OPINIÓN

 Soplan vientos de guerra

por Alfredo García Deffendini Alfredo García Deffendini

El caos y la devastación que golpea a Venezuela obligan a muchos analistas y estudiosos de la historia a pensar que estamos jugando con los prolegómenos de la guerra. Una guerra civil de nueva generación que puede terminar en un conflicto internacional de vieja generación. Desde hace demasiado tiempo andamos caminando en el filo de la navaja donde cada día la tormenta perfecta se va fortaleciendo, no solamente por los factores endógenos sino también los exógenos, que se están revolviendo y tomando cada vez más posicionamiento. Estos últimos pueden ser incluso más peligrosos que los primeros, porque aparte de los intereses geoestratégicos de los países, los perros de la guerra y de las empresas transnacionales, en concordancia con las nacionales que se presten para  la rapiña territorial y económica, estarán moviendo sus intereses para la etapa de la reconstrucción de un país que quedará destruido, así como para la expoliación de sus recursos naturales -veámonos en el espejo de Irak-. Y es que con su potencial de acuíferos, bosques, minerales y situación estratégica, Venezuela es demasiado atractiva. Hagamos algo de historia del por qué suenan cada vez más los tambores de guerra que en otros tiempos se anunciaron al mundo, resultando muchas veces inexplicables la razón de su origen. Soplan vientos de guerra

En junio de 1914 fue asesinado en Sarajevo el heredero del Imperio Austro-Húngaro. Era un lugar remoto y desconocido, sin importancia en sí mismo, en donde circunstancialmente ocurrió algo que desató el conflicto, eventos secuenciales que llevaron a la catástrofe. Muy pocas personas de Europa occidental conocían dónde quedaba Sarajevo, pero dejémoslo por ahora hasta este punto. Vayamos mucho más atrás en el tiempo, la ciudad que antiguamente los romanos llamaban Dirraquio, por los romanos, -allí actualmente se conserva un espectacular anfiteatro romano-, y Durazzo para los italianos modernos, actualmente es el poblado de Durrës en Albania, situada a orillas del  mar Adriático, estaba muy al norte de la ruta normal de navegación de Grecia a Italia, ni muy rico, ni estratégicamente situado, tampoco formaba parte del sistema de alianza que dividió a Grecia cuando sus problemas comenzaron a enturbiar las aguas a mediados de la década del 430 antes de Cristo. Nadie hubiera podido predecir que una pelea interna en esta perdida ciudad en los límites del mundo helénico conduciría a la devastadora y terrible Guerra del Peloponeso que, desde la perspectiva de los griegos del siglo V, se la considera como una guerra mundial. Si regresamos al siglo XX, ese conflicto de la década del 430 a. C., fue en igual medida que la Gran Guerra del 1914-1918 para los europeos en su tiempo, el prolegómeno de la Gran Guerra estuvo en Sarajevo. Esta última elevó los costos de vidas humanas a niveles aterradores e introdujo horrores impensables en conflictos previos. Liquidó casi el doble de las personas que habían muerto en todas las guerras de los dos siglos anteriores, que incluían las guerras de la Revolución francesa, napoleónicas y la Guerra Civil Americana. Con esta sucumbieron cuatro imperios, convirtió al Imperio Austro-Húngaro de los Habsburgo en una colección de estrechos Estados, surgió una Alemania mermada, restringió el Imperio Otomano a una Turquía aferrada a Europa y disminuida al Asia Menor viendo el surgimiento de una Unión Soviética en lugar de la dinastía de los Romanov, dando lugar a la tiranía comunista en Rusia.

Las guerras desde que el mundo es mundo han caracterizado a la humanidad, muchas de ellas han surgido por hechos aislados, como los ejemplos anteriores que cita el profesor de la Universidad de Yale Donald Kagan en su obra Sobre las causas de la guerra y la preservación de la paz. Continuando con más de historia, la Segunda Guerra Mundial, en gran parte se debió, entre otros factores, a la reducción presupuestaria militar que Inglaterra realizó entre 1920 y 1930 que acortó su fuerza militar, en particular la marina y la aérea; a su deuda interna que había subido durante ese periodo de 650 millones de libras esterlinas a 7.500 millones, a los impuestos que se cuadruplicaron, así como a la Gran Depresión en los Estados Unidos de Norteamérica, que golpeó en forma global hundiendo a las economías del mundo y al Tratado de Versalles. John Maynard Keynes, uno de los economistas más influyente del siglo XX, quien intervino en la conferencia de paz, renunció enfadado y en su libro The Economic Consequences of the Peace, expuso su desagrado por las indemnizaciones estipuladas, preconizando que una paz así traería la ruina económica y la guerra a Europa, y concluyendo que el Tratado era inmoral e impracticable. Pero muy particularmente se debió a la política de “apaciguamiento y contemporización” que practicó Gran Bretaña con Alemania en los años previos a su declaración de guerra contra esta última en septiembre de 1939 producto de la invasión a Polonia, obligando a los británicos, tardíamente a la declaración de guerra. Es importante recordar las palabras que en 1950 Winston Churchill expresara: El apaciguamiento en sí mismo puede ser bueno o malo según las circunstancias. El apaciguamiento a partir de la debilidad y el temor es tanto vano como fatal. El apaciguamiento a partir de la fuerza es magnánimo y noble y podría ser el camino más seguro y, quizás, el único, que condujera a la paz mundial”.

