“No se puede separar la economía de la política si se pretende avanzar en un examen certero de las circunstancias. La economía es demasiado importante para dejársela solo a los economistas” Joaquín Estefanía, “Refundar el capitalismo (otra vez)”, El País, 28 de febrero de 2020
El homo venezolano vive la hora de la confusión, de la frustración, de la desesperanza y así, deambula por el presente corredor existencial turbado, amargado y vacilante. No sabe dónde está ni qué le espera, ni que sea falso ni que sea real.
El asunto y tengámoslo en cuenta, sin embargo, va mucho más allá de la pandemia que, de suyo sacude al mundo y lo acompleja y, a la Venezuela en mengua, más que asustar angustia, por la convicción de penuria y vulnerabilidad que concientiza la cuasi totalidad de los connacionales.
El venezolano cae por un precipicio sin fin. Quisiera un acabose, estrellarse tal vez de una vez en el fondo y destrozado preguntarse si está vivo o si la muerte es lo mismo que vivir agónico, pero el contumaz de la maldad que perdura y el azar aciago ahonda los espacios y hace de su atolondrado viaje una suerte de eternidad.
Confieso mirar por ratos ese Cristo de San Juan de la Cruz de Salvador Dalí que se hunde y no obstante se mantiene, como un ejemplo brutal de la desesperanza de la vida. El genio catalán no lo dejó en la cruz sino que lo mostró luego en su ascensión, dejándonos perplejos, efímeros, inermes, como si el final durara hasta volver a ser también comienzo, la sensación de la insignificancia.
La tormenta perfecta suena, como un afortunado lugar común para, resumir el siniestro apocalíptico que derivó de las atrabiliarias y desafortunadas acciones de la clase política más inepta, mórbida y corrupta que América y quizá que el mundo haya conocido. Me temo que algo de esta dura sentencia también le cae a los opacos dirigentes de la oposición que como bien dice el común, ¡no dan pie con bola…! En descargo, sin embargo, de estos hemos de decir que nuestro pueblo tomó del elixir de la demagogia unas copas demás y, aun no se recupera de la resaca en que el difunto lo metió o asume que todavía hay francachelas pendientes.
Me detengo y me interrogo, cómo pueden algunos aún añorar al de Sabaneta. El Silbón que ahuyentó todo lo bueno que teníamos y convocó una revolución que alcanzó todos los fracasos. Pero ni la evidencia los convence y valga evocar al dicharachero popular: “No hay peor ciego que el que no quiere ver”. Se enamoraron y con ello, de nuevo regresa en fuerza a mi memoria Ortega y Gasset sobre el enamoramiento: “Es un estado de miseria y debilidad mental…”.
Empero y como hemos venido insistiendo en otras ocasiones, tropezamos con la adulteración de los hechos por aquellos que lo necesitan y motivados por intereses distintos a los que animarían a la academia o, simplemente, al común de los seres humanos que requiere saber o no le importa si debe a cambio despejar o deducir.
¿Es de la esencia de la verdad el ser impotente, y de la esencia del poder el ser fraudulento? (Arendt 22). Quiero iniciar esta modestísima cavilación abordando además, con vocación y fe en la verdad, una consideración a menudo presente en cualquier latitud social, pero a mi juicio, nuevamente apremiante. Ante la innegable recrudescencia de la injusticia en el mundo y en nuestra Venezuela lacerada, flagelada, torturada, desfigurada, disoluta, veamos cómo puede examinarse la economía y, cómo la política ante la realidad que de suyo no solo muestra sino que, no puede dejar de denunciar.
Hay un contenido ético en la verdad, en su asunción, en su seguimiento como un valor fundamental. Y las decisiones que la acción social y política y el poder emprenderán, están impregnadas de consecuencias y responsabilidad. Por ello, deben ser bien ponderadas y desde luego, equilibradas y sustentadas en una base de racionalidad y justicia.
En paralelo, es menester sin pretensiones echar a andar una sencilla descripción del drama venezolano, con el ánimo de suscitar de una vez, un debate en dos dimensiones. Lo inmediato y lo estratégico. Es responder a la pregunta del día después, cuando regrese la luz y se haya ido la obscuridad chavista con sus espalderos y alienados, con sus esbirros de ojos desorbitados, con sus colectivos de buenos disfrazados, con sus falacias y lisonjas al pueblo humilde hambreado y entre resignado y para sí mismo en definitiva extraviado. ¿Qué habría que hacer?
