En los últimos días los operadores mediáticos de la falsa oposición han desplegado una nueva táctica para alabar las bondades del voto en tiranía, aunque no existan condiciones ni garantías electorales. Esta vez argumentan que la mayoría de las transiciones políticas que se han estudiado en el mundo son el resultado del voto expresado en un proceso electoral.
De acuerdo con este razonamiento en un momento determinado el régimen tiránico decide convocar a los ciudadanos para tratar de legitimarse y a través de esa pequeña ventana de participación una mayoría se expresa en contra de la cúpula gobernante obligándola a entregar el poder. Para apoyar este argumento se citan los casos de Chile y Venezuela como ejemplos de la efectividad del voto aun en las condiciones más extremas impuestas por el régimen.
El argumento es tan sencillo como simplista pues falla en reconocer contradicciones y reacomodos entre las facciones de la coalición gobernante como las verdaderas causas que fracturaron a esos regímenes y que solo luego de varios procesos de ruptura interna podían conducir a una transición política.
Una vez que se alteran los equilibrios internos y se produce la fractura del régimen se intensifica la lucha por el control del poder entre las diferentes facciones y dependiendo de quién se imponga el proceso puede tomar un rumbo u otro, bien sea continuar la tiranía bajo una nueva jefatura o construir una nueva coalición con la participación de otras fuerzas para cambiar el modelo político, muy probablemente a uno de tipo democrático occidental.
En Venezuela últimamente se ha dicho que un triunfo del candidato Edmundo González llevaría inevitablemente a una transición política. Esto así planteado quedaría reducido a la hipótesis de que el régimen chavista ha aceptado convocar unas elecciones para aceptar su derrota y consiguientemente entregar el poder.
Habría que evaluar si la convocatoria a las elecciones del 28 de julio obedece a la pugna de facciones internas de un régimen que está fracturado y donde una de ellas obliga a las otras a contarse electoralmente para entregar el poder. O si por el contrario la farsa electoral es un intento del régimen de revestirse de legitimidad, no ante el pueblo o la comunidad internacional, sino ante sus propios componentes militares para racionalizar su apoyo al Estado chavista.
Es cierto que dentro del régimen chavista hay luchas, pugnas y rivalidades pero no estamos de acuerdo con quienes ven en esos enfrentamientos fracturas internas o resquebrajamientos orgánicos, al menos no en este momento. Por el contrario lo que se puede ver es que la facción del régimen que dirigen Nicolás Maduro, los hermanos Rodríguez y Vladimir Padrino López es la que se ha impuesto sobre todas las demás y es la que ejerce el poder realmente existente en Venezuela.
Es una irresponsable ingenuidad sugerir que la facción hoy hegemónica dentro del régimen chavista está convocando a la farsa electoral del 28 de julio para entregar el poder. Si no hay una perspectiva cierta y garantizada que asegure la puesta en escena del 28 de julio la otra opción más probable que tiene esa facción es suspender la mascarada electoral porque no cumpliría el propósito para el cual ha sido diseñada.
Es delirante la visión que tienen los operadores de la falsa oposición que aún sueñan con ganarle con votos a Nicolás Maduro en un sistema totalmente fraudulento y luego esperar a que el chavismo mansamente les ceda el poder. Eso no va a ocurrir porque la facción dominante del régimen que encabeza Maduro no está dispuesta a entregar el poder en forma pacífica. Y ello sólo podría ocurrir si dentro del régimen una fuerza superior, material no espiritual, los confronta, los derrota y se impone obligando a una verdadera negociación y entonces sí abriendo paso a una transición política.