Cuando muchacho, viajé directamente a París encerrado en mi tosco guacal tercermundista a estudiar leyes en una Sorbona polvorienta y todavía medieval. Dejaba atrás, voluntariamente, al país que me vio nacer y algunos de mis compañeros de l’École du Droit, al saber que era venezolano, me preguntaban por un río que yo no conocía y me vi obligado a inventarlo. Pero al llegar a mi cuarto de estudiante me daba cabezazos contra la pared acusándome de tramposo conmigo mismo.
Creo que no somos muchos los venezolanos que conocemos o hemos oído hablar de Amalivaca. Yo me enteré gracias a Horacio Biord Castillo, escritor, investigador, docente y vinculado a la Academia Venezolana de la Lengua y gracias también al Diccionario de Historia de Venezuela editado por la Fundación Polar en 1989. Allí revela Biord que Amalivaca es el héroe tutelar de los tamanacos orinoquenses; que «dentro de la cosmología tamanaca era visto como un hombre supuestamente blanco, como eran todos los tamanacos al principio de los tiempos. Él y su hermano Uochi crearon el mundo, la naturaleza y los hombres y al detenerse a hacer el Orinoco, dice Horacio Biord Castillo, «discutieron largamente, pues querían lograrlo de tal manera que se pudiera remar a favor de la corriente tanto aguas arriba como aguas abajo, a fin de que los remeros no se cansaran en el recorrido; un río que al mismo tiempo que va, viene, pero ante la gran dificultad que ello planteaba desistieron y diseñaron el Orinoco, tal como es y seguirá siendo. Gracias a Horacio Biord y a la Polar puedo festejar la existencia de dioses torpes y mal diseñadores y reconocer que en este campo hay, entre otras, una deidad que se llama Álvaro Sotillo.
Cuando me enteré de la existencia de Amalivaca y de ese río que mientras va hacia su destino está regresando supe qué es ser venezolano, entendí el sentido y proyección de mi propia cultura, de la angustiada historia política, petrolera, social y cultural venezolana y comprendí cabalmente la absurdidad del país que me vio nacer y el ser absurdo que soy porque también voy y vengo y sigo creyendo que mi verdadero padre no es el irresponsable caraqueño que me tocó en vida sino el Orinoco que se hace mar en Angostura, precisamente el lugar donde se angosta y deja de ser el caudal portentoso que seguirá siendo hasta que se convierte en un intrincado Delta, que se echa al mar y agita las célebres bocas del dragón y de la serpiente, las aguas dulces y saladas que tanto perturbaron al Almirante Alucinado cuando las vio por primera vez y dijo que era aquí donde estaba el Paraíso Terrenal. En el Centro Simón Bolívar se encuentra un mural titulado El mito de Amalivaca, obra realizada por César Rengifo en 1955, en tiempos de Pérez Jiménez. Noventa metros cuadrados y millón y medio de pequeños mosaicos venecianos cortados con tenazas de acero. José Ratto Ciarlo escribió en la revista Edime que se trataba de teselas vidriosas. El mural fue vandalizado alguna vez, pero la gente sigue pasando frente a él, va y viene y no lo ve, los parisinos pasan diariamente frente a Notre Dame y no la ven… ¡como si la catedral no existiera!
¡Un río que al mismo tiempo que va, viene! ¡Es decir, un país que también va y viene! No pudo el dios tutelar que todo lo alcanza hacer posible la ilusoria imagen, fértil, que la poesía es capaz no solo de concebir sino de darle vida propia, transformar el absurdo en un prodigioso acto de magia que nos permita navegar por aguas que se contradicen y aceptan cursos opuestos en beneficio de nuestra sensibilidad e imaginación. Consuela saber, gracias a Horacio Biord, que no obstante el fracaso como diseñadores de la pareja de aquellos hermanos héroes, los tamanacos «poseían una historia sagrada propia y una religión coherente y no simples creencias rudimentarias, como las presentaron los prejuicios ideológicos de conquistadores y misioneros europeos que veían erróneamente en las religiones indígenas falsas manifestaciones y cultos diabólicos que era preciso erradicar. Amalivaca, dice Biord Castillo, vivió entre los tamanacos largo tiempo en un sitio llamado Maita, donde existe una gruta de piedras en lo alto de un cerro llamada Amalivaca Yeutipe (Casa de Amalivaca) y una roca que se conoce como Amalivaca Chamburai (Tambor de Amalivaca).
La apasionante absurdidad que evidencia el imposible diseño del alocado río que va pero que también viene es el legado que nos dejaron los tamanacos. Basta con recorrer la historia política venezolana desde la Cosiata hasta nuestros días para toparnos con harta frecuencia con generales que nunca conocieron la Academia Militar, ásperos caudillos codiciando el poder político; invasiones y revoluciones que se cruzan y contradicen unas con otras, mandatarios que se odian unos a otros evidenciando cada uno su propia mediocridad. Tuvimos un ávido devorador de los tesoros públicos que nos afrancesaba mientras nos gobernaba desde París justamente como un río que va y viene y logró, sin ningún obstáculo o dificultad, el privilegio de que sus huesos descansen hoy en el Panteón Nacional junto a héroes de una patria que no parece mía.
Amalivaca oyó quejarse a Cipriano Castro atormentado por una fístula que le hacía gritar: ¡Pedo por donde medo! Algo así como confundir las «aguas mayores» que simplemente van con las otras del propio organismo que parecieran venir y escuchó decir a Teodoro Petkof que ¡estamos mal, pero vamos bien!; a Carlos Andrés Pérez siendo presidente: ¡NI lo uno ni lo otro sino todo lo contrario!; vio a Caldera desatar su reconocida soberbia en una frase propia de próceres: «¡En mis manos no se perderá la República!» y parpadeó de estupor cuando escuchó decir reiteradas veces a un candidato que enfrentó a Hugo Chávez que ¡no se le pueden pedir peras al horno!
Lo más usual, tratándose de Amalivaca, es esperar que Él nos coja confesados; esperar que escampe, o desear que amanezca y ya veremos. Pero lo más asombroso por su absurdo comportamiento de ir y venir del despropósito, sin vergüenza alguna, fue ver y escuchar al usurpador político multiplicar los penes en lugar de los panes y conversar animadamente con el comandante ausente convertido en belicoso pajarito que anda de rama en rama. El bolívar navega aguas arriba y el dólar, aguas abajo ¡Dos mandatarios, al unísono, también van y vienen y creen estar gobernándonos mientras reproducen, sin saberlo, la célebre discusión inventada por Efraín Hurtado entre el filósofo Jean Paul Sartre y el escritor Raymond Queneau. Sartre dice que sí y Raymond Queneau y mientras la caprichosa vida avanza a nuestro lado a su propio paso, el río venezolano que la determina corre junto a Amalivaca hacia ninguna parte y se devuelve obstinadamente hacia donde comenzó. Somos hijos de Amalivaca.
El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!
Apoya a El Nacional