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Sonríe, te vigilan: la normalización de la intrusión autoritaria

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En un mundo cada vez más interconectado, la vigilancia se ha convertido en una constante omnipresente. Desde cámaras de seguridad en las calles, por algoritmos de seguimiento en línea y más, estamos siendo todos observados de formas que ni siquiera podemos imaginar. Este es el auge de la vigilancia autoritaria, una realidad que se está normalizando en nuestras vidas cotidianas.

La intrusión autoritaria no es un fenómeno nuevo, pero su normalización sí lo es. Vivimos en una era donde la privacidad es el mayor lujo, y la vigilancia, en una norma. Pero, ¿a qué costo? ¿Estamos sacrificando nuestra libertad por seguridad? ¿O estamos permitiendo que se erosione o desaparezca la democracia en nombre del orden y la estabilidad?

Surge la pregunta: ¿se puede mantener la democracia dentro de un sistema autocrático? Como nos enseñan desde muy pequeños, la democracia se caracteriza por el poder en manos del pueblo, ya sea directamente o a través de representantes elegidos. Por otro lado, la autocracia se caracteriza por la concentración de poder en un solo centro, ya sea un dictador individual o un grupo de titulares de poder. En teoría, estos dos sistemas parecen mutuamente excluyentes. Sin embargo, en la práctica, las líneas a veces pueden ser muy borrosas.

Existen ejemplos de sistemas que parecen democráticos en apariencia, pero que en realidad están controlados por un solo centro de poder. Estos sistemas a menudo adoptan el lenguaje de las constituciones de los regímenes no autocráticos o establecen instituciones similares en un intento de legitimarse. Pero en estos regímenes, ni las instituciones ni las disposiciones constitucionales actúan como controles efectivos sobre el poder del centro único.

Entonces, ¿es realmente posible mantener la democracia dentro de un sistema autocrático? La respuesta a esta pregunta es compleja y depende en gran medida de cómo definamos “democracia” y “autocracia”. Sin embargo, lo que está claro es que la tensión entre la democracia y la autocracia está en el corazón de muchos de los desafíos políticos y sociales que enfrentamos hoy.

Por ahora, como ciudadanos del mundo, solo podemos sonreír y aceptar que estamos siendo sigilosamente observados. La intrusiva vigilancia gubernamental, alguna vez relegada a las sombrías novelas distópicas de Orwell, es una realidad generalizada en el siglo XXI. Desde programas de espionaje increíblemente avanzados como Pegasus, hasta sofisticados sistemas de reconocimiento facial, los instrumentos para monitorizar a los ciudadanos se han infiltrado profundamente en la infraestructura de las naciones de todo el mundo.

Definitivamente, más alarmante que el alcance de estos regímenes de vigilancia es la pasividad con la que el público parece aceptarlos. La privacidad personal, alguna vez considerada sagrada, se entrega ahora a cambio de la ilusoria sensación de seguridad. Sin embargo, el trueque puede no valer la pena. Un estudio realizado por la Universidad de Stanford en el año 2021 descubrió que, en países con alta vigilancia gubernamental, la confianza pública en las instituciones políticas tiende a disminuir con el tiempo.

La férrea mirada de los grandes hermanos es quizás, el anuncio de una nueva era de libertades limitadas en donde la sensación de seguridad es definitivamente un espejismo donde nos harán sentir que estamos a salvo y finalmente nos harán creer que estamos muy cómodos.

Autocracias prominentes en el mundo actual

La autocracia se ha reinventado peligrosamente en el siglo XXI. Líderes como Putin en Rusia y Xi Jinping en China gestionan sofisticadas máquinas propagandísticas que proyectan una falsa sensación de legitimidad democrática, mientras concentran el poder de forma implacable.

Tomemos a China como ejemplo primordial. Si bien teóricamente es una república socialista con elecciones periódicas, en la práctica el Partido Comunista ejerce un control absoluto sobre el proceso político. Los disidentes son silenciados o encarcelados, y solo los leales al partido tienen posibilidades reales de ser elegidos. Así, el pueblo chino vive bajo una ilusión de democracia -son libres de votar, pero solo por aquellos preaprobados por el régimen.

O consideremos la Rusia de Putin, donde los contendientes políticos viables son descalificados, encausados penalmente o simplemente envenenados antes de poder hacer sombra al líder supremo. Las elecciones existen, pero sin una verdadera alternativa al poder, son irrelevantes. Se trata de autocracias adaptadas agudamente al siglo XXI: la fachada de la democracia sin su espíritu.

Solo podemos recordar la advertencia de Benjamín Franklin, «aquellos que renuncian a la libertad esencial por un poco de seguridad temporal no merecen ni libertad ni seguridad».

