Los últimos cinco meses han dado de qué hablar en la economía venezolana. Los números parecen hablar por sí solos. Venezuela corre el riesgo de entrar nuevamente en un ciclo hiperinflacionario, un descalabro del tipo de cambio y una pronunciada desaceleración de su crecimiento económico. Hay quienes incluso plantean que el primer trimestre de 2023 pudiera terminar con una recesión, lo cual, sin duda, no son buenas noticias para quienes hacen vida en la nación suramericana.
Mucho del debate económico venezolano se da con una enorme carga emocional. Lo hemos dicho en oportunidades anteriores. Que si la Venezuela arreglada, las burbujas, los bodegones. Al sol de hoy, creo que está bastante claro que muchos de esos emblemas o símbolos de la economía nacional están sujetos a fuertes variaciones y volatilidad (¿se acuerda alguien de los bodegones? No creo, cada vez más han ido desapareciendo y siendo sustituidos por los canales clásicos de distribución de alimentos: supermercados, abastos, mercados municipales y afines), de forma tal que las “modas” de negocios en Venezuela suelen ser bastante efímeras y muchas veces no están ligadas a mayor racionalidad económica ni plan de negocio alguno.
Un tema mucho más delicado es ver si existe un mínimo de viabilidad económica en el país. Parte del debate político se relaciona también con el económico. Hay quienes plantean que, genuinamente, solo en un estado de aislamiento y de pesadumbre económica el gobierno venezolano claudicará y habrá cambio político. Estos mismos plantean que cualquier signo de apertura es al mismo tiempo una bocanada de oxígeno a la dictadura, e incluso más, una forma de colaboracionismo con el régimen.
Esta es una posición que tiene argumentos válidos. Creo, sin embargo, que en la práctica en el tiempo que Venezuela ha estado más aislada y con peor desempeño económico, es cuando más sufrimiento han tenido los venezolanos. Mayor diáspora, mayor desnutrición e incluso mayor conculcación de sus derechos fundamentales. Creo, a su vez, que esto no obedece sólo a las sanciones internacionales. Pienso, más bien, que el ingrediente esencial del fracaso económico se debe al socialismo como sistema, al empecinamiento de querer aplicarlo, y como guinda al pastel las sanciones, claro está. Pero lo fundamental ha sido el socialismo, y lo accesorio las sanciones, cuya incidencia es más instrumental, especialmente en el sector financiero internacional.
Sea como fuere, hoy la economía corre el riesgo de retroceder nuevamente. Y casualmente lo hace no por las sanciones sino por la terquedad de querer reforzar el socialismo en la práctica diaria. No son las sanciones las responsables del tipo de cambio, ni de la política monetaria y mucho menos la voracidad fiscal. Son las propias facciones de poder que pululan entre sí.
Recientemente leí un paper de Steven Levitsky, profesor de la Universidad de Harvard, titulado The Durability of Revolutionary Regimes. Levitsky se dedica a explorar las razones por las que algunos gobiernos autoritarios duran tanto. Entre las cosas más llamativas se halla el hecho de que las posibilidades de cambio de régimen se incrementan, paradójicamente, cuando la población pierde las mejoras económicas que el propio régimen había otorgado.
¿Por qué razones el gobierno venezolano decidió dar un “viraje”, así hubiese sido breve a la economía? Los argumentos son muchos: que sí servía de respiradero para aliviar tensión social, que algunos se dieron cuenta del fracaso de los controles y se volvieron pragmáticos, que si Venezuela era el único lugar en el cual podían poner capitales los “enchufados” luego de las sanciones, y así una larga retahíla de premisas. A la larga, es probable que todas estas premisas tengan algo de verdad, y a falta de una medición cuantitativa de las mismas -que al menos hoy estimamos poco viable- es bueno tenerlas a todas bajo el radar.
En todo caso, si llega a ser cierto el hecho de que la población tiende a reactivarse políticamente al percibir la pérdida de mejoras económicas dadas o facilitadas por el gobierno estos últimos dos años, pudiéramos estar en puertas, contraintuitivamente, de una mayor posibilidad de cambio político. Algo que en estos momentos son pocos quienes ven probable en este estadio de condiciones. ¿Importa? Claro que sí. Un cambio económico de envergadura requiere de un cambio político a nivel estructural. Incluso dentro de un sistema autoritario, pero mucho más si lo que se desea es volver al derrotero democrático liberal, aspiración que, espero, sea compartida por la mayoría de los venezolanos.