OPINIÓN

Sobre la posverdad

por Vicente Carrillo-Batalla Vicente Carrillo-Batalla

La propaganda nazi fue un esfuerzo coordinado –anterior y mientras tuvo lugar la II Guerra Mundial– que se propuso influir sobre la opinión pública de Alemania, valiéndose para ello del cine, los materiales impresos y la radio como herramientas por excelencia para la difusión de ideas, informaciones deformadas y consignas sobre las cuales se asentó la gran popularidad del Nacional Socialismo como doctrina política. El Ministerio Imperial para la Ilustración Popular y Propaganda dirigido por Joseph Goebbels –una poderosa maquinaria que alcanzó todos los niveles sociales–, se hizo cargo de la orientación y censura que recayó sobre los medios de prensa férreamente controlados por el régimen, extendiéndose su influencia a todas las manifestaciones de cultura que igualmente debieron ponerse al servicio del partido y su definición ideológica. Llegaron al extremo de quemar libros que estimaron contrarios a la línea de pensamiento oficial, tal como fue el caso de la obra publicada en 1929 por Erich Paul Remark, mejor conocido como Erich María Remarque, Sin novedad en el frente.

La técnica goebbeliana se ha simplificado en la frase que se le atribuye y según la cual “una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”. Por su parte –durante y una vez finalizada la guerra–, los Aliados hicieron uso de la propaganda en sentido contrario para denunciar falsedades acuñadas por Goebbels y sus colaboradores, una respuesta sin duda explicable, muchas veces necesaria, pero que igual puede inducir a la confusión cuando se trata de ser objetivos ante hechos históricos controvertidos. Cabe destacar que antes de la guerra, la estrategia comunicacional consistía en crear enemigos externos –entre ellos, quienes estuvieron detrás de la firma del Tratado de Versalles–, así como adversarios internos del pueblo alemán, dando lugar a fuertes resentimientos históricos y a un antisemitismo de graves consecuencias para la humanidad.

En tiempos recientes se viene hablando de la posverdad, un concepto que se define como aquella situación en que los hechos objetivos son menos determinantes que la apelación a las emociones o a ciertas convicciones particulares en la conformación de la opinión pública. Manipulación que trastoca creencias y sentimientos con el fin de influir en el accionar de la gente. Describe, como señalan algunos, el nuevo método de traslado de información que tiene como propósito intervenir el comportamiento de una comunidad humana a partir de la inducción reiterada de una visión tendenciosa de la realidad. Pudiera ser en esencia una reedición de la referida técnica goebeliana, mediante la cual se crean verdades que no encuentran correspondencia en los hechos y que terminan validándose por sus receptores como consecuencia de una persistente repetición.

Pero el problema reside en que, a raíz de lo anteriormente apuntado, las noticias falsas (fake news) podrían convertirse en el insumo determinante para la toma de decisiones humanas. Noam Chomsky –con quien no compartimos puntos de vista ni mucho menos ideología– habla de la desilusión respecto a las estructuras institucionales que ha deparado en pérdida de toda credibilidad en los hechos. Si no confías en nadie –se pregunta– ¿por qué tienes que confiar en los hechos? Si nadie cree en mí, ¿por qué tengo que creer en nadie? Un razonamiento impregnado de nihilismo que incluso niega el valor de las instituciones, mejorables sin duda, si se trata de responder a las expectativas del ciudadano común.

Y a qué dudarlo, los seres humanos terminan creyendo en aquello que satisface sus emociones primordiales, aunque ello contradiga hechos o realidades suficientemente comprobadas. Parece indiscutible que las frustraciones acumuladas después del repetido incumplimiento de promesas electorales se suman a la creciente desmejora en las condiciones de vida, aportando un terreno abonado para los sentimientos de odio de clases que afloran en nuestras sociedades de hoy en día –los sucesos parecen demostrar una mayor tendencia a creer en mensajes sesgados y a perseguir esos sentimientos no pocas veces autodestructivos, como hemos visto en las últimas décadas en nuestra sociedad venezolana, ahora en España, incluso en Estados Unidos–.

Los prejuicios entrañan una connotación negativa que mayormente proviene de formas de pensar adquiridas desde la infancia. De allí resultan muchos discernimientos que carecen del debido soporte en la realidad de los hechos históricos. El problema es cuando se hacen repetitivos y se convierten en artilugios para la manipulación de las masas; se ha dicho que el prejuicio dispone de mayor fuerza que la verdad científica o suficientemente comprobada. Y lo grave del caso es que en tiempos actuales la dimensión del prejuicio adquiere mayor envergadura, en vista de la inusitada penetración de los medios de comunicación convencionales y ahora de las redes sociales. He aquí una primera diferencia –desde el punto de vista de los métodos empleados, con la ya dos veces citada técnica goebbeliana–. Y es que la difusión de informaciones falsas se hace efectiva en segundos y además de forma multitudinaria; desde los contenidos escritos hasta el audio y las imágenes, se pueden proveer deformaciones de la realidad, incluso derivadas de fuentes diversas que de manera simultánea pretenden confirmarse unas con otras –y al ser muchos quienes repiten una misma versión alterada, pudiera convertirse en verdad generalmente aceptada–.

Es así como hemos llegado al mundo al revés de la política coetánea, a la posverdad que venimos comentando. Sobre el señuelo comunista –la ultraizquierda sigue siendo gran artífice de la posverdad– y la estrategia de Occidente, decían los franquistas –de quienes tampoco somos partidarios en la misma medida de nuestras profundas convicciones democráticas– que “…el comunismo se ofrece con ímpetu de juventud, con dinamismo, con conocimiento de la situación, y explota en sus banderas el lema de la justicia social que las masas más numerosas demandan, halaga las pasiones, a la empresa capitalista opone la empresa pública…”, pretende cambiar la historia y continúa promoviendo en nuestros días formas diversas de subversión –las más de las veces encubiertas–. Posverdades a las que no se han opuesto rebatimientos de manera eficaz y por lo cual todavía subsisten o se regeneran a pesar de los comprobados fracasos históricos del socialismo real y sus versiones tardías.

Urge pues un despliegue informativo de signo contrario a la posverdad, que reafirme evidencias a partir del conocimiento de la certeza contemporánea –también de la histórica–, de los hechos verificables devenidos en referentes de civilidad y de espíritu democrático. Porque las más de las veces, en la posverdad subyace la negación de la realidad visible, tanto como el resentimiento y el odio de clases, todo lo cual se debe contrarrestar de manera inteligente y auténtica.