La guerra de Ucrania ya era una excusa antes de que Putin la comenzara, animado por Biden: el americano se arrimó a la frontera rusa, anunció la ampliación de la OTAN hasta llevarla casi al mausoleo de Lenin y le impuso a Europa elevar el gasto militar como nunca, para que el Sánchez de turno se hiciera perdonar sus compañías chavistas comprándole bombitas al representante comercial del sector, empadronado en la Casa Blanca.
Que Vladimiro sea un animal, que lo es, no significa que Occidente no tenga un tortazo en el tímpano: incitó a Putin gratuitamente, se retiró luego a sus aposentos y, en el caso de Biden, se concentró a continuación en vender armas ahora y probablemente cemento mañana, para compensar los años de defensa americana de Europa nunca reconocidos ni pagados pero ya extintos.
Roosevelt, desde una silla de ruedas, unió a su país con Inglaterra, Rusia y hasta China para rematar a Hitler y murió poco antes de aplastarlo. Biden, desde un asilo, se ha dedicado a colocar sus enciclopedias y a darle excusas a Pekín para librar otro asalto en el combate por la hegemonía mundial, con su perrito ruso dándose la del pulpo con el no tan impecable Zelenski y Europa mirando, sufriendo y ejerciendo de pagafantas.
Ser atlantista no es suscribir todo lo que haga Washington ni conformarse con la evidencia de que aún es peor el agente soviético del KGB que manda en Moscú, impulsado por el mismo delirio exterminador de Ucrania que ya tuvo Stalin.
Como entender la gravedad del cambio climático no es aceptar el atraco fiscal que en su nombre llevan perpetrando los gobiernos desde hace lustros para, al final, depender igual del gas ruso, del petróleo venezolano y, los menos tontos, del carbón propio.
La cuestión es que, si aceptamos la excusa de que la guerra es culpable de todo, y Putin tiene la culpa de que Sánchez nos condene a la indigencia y maquille su negligencia, al menos deberíamos pedirles a todos que acaben con ella.
Hemos aceptado que suban los tipos de interés para pagar el exceso de paguitas europeas con las que gobiernos como el de España sueltan 400 pavos a los chavales para videojuegos y Sánchez se hace el concienciado social.
Hemos aceptado que la luz cueste cuatro veces más, la gasolina dos, el gas cinco y el pollo salga a precio de entrecot. Hemos aceptado la pérdida del 11% de la renta y el ahorro por una inflación inducida por los yonquis de imprimir dinero y los adictos a malgastarlo. Y hasta hemos aceptado subir el gasto en armas a la vez que nos dicen que no podemos participar en la guerra.
Y todo con el pretexto de Ucrania, sobre el que pilota la última aceptación ovina: ya se acabará algún día, cuando Putin se canse o América diga que es el turno del cemento reconstructor porque ya ha nivelado el balance del sector armamentístico y vaciado lo suficiente su stock.
Solo Macron, al principio, tuvo algo de discurso y estrategia propios, llamando y viendo a Putin para ver si se podía hacer algo: desde entonces, nos hemos limitado a organizarle una cumbre de la OTAN a Biden, a destrozar aún más la economía europea, a machacar a la ciudadanía con problemas reales y miedos anticipados y a extender la estúpida idea de que no queda más remedio que soportar todo ello.
Sí lo hay: llamen a Putin, siéntense con él, lleguen a un acuerdo razonable, díganle a Zelenski que es mejor un mal acuerdo que una buena guerra y dejen de utilizar el horror bélico como excusa para tapar los errores propios y pretexto para perpetuarlos.
Acaben con la guerra, como sea, y veremos al menos si todo era culpa suya o aquí huele a coartada para que la generación de Sánchez, Von der Leyen, Lagarde y toda esa tropa de monos con escopeta se indulten a sí mismos, a sus fracasos y a sus abusos. Pero primero acaben por la guerra. Por lo civil o por lo militar.
Ya sabemos que Putin es Satán. Pero no tenemos claro si está solo en el infierno. De momento, solo el papa Francisco se atreve a decirle a todos que muevan el culo.
Artículo publicado en el diario El Debate de España
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