Lo primero es admitir que no se tratará de un acto de magia que en un chasquear de dedos nos regrese al bienestar. The day after nos dejará ver, más nítido y profundo, la extensión del daño, las resultas del cataclismo que la ignorancia y el ideologismo pudieron llevar a cabo.
Macroeconómicamente Venezuela esta exánime, catatónica, sin signos de vida. En medio de una depresión profunda que nos ha visto reducir la producción en los últimos 6 años, hasta en 60% la relación de producción de bienes y servicios, endeudados por encima de 100% del PIB, en estado de atraso o default con buena parte de los acreedores, sin datos estadísticos inclusive, siendo que el BCV y otros organismos son los cómplices del sonoro silencio, detrás del cual se encuentran las cifras que desnudan la peor gestión económica del mundo y nótese que no exagero. Todos los estudios de agencias y organizaciones internacionales, así lo confirman.
Una economía demolida además y envilecida, sin la más remota capacidad para invertir y en medio de una deletérea suerte de depresión general y una moneda que ofende al libertador llamarla por su nombre, una industria petrolera en estertores de muerte, obsoleta y en período de obsolescencia, una reducción de la producción agropecuaria que tardará años en recuperarse y en honor a la verdad, nunca fue gran cosa porque el prisma petrolero nos encandiló y sedujo con el argumento de una renta que nos hacía creer que éramos ricos e importaríamos cualquier cosa si hiciera falta. Una manufactura completamente paralizada y sus equipos en franca decrepitud.
El desguace del aparato público, carente, falente, inoperante es una herida transversal que amenaza la vida misma de la potencia pública. Una desinversión impresionante para dilapidar y complacer la compulsiva necesidad de lisonjas del caudillo difunto dejó nuestra industria eléctrica en el piso y a toda Venezuela en la condición de testigo fatuo de la privación del servicio, más grave y recurrente de América Latina. En dos décadas no lograron hacer tampoco dos embalses y, obviamente, solo mostramos en cuanto abastecimiento del líquido vital, un déficit grosero, que frustra además cualquier plan de desarrollo incluido el turismo que, a la distancia y por perceptibles ventajas comparativas luce, ahora más que nunca, de impajaritable convocatoria.
El fondo de estabilización macroeconómica y el ilegal fonden vaciados sin explicación ni justificación, confirma lo que fue un festín baltasariano de dispendio y corrupción como lo habría llamado mi amigo y difunto Cristóbal Hernández Angola. El presente deliberadamente borró al futuro, no aceptó ninguna prevención ni precaución. La planta física de hospitales, dispensarios, colegios y universidades, vías de comunicación, sistemas de riego, inclusive saqueados, inutilizados, sin servicio de agua, sin baños, se exhibe disfuncional. La Venezuela otrora referencia en América Latina en materia de Seguridad Social, sencillamente se cae a pedazos.
Puedo seguir enumerando y describiendo el escenario del país que nos lega la revolución de todos los fracasos, pero todos y en todas partes tienen frente a si la evidencia que debería convencerlos, pero hay otros gravámenes que el populismomilitarista ideologizado nos ofrece y que presentaré de seguidas y tanto o más gravoso y perjuicioso que los antes mencionados.
En efecto, destruyeron, vejaron, contaminaron, infectaron la institucionalidad, que es lo que tendremos, por cierto, para ese día después y en espera de articular la transición tan mentada como desconocida como opción o como proyecto. Con ese Estado parece inviable salir a desmontar y volver a erigir una estructura eficiente y proba.
La seguridad y la defensa por señalar una función fundamental para la sociedad, en manos de quienes se dedicaron a precisamente comprometerla. La cuasi totalidad de los jueces y fiscales enajenados políticamente y antes por demás escogidos entre los más discretos y modestos para no decir lo que provoca, entre la mayor mediocridad de nuestra historia. Policías y agentes de seguridad inficionados de todos los virus de corrupción, devotos de la impunidad, en colisión intermitente con su misión. Vivimos y tampoco acá exagero, a la merced de todos los tipos de antisociedad, frágiles, indefensos.
