Recientemente, una serie de eventos ha hecho evidente la importancia de reconciliarse con el pasado, de evaluarlo y revisitarlo en función, no solo del pasado mismo, sino del presente y, especialmente, del futuro inmediato. Uno de estos episodios lo protagonizó el presidente saliente de México, Andrés Manuel López Obrador, al exigirle al rey de España, Felipe VI, una disculpa por los abusos cometidos por el Imperio español durante la conquista y la colonización de lo que hoy es México. También hace pocas semanas, en un viaje de Estado del rey Carlos III del Reino Unido y su esposa, la reina consorte Camila, en Australia y otros países que forman parte de la Commonwealth se vivieron episodios similares. Dirigentes políticos, líderes y comunidades locales exigieron rectificaciones sobre el pasado colonial. A esto pudiéramos añadir lo que, en los últimos años, ha sido común en varios países, entre ellos Venezuela y Estados Unidos: la destrucción de estatuas erigidas a personajes que se tenían como héroes o prohombres y, en cierta medida, modelos de ciudadanía.
En cuanto a las peticiones de rectificación o de pedir perdón debemos considerar, sobre todo, sus motivaciones, más allá de demandas partidistas circunstanciales, que también las hay. Deben interpretarse como una incomodidad, sea colectiva o de determinados sectores sociales, con respecto al pasado. Tal incomodidad puede generarse por eventos vividos hace mucho o poco tiempo o, incluso, por las formas de ser interpretados, generalmente subordinadas a ideologías (legitimadoras o deslegitimadoras).
En el caso del continente americano, la herencia española constituye un valioso aporte que se conjuga con la extraordinaria riqueza de los pueblos indígenas, con su vivificante presencia actual, que nos llena de significados, de conocimientos, de posibilidades para la construcción de proyectos y pactos sociales viables y sostenibles. A esta doble riqueza se añade la proporcionada por los negros esclavizados, traídos de África a las Américas en la época colonial. Aquí han desarrollado distintas manifestaciones culturales dignas de aprecio, aunque afirmar esto sea una perogrullada. Como los demás grupos sociodiversos, no solo tienen el derecho de integrarse y aportar a los proyectos de futuro, sino que son imprescindibles para lograrlos. No debe soslayarse tampoco la necesidad de reparaciones por los daños sufridos, incluso en la actualidad, especialmente como producto de la injusta pervivencia de fenómenos, ocultos o patentes, de desvaloración, invisibilidad social, exclusión, discriminación y racismo.
El caso reciente de España resulta ilustrativo. Se ha producido un acercamiento creciente hacia Hispanoamérica. Durante el reinado del rey Juan Carlos, debe recordarse la celebración en 1992 del medio milenio de la llegada de Colón a América. Esa celebración puso en evidencia una nueva actitud de colaboración y de rectificación del pasado. Si bien dicha conmemoración fue objeto de muchas críticas y controversias aún vigentes y no resueltas, el sentido fue de acercamiento de dos mundos, de celebración del resultado complejo y diverso de todos esos procesos no exentos de dolor, vejaciones e injusticias. Por ello, no admiten una mirada acrítica ni plana, similar a las que propugnan la leyenda dorada y su contraparte, la leyenda negra.
No solo se puede pedir perdón con palabras, aunque sea una hermosa y efectiva forma de hacerlo, sino que también se puede lograrlo mediante actitudes. En este sentido, la manera como España se ha acercado a América últimamente resulta susceptible de interpretarse como un metalenguaje semánticamente orientado a mostrar un talante reparador.
Es también el caso de la Iglesia Católica. San Juan XXIII y san Pablo VI rectificaron y pidieron perdón. Más explícitamente lo hicieron luego san Juan Pablo II, Benedicto XVI y el papa Francisco. Destaca la concepción de Juan XXIII sobre la errónea consideración de los judíos como pueblo deicida. A ello se suma lo expresado por Juan Pablo II, Benedicto XVI y el papa Francisco sobre el uso antiguo, por parte de la Iglesia, de métodos violentos de evangelización e imposiciones en América. Igual sucede con las condenas del horror que supuso la Segunda Guerra Mundial, el nazismo y el Holocausto, así como todas las guerras y enfrentamientos bélicos, incluidos entre otros el genocidio armenio y las matanzas que en la actualidad diversas potencias intentan contra pueblos vecinos, haya o no razones justificadas para reprimir, en ciertas situaciones, reacciones violentas.
Se trata, en todo caso, de un tema con muchas aristas. Semeja un laberinto de posiciones sobre las que no es fácil emitir juicios a priori o resolver a favor de un punto o del otro, porque no se trata de negro y blanco sino de grises, de tonalidades intermedias, de claroscuros. En todo caso, reluce la importancia de los estudios históricos, sociológicos y antropológicos sobre el pasado y el presente, con la vista puesta en el futuro. Se requiere de rectificaciones, de superación de visiones estereotipadas e ideologizadas del pasado, fabricadas desde un presente que muchas veces se intenta justificar precisamente con el pasado.
Resulta esencial la necesidad de reencontrarnos con la historia, de reconciliarnos con el pasado, con nuestro propio pasado, de entendernos. No siempre ha habido justicia, pero tampoco todo es despreciable o condenable, a pesar de las inequidades, invisibilidad, desprecio e, incluso, racismo.
Las peticiones de que los viejos imperios (ya inexistentes) pidan disculpas o la destrucción de los símbolos nos debe hacer reflexionar. Habría que preguntarse cuánto tienen los egipcios de hoy del antiguo Egipto, los griegos modernos de los griegos antiguos, los italianos actuales del Imperio Romano y, aunque la perspectiva temporal sea menor, cuánto la España actual aún tiene de la España imperial de los siglos XVI y XVII.
En el caso de Hispanoamérica, parecería que hay muchos puntos todavía oscuros en la comprensión del pasado. Sin embargo, no podemos tener una visión simplificada, una interpretación superficial, como de manuales de escuela, sino una aproximación a los múltiples caminos y recodos del laberinto de nuestro pasado y de nuestra estructura social, teniendo como meta la reconciliación, la inclusión y el empoderamiento de los sectores despreciados y subalternos. El caso del Reino Unido temporalmente está aún más cercano, pero también, en principio, le son aplicables estas reflexiones.
No se trata de justificar el imperialismo ni los abusos de poder, sino de entender el pasado, revisarlo críticamente, ofrecer versiones reconciliadoras y sanadoras para avanzar y, en lo que quepa, deslastrarnos de sus ataduras y consecuencias indeseables.
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