No han dejado de abundar las críticas alrededor de las opiniones que expresan los venezolanos en el exterior sobre la situación que padecemos. A muchos les parece inapropiado que pontifiquen sobre la política del país porque no saben ni la mitad de la misa, o porque algunos pasan exilios dorados mientras los de dentro se comen las verdes. Es una confrontación sobre la que conviene detenerse, para buscar los equilibrios que tanto necesitamos en el teatro de desazones levantado por el régimen usurpador.
En primer lugar, se debe afirmar sin vacilación que nadie tiene el monopolio de las opiniones sobre la tragedia venezolana. Al contrario, conviene que todos se expresen con libertad, independientemente del lugar en el cual se encuentren ubicados. Y, después, que el alejamiento geográfico no reduce la necesidad de saber y de comunicar asuntos sobre el destino de la sociedad. Al contrario, la aumenta debido a que la lejanía conduce a una búsqueda de noticias sobre lo que se ha dejado y a una preocupación que se evidencia en la multiplicación de mensajes cada vez más acuciantes sobre una vida que no pueden vivir porque, por desdicha y a la fuerza, se forma parte de un exilio masivo.
La diáspora venezolana importa por el escandaloso número de sus integrantes, obligados no solo a buscar supervivencia en otras latitudes, sino también atados a la necesidad de mantener vínculos con sus raíces. De allí que no dejen de mirar a su punto de origen y, desde luego, a reflexionar sobre su destino. En lugar prominente de esa diáspora se encuentran los políticos, los luchadores que no han tenido más remedio que alejarse para no perder su libertad o su vida. ¿Cómo pedirles sin escándalo que mantengan la boca cerrada? ¿Cómo obligarlos sin ofensa a que dejen de ser lo que fueron para convertirse en espectadores pasivos y silenciosos? ¿Cómo condenarlos a un silencio que no merecen?
Pero, quizá, para terminar, debamos destacar un matiz: en realidad importa que opinen porque es imprescindible y justo, pero no siempre aciertan en lo que opinan por razones obvias. La distancia es un obstáculo que impide la captación de pormenores imprescindibles, el alejamiento físico los puede conducir a generalizaciones y distorsiones que deben considerarse a la hora de su recepción. Con esta salvedad siempre será bienvenida su palabra, su orientación, su compañía.
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