“Lo único necesario para que triunfe el mal es que los hombres buenos no hagan nada»
Edmund Burke
Fobos y Deimos eran hermanos gemelos, hijos de Ares, dios de la guerra, y de Afrodita. Ambos representaban el terror, el miedo y acompañaban al dios en sus incursiones bélicas. La guerra y la fuerza siempre han sido motivos de temor y miedo, así Ares, plaga de la raza humana, siempre estaba acompañado por Fobos y Deimos, para infundir miedo en la batalla, terror en los mortales. Enio, la odiosa hermana de Ares, representaba la guerra oscura, ruin y vil, su semiología la hacía lucir semejante a Atenea, pero bañada en sangre, sin ninguna virtud, sólo en ella yacía el hibris, la desmesura del orgullo, el encumbramiento del carácter destructivo, la sobredimensión de una personalidad abyecta, en fin, el anatema de toda forma de virtud.
Deimos acompañaba a su furibundo padre, Ares, repugnante para mortales y dioses, representación del odio y de la fuerza. Fobos atormentaba a quienes no se sentían dispuestos a la lucha, una suerte de deidad telúrica y vengativa, canta Homero en La Ilíada:
“Se ve así a Ares, plaga de los hombres, marchar al combate, seguido de Fobos, su hijo intrépido y fuerte, quien pone en fuga el belicoso más resistente” (Homero, 1991, pág. 298)
De tal suerte que para los griegos, Fobos producía temor, angustia, miedo, terror, marcaba la conducta de los humanos y además representaba el imperio de los miedos sobre la razón. Es esta figura mitológica el vestigio mental para describir el principio de trastorno de identidad disociativo y de las fobias, de hecho el étimo de la palabra phóbos es fobia, ese trastorno de identidad disociativa (TDI) es el ejemplo de la coexistencia de múltiples personalidades en una sola persona, de tal suerte que el miedo es progenitor de importantes patologías mentales que van desde el TDI hasta las fobias o miedos viscerales.
Fobos, Deimos y Enio dialogan en los intersticios de nuestros terrores, en los extravíos de nuestras personalidades. En los momentos de miedo paralizante, se hacen acompañar del horror violento de Ares y su sola mención produce un estado de malestar general. En las fauces dentadas de Fobos esculpidas en el Escudo de Heracles subyace, Enio sobrevuela sobre su cabeza y produce la estampida de todos los humanos, el terror que inmoviliza, que castra, que compele a la parálisis, el terror que ocupa toda la vida, el pánico que se asemeja a la muerte, he allí a Fobos, en esas oscuras horas reina Fobos y Deimos.
Mellizos divinos, deidades duales, misma fealdad en dos caras de la moneda o en el anverso y el reverso del escudo de Heracles, allí conviven, existen, alternan y viven los unos sobre los otros en una argamasa hórrida, que es preludio de muerte, atropello y violencia homicida, ergástulas seguras, calumnias perennes, traiciones nuevas y viejas, inmunda cohabitación.
De nuevo la Casa Grande, Grecia, nos permite hacer exégesis de estas hojas oscuras y mustias de nuestra historia patria, quizás las más aciagas, las más terribles, hojas del horror que creíamos haber superado en el siglo XIX, de los traumas de las tiranías del siglo XX y que nos llevan a una dimensión, distinta, la nicaragüización de la política en Venezuela. Fobos y Deimos son instrumentalizados para hacer política de Estado, inútiles son las declaraciones de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), ante las violaciones de los derechos humanos y la criminalización de la disidencia. Pensar es un delito en un país secuestrado por la lógica del pensamiento único, nadie se encuentra a salvo, nadie deja de ser sospechoso, la fobia a la disidencia es el culmen de la victoria del chavismo. En medio de este marasmo la tiranía acude a formas incalificables de persecución y asedio, el arresto a líderes de la oposición bajo supuestos de manidos planes de desestabilización son el pan nuestro de cada día.
Finalmente, la indiferencia es indefectiblemente una puerta hacia el mal, la indiferencia nos puede llevar a la pérdida del país, a la destrucción del hombre. La indiferencia es maldad absoluta y así lo recoge el célebre poema “Indiferencia” del pastor luterano Martin Niemöller, atribuido a la pluma de Bertolt Brecht, pero cuyas líneas muestran cómo el horror del III Reich fue el producto de la cohabitación y la indiferencia absoluta hacia el mal:
“Primero vinieron por los socialistas y yo no dije nada, porque yo no era socialista.
Luego vinieron por los sindicalistas y yo no dije nada, porque no yo no era sindicalista.
Luego vinieron por los judíos y yo no dije nada, porque yo no era judío.
Luego vinieron por mí y no quedó nadie para hablar de mí”
(Niemoller, 1933)
Decidiremos sí callar y mantenernos indiferentes o finalmente, entender que ese grito de ¡Auxilio! puede ser ejecutado por cualquier venezolano que se atreva a pensar en un país diferente, usted decide si ignorar ese grito de ¡Auxilio!, o sencillamente gritarlo y que nadie le escuche.
“La indiferencia es una definitiva puerta abierta hacia el Mal.”
Edmund Burke.
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