Se nos dice y recuerda en todo momento que Venezuela es un país soberano que como tal toma sus propias decisiones en forma autónoma sin recibir presiones ni dictados de potencias extranjeras. Mucho nos gustaría que fuera así, pero lo cierto es que no lo es aun cuando el discurso que proclama esa clase de soberanía suele dar buenos resultados a corto plazo, como los electorales o la búsqueda de apoyo popular en circunstancias políticas difíciles.
Lo que no se nos suele informar es cuáles son las responsabilidades y consecuencias de las decisiones “soberanas” que a veces pueden ser un poco menos soberanas. Tampoco es habitual analizar si tales decisiones tienen o no consecuencias en la escena internacional toda vez que en pleno siglo XXI no es posible ya desconocer el fenómeno de la interdependencia y la globalidad.
Hecha la anterior consideración nos proponemos analizar algunas “decisiones soberanas” recientemente adoptadas por quienes ocupan Miraflores y dominan a voluntad los demás poderes del Estado. Por razón de actualidad nos referiremos al episodio de la abrupta renuncia de los rectores del Consejo Nacional Electoral que no escapa a nadie que constituye una maniobra política arriesgada motivada por un panorama complicado para el régimen a la luz del clima que se ha generado alrededor del proceso de elecciones primarias.
La “nomenklatura” bolivariana ha puesto un obstáculo difícil de remontar al dejar en vilo el funcionamiento del órgano electoral y seguramente seguirá con otras medidas en el mismo sentido.
Pero, y aquí viene lo internacional y la interdependencia, resulta que existen varias situaciones que seguramente podrán generar consecuencias negativas para quienes detentan el poder y han afirmado reiteradamente que no lo dejarán ni por las buenas ni por las malas.
Resulta que existe un proceso -actualmente en coma, pero no muerto- como son las conversaciones de México que definen cuáles son las condiciones en una transacción “toma y dame” para que puedan ser fructíferas. Miraflores dice que la oposición ha incumplido con la liberación de fondos retenidos en el exterior y la parte contraria alega que no se ha avanzado nada en el camino para unas elecciones libres y competitivas para el 2024. Mientras tanto, el gobierno no puede disponer de esos recursos.
Ante ese diálogo de sordos los factores internacionales han reaccionado con sus propias lamentables decisiones -no menos soberanas- de mantener las sanciones que estrangulan al pueblo y a la economía venezolanas.
Si se dificulta o impide el proceso electoral, ya sea en primarias o nacionales, no se está cumpliendo con la condición que -para bien o para mal pero sí efectiva- imponen tanto el gobierno de Estados Unidos y otros, las cuales afectan no solo a quienes conducen el poder efectivo sino al pueblo en su conjunto. De allí deducimos que el “procerato bolivariano” debe haber evaluado el costo/beneficio de continuar en la senda de una futura elección sin trampas frente al pasivo de someter al pueblo a las penurias que su desafío a la convivencia internacional imponen. Prefieren lo segundo y lo disfrazan de atentado a la soberanía.
Igual ocurre con la situación petrolera devenida en el colapso de Pdvsa. Washington ha suavizado las sanciones solamente para la empresa Chevron y ahora para los tenedores extranjeros de bonos Pdvsa 2020 que están en “default”, pero esa excepción es tan solo temporal y sujeta al cumplimiento de condiciones electorales razonables y a la mejora comprobable del tema de los derechos humanos. Es cierto que Venezuela ahora produce apenas unos miles de barriles más que hace unos meses, pero también lo es que los fondos que se generen no servirán para mejorar las difíciles condiciones que vive el pueblo sino tan solo para reducir la milmillonaria deuda que Pdvsa mantiene con esa empresa extranjera que ya ha agotado exitosamente en su país y ante arbitrajes internacionales su derecho a cobrar de una vez. En 1902 eso se resolvía bloqueando los puertos venezolanos y confiscando la renta aduanera, como en efecto ocurrió. Hoy se hace con estos nuevos métodos, pero se trata del «mismo musiú con diferente cachimbo». ¿Es bonito? No. ¿Existe posibilidad «soberana» de hacer respetar una decisión que desafía la convivencia internacional? Tampoco , y menos aún para una potencia media en decadencia como es la Venezuela de hoy.
Otro ejemplo es el del apoyo casi incondicional a Rusia en el conflicto con Ucrania. Puedes asumir la opción que parezca mejor y junto con ella hacerse cargo de las consecuencias que en el plano internacional pueden ser muy negativas a la hora de buscar algunos acomodos.
Para no hacer de esto una lista de decisiones soberanas que hayan resultado en un alto costo repasemos nomás la búsqueda y aparente obtención del apoyo de los países del Caribe a la eventual reconstitución de Petrocaribe, que sería de capital importancia para ellos y de alto costo económico para una Venezuela en crisis de combustibles. ¿Valdrá la pena ese rumbo cuando todos los beneficiarios de la generosidad venezolana apoyan a Guyana en la disputa por el Esequibo?
A la hora de la chiquita la disyuntiva se plantea entre tener “soberanía plena” para vivir aislados o insertarse en la realidad de la globalización y la interdependencia cuyos beneficios parecen aventajar ampliamente a los de la otra opción. Ello se refleja muy elocuentemente en el video que viene circulando por la redes en el cual unos diez o más trabajadores empujan trabajosamente una enorme gandola de combustible de Pdvsa accidentada o tal vez ya vacía, mientras quienes observan la escena reflexionan: “Pero tenemos patria”.
Durante muchas décadas, incluso durante la dictadura de Pérez Jimenez, Venezuela encontró el justo medio. ¡Y no le fue mal!
@apsalgueiro1