Lo ciclos de la historia se repiten constantemente. Al respecto hace un tiempo atrás se publicó un excelente artículo en el diario El País.cr titulado: “La historia se repite en espirales”, en el que su autor Alfonzo J. Palacios Echevarría señala: “La expresión italiana corsi e ricorsi está tomada de la teoría del acontecer histórico del filósofo de la historia Giambattista Vico, para quien la historia no avanza de forma lineal empujada por progreso, sino en forma de ciclos que se repiten, es decir, que implican siempre avances y retrocesos”. Cuando el régimen venezolano asume el poder en diciembre de 1998, destroza la Constitución de 1961 (ab initio) y ha venido socavando su írrita Constitución de 1999, que se dio en fraude constitucional a la de 1961. Con el proceso constituyente y la aprobación de la carta magna durante el interregno de 1999, rebajó a parte de la oposición a un estado de servilismo, subsistiendo aún a esta altura del tiempo, convirtiéndose en una tiranía de nuevo cuño imitando al régimen comunista cubano y al estalinismo de la extinta Unión Soviética. Este camino ha sido recorrido por otros países.

Llamo la atención con este escrito hacia donde el Estado venezolano corre aceleradamente al convertirse en un Estado fallido, que puede llevarnos a una guerra o a una intervención extranjera. Trata de impedirla jugando más con fuego, sigue recreándose silenciosamente para que Rusia construya en Venezuela una base aérea que pudiera convertirse en la más importante que país extranjero mantenga en Indoamérica; más todos los demás acuerdos que se están haciendo con Irán, China y aquellos otros con el mundo islámico. Trata de contener el conflicto con esos acuerdos aplicando el pasaje del escritor romano de temas militares Flavio Vegecio Renato (siglo IV d. C.) en su obra Epitoma rei militaris: “Si quieres la paz, prepara la guerra”, es echarle leña a un fuego donde todos podemos quemarnos, ya que la política de “apaciguamiento y contemporización” que los países y parte de la oposición han tratado de mantener con el régimen se acerca a su final, a sabiendas de que esta política no le ha traído ninguna salida democrática sino todo lo contrario, ha servido para que el régimen con el talante conocido continúe devastando lo poco de la estructura democrática con que se había arropado, aunque sea para mantener la apariencia de una democracia que se perdió desde la aprobación de la Constitución de 1999.

Recordemos que en un principio nadie quería alguna intervención extranjera, ahora hay demasiadas voces que piden la intervención humanitaria militar, pero pareciera que es el régimen que la busca, profundizando el desmontaje que hace del andamiaje institucional que caracteriza a un país democrático, sumándole los acuerdos militares suscritos con los países citados. En nuestro caso, todos los poderes públicos reciben y ejecutan las instrucciones del Ejecutivo Nacional, incluyendo el que imparte la justicia, el Poder Judicial. La reciente solicitud del Ejecutivo a la también írrita ANC para la aprobación del proyecto  de la “Ley Constitucional Antibloqueo para el Desarrollo Nacional y la Garantía de los Derechos del Pueblo Venezolano”, la cual se aprobó con la urgencia del caso, implicará la suspensión de su propia Constitución de 1999 y todo el marco jurídico existente a su conveniencia en la preparación para un estado de guerra tendiente en la definitiva instalación de la tesis de Chávez de la geometría del poder que conlleva la reforma territorial para crear un gobierno por zonas militares o el Estado comunal. Mientras, el gobierno interino de Juan Guaidó mira hacia otro lado con la convocatoria de una consulta popular que servirá nuevamente para correr la arruga y le permitirá al régimen continuar posicionándose militarmente. Ambos se harán responsables del conflicto.

De tal manera que en nuestro futuro por lo eficiente en el logro de los objetivos e indolencia de un régimen en entredicho y, de una oposición que no está a la altura de la tragedia nacional, sobre la mesa está la intervención extranjera que pudiera desencadenar un conflicto nacional e internacional, y peor: una sirianización o una libianización de nuestra situación. La Venezuela bolivariana de hoy cada día se parece más a la extinta República de Weimar en la Alemania de 1918 y 1933 y a la Roma en la quinta década antes de Cristo, cuando el poder civil perdió su autoridad y los soldados y los demagogos tomaron el poder. La ley constitucional para el cese del bloqueo aprobada por la ANC refuerza esos prolegómenos de la guerra, aunada con el llamado a la consulta popular realizada por el gobierno interino, que otorga el tiempo necesario para el conflicto… Soplan vientos de guerra.

¿Dónde andará Lucio Quincio Cincinato?