OPINIÓN

Sobre el pensamiento crítico y otros deportes de riesgo 

por Eduardo Figueroa Marchena Eduardo Figueroa Marchena

Augusto Comte, hace ya bastante tiempo, desarrolló su ley de los estados de pensamiento. El primero de ellos es el ficticio, donde todo lo sobrenatural, lo mágico o mitológico recibe la pesada carga de culpa y responsabilidad ante aquello que no somos capaces de entender, de asumir. En su teoría, Comte indica que al ganar edad y experiencia, tal estado va quedando sepultado, abriendo paso a lo metafísico y por último a lo científico o positivo. 

El artículo de hoy no va sobre psicología, va sobre la autocensura, la autolimitación y los linderos que como sociedad nos vamos imponiendo, con el único fin de «no» hacer un esfuerzo más allá de visos superficiales. Porque el ejercicio de pensar, de leer y analizar requiere tiempo, esfuerzo, requiere compromiso, y eso querido lector, resulta aburrido. Es más económico, cognitiva y emocionalmente, endosar, sin espacio a la crítica, un cheque en blanco a los liderazgos que van surgiendo, revistiéndolos de infalibilidad y dotes extraterrestres. Así estos vengan con costuras, con antecedentes o, en el mejor de los casos, con impericias. 

Nos sigue saliendo muy costoso el confiar porque si, porque queremos dejar en la esperanza, la fe y lo mágico el tránsito a una democracia. Claro que ahora se perciben elementos que antes no se veían posibles. Simbólicamente el chavismo terminó, socialmente, «el proletariado» ha reconocido la estafa del comunismo, ha aceptado que la igualdad es hacia abajo y que sus idílicos caudillos engordan y se lanzan a los brazos de placeres capitalistas sobre los cuerpos desnutridos de niños que gritan consignas de patria y revolución.

Pero retornando a Comte, hay una alerta que debe preocuparnos. Y es que después de tanto sufrimiento y desamores, continuamos con el masoquismo de adorar con pasión infantil a quienes van al timón en las caudalosas mareas opositoras. No importa si se contradicen, no importa si improvisan, no importa si agotan el capital ciudadano. Se decide creer, con un fervor religioso que impide criticar desaciertos, que no permite siquiera alertar de los baches en los que una y otra vez todos han caído. Porque no se quiere entender que sobre la crítica y la inconformidad se erige la innovación, el aprendizaje y la mejora. El sentido crítico dio paso a la penicilina. La inconformidad creó las computadoras, los carros y los aviones. Sin el sentido crítico, aún estaríamos en las cavernas. 

Es nuestro deber humano practicar y desarrollar sentido crítico. Educar a gobernantes y candidatos, enseñarles que el mejor regalo ciudadano no es el voto, es la crítica,  sólo si de ella están dispuestos a mejorar. Lo mágico y sobrenatural… Se lo tenemos que dejar al ratón Pérez y compañía.