Una temporada donde los días cual lápices se juntan apretados en su caja, unos con reluciente punta, otros sin tener nada con qué rayar el papel; algunos muy gastados y otro par casi sin usar. Todos ellos expresando una tonalidad diferente pero necesaria y muy ajustados uno contra el otro en una reluciente cesta donde sin duda, se pueden contener solo en un número finito de ellos. Apoyada en tal imagen, la mente se pierde entre los colores de una bendición que imprime el pensamiento:
“Que el Señor sonría sobre ti y sea compasivo contigo. Que te muestre su favor y te de su paz”. Números 6: 25-26 NTV
Leo una y otra vez esta entre muchas bendiciones y el inquilino del pecho salta como quien se agranda, no por orgullo o vanagloria, sino por el beneplácito de imaginar al Creador de todos los tiempos mirar la vida de los transeúntes y sonreír. ¡Oh, cuanta gloria! si en el objetivo binocular del cielo fuese hallado agradable y confiable para verter el vino de la gracia, en copas no de cristal, sino de carne corruptible. Tal favor no embriaga para reproche, sino que embebe en devoción, inspirando una consagración que no se alcanza en lo humano, sino que requiere el manto de lo divino.
La mente inquieta busca comparar esa sonrisa con un referente en la tierra, preguntándose quizás ¿cómo ha de ser? En tal sentido, un vegetal con formidables propiedades se introduce en el soliloquio, el ruibarbo, con excelentes bondades medicinales y una sobria curvatura que muestra esa sonrisa inadvertida que solo el amor provocaría, y las diversas ocasiones en que no se alcanza a percatar tal gesto. Miraba el vegetal y pensaba ¡oh cuanta sencillez y belleza! de saludable color.
Lo expuesto menoscaba mi corazón e inspira la voluntad, para mirar hacia el cielo y pensar: ¿será suficientemente recta la línea de mis pasos como para provocar una risa ruibarbo? Y ¿esta copa corruptible destila la suficiente gracia y paz? Son las preguntas que todo transeúnte consciente o inconsciente se hace entre las fibras que como lápices se apilan en su corazón. En tal sentido, descubrí en el proceso que el inquilino del pecho aprendería a hilar sin enhebrar, una nueva fibra a los cordones de justicia, los cuales solo aprenden anudando verdad.
@alelinssey20
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