrias, civetas y mangostas; no me alimento de carroña como los chacales, pero me gusta la miel como a los osos. ¿Por qué entonces creerme superior a los demás mamíferos como yo? ¿Porque soy inteligente? También ellos lo son. Hoy, los zoólogos ya no se refieren al instinto sino a la inteligencia que se impone, cada vez más, en el reino animal. El pulpo y los delfines para mencionar solo a estos dos son amorosos e inteligentes.
Los mamíferos somos increíblemente diversos. ¡Aquel vecino y yo somos un buen ejemplo de lo que digo! Una musaraña pesa 3 gramos, pero una ballena puede pesar 130 toneladas. La mayor parte de los mamíferos, incluyéndome, saben ocultarse de sus semejantes que son expertos cazadores tanto por la vista como por el olfato y el oído. ¡Los que se parecen a mí son los únicos que conocen y saborean la venganza! ¡La encuentran dulce y fría!
Los pájaros, los reptiles poseen una notable visión cromática, pero exceptuando al hombre, muchos mamíferos no perciben los colores. Es más, la naturaleza ofrece una notable arma defensiva llamada camuflaje, el camaleón es un supremo ejemplo, que protege a muchas especies de los depredadores de aguda visión.
Exceptuando a mi vecino ornitorrinco o monotremático, a su desagradable mujer y a los que fueron a festejar en el tepuy, respeto a los seres humanos y a todos los seres vivos, a la naturaleza misma y a la piedra que sin verla me observa desde la orilla del camino. Respeto las normas, las áreas prohibidas o consideradas «patrimonio de la humanidad» por organismos que merecen respeto y atención. Sin que me quede nada por dentro, digo que mi mente es mucho más abierta y libre que la del vecino y la de su mujer. Siento amorosa fidelidad por las manifestaciones del arte, lo que indica que por mis venas navegan la belleza y la sensibilidad. Respeto y acato la ley cuando ella brota de los escaños de la voluntad y de los ánimos esencialmente constitucionales y no de usurpación. No soy un hormiguero marsupial; tampoco soy un impala africano dando saltos de ocho metros de largo. Soy un ser humano, mamífero inteligente, capaz de expresarme enlazando frases e ideas, defendiéndolas con lucidez y vehemencia. Milito en el vasto conglomerado que se opone a las torpezas y maltratos de las autocracias, de los abusos de militares y civiles deshonestos, de las ideologías que entorpecen la fluidez del espíritu y rechazan el pensamiento propio.
Me da lástima el muchacho que me va a matar al doblar la esquina solo para robarme el celular porque ignora que dentro de él hay una vida sagrada; que él es un ser sagrado, ¡pero no lo sabe! Si lo supiese me dejaría seguir sin tropiezo alguno hacia mi incierto destino y él no sería el delincuente que es.
Quiero ser libre, correr a campo traviesa, saltar sobre los podridos restos de otras vidas maltrechas; llorar o gritar cuando las circunstancias lo exijan; amar sin pausa, pero odiar si hay causa para hacerlo; escuchar a Mozart pero también a Billo Frómeta o a Oscar D’León y soportar las penosas trivialidades de tediosos amigos.
Excluyendo las desconsideradas alegrías en el tepuy, quiero explorar los espacios reales o ilusorios, místicos, heréticos o de intensa religiosidad que encontraré a lo largo de la maravillosa aventura de vivir y saludar, finalmente, a la Muerte que me espera en algún lugar del camino.