Bien es sabido que las ciencias sociales tienen por objeto de estudio la sociedad y el comportamiento del hombre dentro de esta; y también es sabido que, dentro de este orden del conocimiento, la ciencia política se enfoca en el comportamiento y organización de la sociedad en su expresión más elevada, que es la comunidad política: sustrato personal del Estado.
Resulta indiscutible que, desde su aparición en el siglo XVIII, el conocimiento científico sobre estos objetos de estudio (sociedad y política), ha tenido un enorme desarrollo y evolución en beneficio de la humanidad.
No obstante, la generación de conocimiento en el campo social y político no es monopolio exclusivo de la ciencia. Con secular antelación, los otros dos órdenes del conocimiento, esto es, la filosofía y la teología, ya han estado haciendo lo propio en este sentido; cada uno conforme a su particular método y enfoque; generando nociones que hoy, junto con el conocimiento científico-social, entendemos como complementarias entre sí; y permitiendo con ello una comprensión holística de las fenomenologías propias de estos campos.
La sociedad y la política –también la economía– son fenómenos humanos de tal amplitud y complejidad, que su estudio mal puede ser dejado exclusivamente en manos de científicos sociales, sin incurrir en un abordaje reduccionista, limitado; ergo: insuficiente para su plena comprensión.
La teología afirma que la causa eficiente de la existencia de la sociedad y, por ende, de la comunidad política, no es otra que la sociabilidad inherente al hombre: ese carácter gregario del ser humano, que genera la red de relaciones que conforman el tejido social, y que abren la mente y los corazones a la procura del bien común.
Para comprender a profundidad cualquier fenomenología social y política, se requerirá, entonces, tener siempre en cuenta el principio antrópico: recurrir al conocimiento del hombre como sujeto, fundamento y fin de la vida social.
Sin una correcta comprensión de la persona humana en todas sus dimensiones, mal podremos llegar a determinar la causa raíz de los problemas sociales, políticos e, incluso, económicos; y mucho menos encontrar adecuadas soluciones a los mismos.
Ejemplo de ello es el fenómeno chavista, el autodenominado socialismo del siglo XXI; por el cual muchos, dentro y fuera de Venezuela, aún hoy se preguntan cómo pudo haber llegado a calar tan hondamente en la sociedad venezolana, a pesar de sus devastadores y prontamente perceptibles efectos sobre el orden social y la economía del país.
¿Cómo es que una madre chavista pudo haber justificado, ante los medios de comunicación, el asesinato de su propio hijo por haberse atrevido a manifestar contra el régimen? ¿Por qué la corrupción ha podido seducir a tantos miles –o cientos de miles– de venezolanos, que no han dudado en enriquecerse ilícitamente a costa de la destrucción de su propio país? ¿Qué hace que un militar venezolano subyugue a su propio pueblo, siguiendo instrucciones de la tiranía cubana? ¿Cómo es que un usurero revendedor de medicinas puede hacer riqueza con la desgracia de un enfermo crónico o terminal? ¿Qué hace que un adepto al chavismo llegue a contradecir su propio credo religioso, para mantener la defensa de una “revolución” plagada de contrariedades a los principios judeo-cristianos?
Sin duda, las respuestas están en el fuero interno de cada venezolano, en esas profundidades del ser humano, insondables para la ciencia.
La antropología cristiana señala que el hombre –la persona humana– es un ser multidimensional: su existencia no se limita al mero ámbito físico, corporal, del espacio-tiempo (plano de lo visible y temporal), sino que, en simultáneo, despliega su existencia en el ámbito de lo psíquico y de lo espiritual (plano de lo invisible y trascendente).
En este sentido, afirma sabiamente el magisterio de la Iglesia Católica, que cada ser humano tiene existencia en seis dimensiones, a saber: personal, social, corporal, espiritual, histórica y trascendente; siendo que en todas ellas el hombre ejerce su voluntad y libre albedrío: potencias del alma racional que nos distinguen de los seres con alma meramente sensitiva (los animales); y que, por lo tanto, hacen que nuestros actos estén siempre regidos por el orden moral.
La vida social y política pertenecen a las dimensiones social e histórica del hombre; pero, por Principio de Unidad de la Persona Humana, estas dimensiones están inseparablemente relacionadas con las restantes cuatro; todas las cuales se impactan entre sí, pues una y única es la persona que se despliega en todas ellas.
Así, un venezolano con hambre inducida (debilitado en su dimensión corporal); con la autoestima seriamente resquebrajada por el drama familiar y la injusticia social (lastimado en su dimensión personal y psicosocial); sometido a una sistemática prédica del odio; carente de temor de Dios y alejado del bien (afectado en su dimensión espiritual); ha sido más proclive a dejarse seducir una ideología y una oferta política contrarias al bien común. Su instinto de supervivencia, su resentimiento social, su anomia moral y su debilidad espiritual; le han impulsado al egoísmo, a la expoliación, a procurar su exclusivo bien material, incluso a costa del mal general que ha estado causando su propia gente, a la sociedad a la que él mismo pertenece.
