A María Mercedes Pantin
y a Vladimir Gessen,
por haberme inspirado
con su libro:
¿Quién es el Universo?
Los aficionados a la astronomía siempre nos asombramos al darnos cuenta de lo microscópico que, en el Universo, es el planeta Tierra, el cual pertenece a su vez a otro microscópico sistema planetario que gira alrededor de una estrella, más bien pequeña, situada a la orilla de La Vía Láctea, galaxia no tan grande que mide aproximadamente 100.000 años luz de diámetro.
Nuestra galaxia vaga en un infinito espacio negro en donde hay otros millones de galaxias parecidas a la nuestra. Todo esto está sostenido, no por un móvil del escultor Alexander Calder, sino por una fuerza misteriosa llamada gravedad, que logra que, en medio de un aparente caos cósmico, exista un orden.
Mientras más estudiamos esto, más comprendemos lo pequeños que somos en medio de esas microscópicas y a la vez inimaginables inmensidades, en donde, nosotros, los seres humanos, intentamos hacer vida inteligente en un minúsculo pedacito de roca que, como un pequeño globo azul, flota en un universo que es gigante y que aún continúa creciendo. Desde el punto de vista de nuestra estatura microscópica, el planeta Tierra es enorme.
Somos seres fascinantemente inteligentes que habitamos dentro de un ser vivo llamado planeta Tierra. Planeta en el que se han dado “casualidades” tan infinitamente grandes, que permitieron la existencia de todo tipo de vida, razón por la que casi no queda otro remedio, incluso para quienes dicen ser ateos, que creer que algún ser superior metió la mano para que exista la vida.
Pareciera que alguna vez alguien dijo: vamos a colocar este planeta cerca del Sol, pero no tanto. Podemos quitarle un pedacito para hacerle una luna que lo equilibre. Pongámosle cerca otros planetas más grandes para que absorban meteoritos destructivos. También podríamos colocar suficiente agua y una atmosfera adecuada para que el agua no se evapore. ¿Y qué tal si colocamos un campo magnético que impida la llegada directa de las partículas solares …? Para que el milagro se diera, fueron millones las “casualidades” que ocurrieron y que no podríamos terminar de enumerar.
La vida inteligente es posible gracias a un evento cósmico y fortuito, como lo fue la llegada del famoso meteorito que acabó con los inútiles dinosaurios para dar paso a la vida humana, pero ese, es tema para otro artículo.
Hoy los quiero preocupar con esta información: casi tres kilogramos de nuestro peso corporal se deben a los trillones de microorganismos que viven con nosotros. En cualquier parte de nuestro cuerpo, hay millones y millones de esos microorganismos conviviendo para bien y para mal. Algunos, incluso, son importantes para nuestra existencia, tal como ocurre con la flora intestinal, sin ella, no sería posible la digestión y es allí en donde hay más vida. En los intestinos existen millones de bichitos de diferentes especies que forman colonias. También los hay en la vagina, en el pene, en la cabeza, en el ano, en la boca, en los dientes, en las uñas, en la nariz, en las orejas y en los ojos.
Nuestro cuerpo está minado de seres invisibles al ojo humano, necesitamos potentes microscopios para observarlos, al igual que los astrónomos necesitan telescopios potentes para ver la grandeza del Universo. ¿Están viendo la conexión?
Cada uno de los ocho mil veintiocho millones quinientos cuatro mil doscientos cincuenta y ocho habitantes de la Tierra es un universo lleno de vida. Juguemos por un momento. Piense que usted es un habitante de la flora intestinal de un individuo. Para usted, ese intestino es lo que la Tierra es para nosotros, y para ese microorganismo el cuerpo que lo porta es de una inmensidad inimaginable y seguramente, si ese microbio pensara, estaría interesado en saber qué hay más allá del sistema digestivo. Igual les ocurriría a los hongos que a lo mejor tenemos en la cabeza si también pensaran, seguramente ellos estarían intrigados con lo que pasa en otras partes de su Universo.
Todo lo que nos rodea está lleno de vida. Una inmunda charca, un inmenso mar, un lago o el tanque de agua de nuestra casa, un árbol o una simple mata, son el universo de millones y millones y millones de vida microscópica.
Ya lo sabe, cuando usted vea a un amigo, a un desconocido, a algún familiar o a un perro, una vaca, un morrocoy, insectos o cualquier ser vivo, piense que todos son y somos como las galaxias que se desplazan en un espacio cargado de innumerables seres que dependen de la vida que haga quien los porta.
Algún día moriremos y esos mismos seres que nos habitan serán los encargados de, literalmente, convertirnos en polvo de estrellas de donde un día, de la nada, salimos.
@claudionazoa
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