Una mayoría de funcionarios y servidores públicos ideologizados y habituados a manejar la cosa pública como propia y especialmente a gestionarla sin ningún criterio de probidad. Acostumbrados a medrar, distraer, desviar los bienes y a morder en cada operación o prestación que les toque adelantar.
Una fuerza armada sin razón de ser salvo prevalecer. Sin soberanía que defender porque se amancebaron con los cubanos, rusos, chinos, iraníes y colombianos insurgentes que los acribillaron antes pero que en estos dos decenios debieron cuidar y convivir no como iguales además. Habiendo visto y protagonizado impertérritos, la tortura de los suyos por ellos mismos; desorganizada, descalificada, indisciplinada y plena de saltimbanquis y prestigitadores que recuerdan como los peores de la promoción, fueron los jefes y gobernadores y se enriquecieron como nadie. Nostálgicos el siguiente día de lo que fue y podría llegar a volver. Un esquizofrénico con utensilios de matar a la mano y miles, millones de voces en su ebullente e inescrupulosa consciencia que se lo aconsejan.
Saldríamos entonces del infierno con sus diablos rojos y entramos en el averno de los que subsisten, miméticos, porque siguen siendo demoníacos en la siguiente etapa histórica y queda en esta ficha médica todavía un tumor a tratar, peligroso, diseminado, pernicioso y me refiero al chavismo como modo de vida, como propuesta existencial, como paradigma luego de dos pesadas décadas de vigencia y facticidad y que, tiene a muchos aun sin saberlo, inficionados de sus valores y creencias.
El virus chavista que los maculó a todos, penetró y despersonalizó las organizaciones sociales y especialmente al común, jóvenes y viejos y los convenció de que el trabajo, como dice la balada, es un castigo y que el Estado debe proveerles sin costo o apenas los servicios públicos elementales, agua, luz, teléfono, transporte, metro, por el solo hecho de ser ciudadanos. Esos que no se detienen a pensar por qué se empobrecieron o más aun, devinieron míseros, caricaturescos. Ese pueblo que invadió y ocupa inmuebles, fundos, empresas y que da por sentado que se lo quedarán porque no hay mejor derecho que la necesidad alegada.
¿Y qué hacer con las mafias, camarillas, bandas, que controlan poblados, carreteras, negocios, mercados, urbanizaciones y sienten que son sus espacios y están armados para defenderlos si fuere el caso?
Repito que la lista es larga y a cual más anecdótica y episódica; entretanto, la realidad sería que una sociedad inerme e incapaz vería tal vez de nuevo el paisaje que nos pintó con letras, frases, diálogos filosos Giuseppe Tomasi Di Lampedusa, il gatopardo, y esa frase que esculpe grave en piedra, una oración y una sentencia: “Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie».
Pero no por lo dicho que sentimos indubitable y certero para revelar desde la realidad el lastre de la verdad, podemos dejar de pensar en lo que viene porque de hacerlo, podríamos perder lo poco que nos queda, a nosotros mismos.
¿Pesimista yo? Y cómo no serlo, pero dispuesto a dar batalla y por eso, traeremos la semana próxima unos comentarios sobre lo que creemos habría que hacer, sobre economía y política sin pretender de especialistas pero, no por lego ausente de cada acto que se cumple en el teatro de nuestra tragedia.
Culmino estas meditaciones recordando unas notas de Voltaire que un amigo me envió desde Francia donde vive y que en estos días de pandemia y de invasiones y otras estulticias, me parece que adquieren legitimidad. Parto de la base de que al leer políticos, debe en Venezuela hoy leerse politiqueros y choros.
“El ladrón ordinario es aquel que toma tu dinero, tu maletín, tu bicicleta, tu paraguas.
Ese otro, el político, te roba tu porvenir, tus sueños, tu saber, tu salario, tu educación, tu salud, tu fuerza, tu sonrisa…
La gran diferencia entre los dos ladrones consiste en que el primero te escoge para despojarte de tus bienes, en tanto que el segundo, el político, eres tú quien lo escoge para que te birle, hurte, robe…
….pero, atención que hay otra gran diferencia a considerar y a tener verdaderamente en cuenta,…el ladrón ordinario es rastreado por la policía pero, el político es más bien escoltado y protegido por la misma policía”
@nchittylaroche,
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