El abordaje de la fenomenología constituida por el socialismo del siglo XXI y sus devastadores efectos sociales, políticos y económicos; con soslayo de las implicaciones morales y espirituales presentes en todos los actos humanos, resulta incompleto y, en tal virtud, insuficiente para su comprensión plena.
El socialismo del siglo XXI es una ideología dañina para el hombre, que ha logrado la desfiguración de la venezolanidad; es un letal enemigo de la concordia, de la paz, de la sana convivencia; que hace resonar las palabras de Juan Pablo II en la carta encíclica Centesimus Annus: “La dimensión teológica se hace necesaria para interpretar y resolver los problemas de la convivencia humana”.
Todos los ámbitos de la convivencia humana (familiar, social, político, económico, etc.) están sujetos al orden moral, y no son ajenos a la dimensión espiritual de la persona humana.
La teología aporta nociones necesarias para alcanzar el adecuado conocimiento del hombre, de la sociedad y de la política; y por tanto nos da luces acerca de las causas de esta insospechada involución social y política de la nación venezolana, y de esta inefable retrogradación humana y cívica de quienes aún sostienen la causa chavista.
Son muchos y valiosísimos los aportes del orden teológico en este sentido. Unos de los más importantes, en abono del desarrollo de la Teoría Social y Política, es el sentido moral del hombre; tema de reflexión metafísica desde la antigua Grecia.
Al abordar este tema, la antropología cristiana ha aclarado que el sentido moral, gracias al cual podemos intuir el bien y el mal (lo que se debe hacer y lo que se debe evitar); si bien es innato, propio e inmanente a la naturaleza humana; tiene particular despliegue en el ámbito relacional del hombre (en las relaciones con sus congéneres).
Conforme a las enseñanzas del magisterio social de la Iglesia Católica, es preciso tener presente que ese sentido moral innato al hombre no implica que la sociabilidad humana comporte, automáticamente, la comunión de las personas entre sí; esto es, el don, la entrega amorosa de unos a otros en procura del bien común. Ello debido a que, como afirmaran los padres del Concilio Vaticano II en la Constitución Gaudium et Spes: “Por la soberbia y el egoísmo, el hombre descubre en sí mismo gérmenes de insociabilidad, de cerrazón individualista y de vejación del otro”.
Precisamente, el “hombre nuevo” surgido del socialismo chavista y cuya incubación fuera tan cacareada por el difunto dictador; es prueba de que ese sentido moral innato no es garantía de bondad en el hombre; y mucho menos de comunión y solidaridad para con el prójimo. El hombre siempre será libre para optar entre el bien y el mal. Y –guiado por el odio, el resentimiento y la tentación del dinero mal habido– en Venezuela un gran grupo humano llegó a optar por el mal: prefirieron la corrupción y la dádiva estatal antes que el trabajo generador de riqueza; la cerrazón ideología antes que el esplendor de la verdad; incluso, muchos optaron por el paganismo y hasta los ritos satánicos, abandonando su fe en Dios. Con sus votos en las primeras de cambio, luego apoyando sucesivos fraudes electorales, y siempre mostrando los dientes de la violencia potencial (“Esta es una revolución pacífica, pero armada”); los adeptos al chavismo han tenido la capacidad de sostener por dos décadas a un régimen realmente perverso, malvado, lacerante de la humanidad en tierra venezolana.
La extinción de la maquinaria de muerte denominada socialismo del siglo XXI, comienza en el fuero interno de cada venezolano; requiere de un cambio personal, de un indispensable proceso de conversión moral y espiritual.
Sin duda, la recuperación de la libertad, la concordia y el bienestar general en Venezuela requiere de un sesudo plan de acciones sociales, políticas y económicas; pero primero pasa por la restauración psíquica, moral y espiritual del venezolano. Y en este sentido no hay tiempo que perder. Es tiempo de sacar lo mejor de nosotros mismos como personas, para impactar positivamente la sociedad. Es tiempo de deponer el odio, y también de dominar la concupiscencia por el poder y el tener, que nos han conducido a ser una de las sociedades más violentas y corruptas del mundo.
Por amor a nosotros mismos y al prójimo, debemos recuperar la visión del bien común, que no es más que nuestro propio bien en comunión con el de nuestros semejantes.
La comunión entre los venezolanos –deseable en todos los ámbitos de nuestra relacionalidad humana, incluida nuestra comunidad política– si bien es prescrita por nuestro sentido moral innato; para su efectiva concreción requiere de una indispensable decisión personal, signada por la apertura amorosa hacia nuestro prójimo y su bien, como si se tratara del nuestro propio (“Amarás al prójimo como a ti mismo”).
La batalla contra la perversidad intrínseca al socialismo del siglo XXI no es solo en la arena política; también lo es en el campo moral, psíquico y profundamente espiritual. Queda de nosotros obviarlo o no.
Noticias Relacionadas
El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!
Apoya a El Nacional