El equilibrio entre libertad y seguridad

La tecnología ha inclinado dramáticamente la balanza entre la libertad personal y la seguridad colectiva a favor de esta última. Sistemas de vigilancia de última generación como el reconocimiento facial y la inteligencia artificial predictiva permiten a los gobiernos monitorear e interpretar los movimientos de los ciudadanos con una precisión sin precedentes.

Solo en China, hay más de 200 millones de cámaras CCTV equipadas con software de reconocimiento facial, identificando automáticamente a personas en lugares públicos. Mientras tanto, la policía predice posibles disturbios y arresta preventivamente a ciudadanos solo por su comportamiento en redes sociales, gracias a sofisticados algoritmos de inteligencia artificial. A medida que la tecnología mejore exponencialmente, mantener cualquier vestigio de privacidad se volverá casi imposible.

Quizás, urge ya un nuevo contrato social para la era digital, uno que equilibre tanto nuestras necesidades de seguridad como nuestros derechos básicos. De lo contrario, como advirtió Snowden, pronto nos encontraremos encarcelados de forma muy eficiente en «prisiones sin muros». Quizás más seguros, vigilados las 24 horas por el gran ojo cibernético, pero fundamentalmente ya no seremos libres.

Tecnologías avanzadas de espionaje

El sistema de espionaje más moderno y eficiente conocido públicamente hasta la fecha es Pegasus, un software desarrollado por la firma israelí NSO Group. Pegasus es un spyware que puede instalarse en dispositivos que ejecutan ciertas versiones de iOS, Windows y Android. Este software es capaz de leer mensajes de texto, rastrear llamadas, recopilar contraseñas, seguir la ubicación del teléfono y recopilar información de aplicaciones. Además, puede activar la cámara y el micrófono del dispositivo infectado para espiar al usuario. También actúa como tecnología “espejo”, donde se ve en tiempo real toda acción que ejecuta el usuario en cualquiera de sus aparatos tecnológicos (laptops, PCs, smartphones, tablets, etc). Pegasus es utilizado por gobiernos y agencias de seguridad alrededor del mundo, incluyendo casos documentados en Hungría, Marruecos, México, y España.

La eficiencia de Pegasus radica en su capacidad para explotar vulnerabilidades desconocidas o de día cero, que no requieren interacción del usuario para la instalación del spyware, lo que lo hace extremadamente difícil de detectar y prevenir. En comparación con los servicios de inteligencia tradicionales como la CIA, el Mossad, el MI5 o el FSB, Pegasus representa una forma de espionaje cibernético que se beneficia de la tecnología avanzada y la conectividad global para realizar operaciones de vigilancia. La inteligencia artificial y el aprendizaje automático también están desempeñando un papel cada vez más importante en la ciberseguridad, lo que podría influir en el mejoramiento de herramientas como Pegasus o el desarrollo de futuras herramientas de espionaje incluso más avanzadas.

Conclusión

La relación entre democracia y autocracia ha llegado a una encrucijada decisiva en las primeras décadas del siglo XXI. Los avances tecnológicos han dotado a los regímenes autoritarios de herramientas sin precedentes para controlar y manipular a sus ciudadanos, al tiempo que mantienen una convincente fachada de democracia funcional.

Es tentador concluir que sí, la democracia puede de hecho coexistir y hasta fortalecer los sistemas autocráticos modernos. Al fin y al cabo, muchos ciudadanos bajo estos regímenes gozan de amplia prosperidad material, elecciones regulares y una sensación de estabilidad nacional. Pero, ¿vale la pena sacrificar algunos principios abstractos de libertad a cambio de beneficios socioeconómicos concretos?

La historia muestra que el camino que va desde urnas manipuladas hasta campos de concentración o internamiento para disidentes es a menudo muy corto. Por cada Singapur próspero, pero autoritario, hay 10 Corea del Norte sumidas en torturas, represión y miseria totalitaria.

Quizás estos modernos Leviatanes logren mantener indefinidamente la ilusión de democracia funcional. Pero incluso en el mejor de los casos, se habrá corroído el espíritu esencial de la libertad humana. Y en el peor de los casos, estos regímenes híbridos pueden degenerar rápidamente en pesadillas orwellianas de control omnipresente al servicio de élites inamovibles.

Son tiempos inquietantes para quienes anhelan ver florecer la dignidad humana. Pero la historia también muestra que donde la sed de libertad se mantiene viva, no hay tiranía que pueda apagarla para siempre. Mantengamos, pues, la antorcha de la libertad encendida, confiando en que la perseverancia y las mentes y corazones humanos finalmente optarán por el riesgo creativo de la democracia antes que por el falso refugio de la aquiescencia apática. Mientras tanto, solo queda sonreír y recordad que estás desnudo y expuesto, así como tus pensamientos, intenciones y libertades que están siendo monitoreadas con algoritmos precisos que, además, te van moldeando la mente para que finalmente creas que tu jaula es cómoda y que, en ese pequeño espacio de servidumbre, eres libre.

@dduzoglou

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