El humorismo profesional venezolano tiene larga historia. Es un difícil género literario destinado al público promedio que floreció en su democracia de cuarenta años. Durante varias dictaduras tradicionales lo ejercieron hasta cierto límite, pues la cárcel siempre tuvo puertas abiertas para recibir a sus autores y editores. Primero se expresó desde la prensa diaria, folletos y suplementos repletos de prosa, poesía y dramaturgia ilustrados con historietas en caricaturas individuales y de grupo, luego por emisiones radiales y televisivas. Su valiosa producción es material imprescindible para el investigador y analista de la historia nacional hasta la irrupción del castrochavismo.
Por su naturaleza represiva esterilizadora del arte en todas sus manifestaciones, los regímenes totalitarios persiguen, reprimen, anulan y castigan a sus creadores. De todos modos y como siempre, la verdad represada en su sometido entorno logra escapar, entre otros mecanismos, a través de la maestría humorística. Es lo que maquina Claudio Nazoa con otros culpables, por el delito de usar su ingenio promoviendo la libertad de expresión, a la cabeza Pedro León Zapata, Oscar Yanes, Cayito Aponte, Laureano Márquez, cuando ingresa voluntariamente a la vida monjil y decide contar las aventuras de esa cofradía sagrada, puras hermanitas de la caridad, igualmente devotas dentro y fuera de sus celdas.
Y tamaño heroísmo se hace carne y hueso en un pecado impreso que titula Mi vida de monja y subtitula El libro prohibido por el papa.
Los episodios varían. Se actualiza el modo como cada novicia y consagrada puede asumir Los Diez Mandamientos básicos sin sacrificar su sexualidad masculina, femenina, binaria o de abstinencia, y su vocación libertaria. El autor dedica una sección a su papá, el célebre escritor Aquiles Nazoa (1920-76), describiendo de qué manera esa mafiosa secta se arriesga en tan vigilante prisión a ensayar y montar, entre misas y otras obligaciones, una pieza teatral del presente siempre gran maestro llamada La pasión según San Cocho o ser santo no es ser mocho.
Además, Sor Claudio intercala sus muy sanas y baratas recetas culinarias de chef criollo, válidas para cuando hay ingredientes y con qué comprarlos.
Una obra importante, muy a la carta, pues refleja los avatares y el sufrimiento de quienes a duras penas sobreviven en medio de una pequeña prisión inmersa en una cárcel gigantesca. Pero a su talentosa manera, pueden escapar dejando un testimonio casi constitucional.
El problema es que está fechada el año 2004, editada por Morales y Torres , unos facinerosos venezolanos radicados en la Barcelona española. Ya no existen ejemplares y a ningún editor de los exiliados que abundan se le ocurre reeditarla. Vamos a rezar para que suceda cuanto antes porque se requiere para terapia colectiva.
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