Primer acto.
Primera escena.
Buena parte de las tramoyas antidemocráticas en Oriente Medio y por reverberación en el resto del mundo se autolesionaron el sábado negro 7 de octubre de 2023, cuando la banda terrorista Hamás, aliadísima suní de los ayatolás chiitas, asesinó a más de 1.200 israelíes civiles –hombres, mujeres y niños– y secuestró como rehenes a 254 personas. Todos ciudadanos de 30 países.
Lo que parecía un necrófilo éxito del radicalismo –que ya aherrojaba a las mujeres bajo un manto oscuro– desencadenó la legítima defensa de Jerusalén respaldada por demócratas en los cinco continentes. Desaparecieron poco a poco de Gaza los cohetes tapados entre población civil, los milicianos del homicidio a traición, los túneles bajo hospitales, las amenazas de muerte, los contactos con otros grupos violentos y cedió en parte la imposición de un partido único sobre los gazatíes.
Israel acabaría también con responsables e intimidaciones de Hizbolá, el grupo bárbaro al servicio de Teherán desde sus dos facciones. Una, política, conforma la carcoma que en buena parte tiene paralizada la elección del presidente libanés y otra, directamente criminal, se dirige frontalmente contra un Líbano culto, internacionalizado y abierto. Ambas repudian la cultura, erizan fronteras, desprecian la negociación. Se diría que detestan la condición humana misma.
Así pues, cuando se defendían del mal expreso y oculto tras la masacre de 7.10. 2023 las Fuerzas de Defensa de Israel clavaban una astilla en el corazón del régimen de los ayatolás, que ahora vacila por la escena, incapaz de ayudar a sus seudópodos a recuperar sus funciones locomotoras o defensivas.
Segunda escena
Pero otro personaje siniestro se cierne al mismo tiempo sobre esta tragicomedia: la siempre querida y europea Rusia, en la actualidad asiatizada por Putin, el ex KGB que ha sabido modificar la Constitución con el fin de eternizarse en el poder.
Víctima del seudoimperialismo brejneviano de su presunto líder, tan ajeno, Moscú no sólo pierde aliento por sus fracasos en las agresiones contra la libertad de Ucrania frente al valor del pueblo encabezado por Volodimir Zelenski y bien merecedoras de las correspondientes sanciones de las democracias, que hacen de su jefe del Estado un paria internacional. Además, la Rusia putiniana experimenta las consecuencias de su respaldo equivocado a cabecillas y partidos que nunca lo merecieron: basta analizar el 8.12.2024 la caída para siempre del Partido Baás Árabe Socialista sirio, en el poder desde 1963: entonces pro-soviético y pro-ruso ahora –no es casual que Al-Assad, hijo, se haya exilado con su fortuna en Moscú–. Su caída proviene tanto de los desmanes del régimen, incluidos los ataques con gas a sus disidentes, como de la guerra civil interminable desde 2011, ante la que más de 14 millones de sus conciudadanos han debido abandonar sus hogares.
La realidad más fría muestra también que el desmoronamiento del castillo de naipes sirio añade notables dificultades adicionales a la política exterior putiniana, al tiempo que debilita la proyección militar rusa en la zona pretendida desde sus dos bases sirias, junto al Mediterráneo: aérea una, en Tartus y naval la otra, en Jmeimim.
Dicho de otro modo, las medidas de autodefensa israelí forzaban las autoridades de Teherán y Moscú a auxiliar a sus respectivos apoderados de en la zona –Hamás, Hezbolá, los terroristas hutíes del Yemen…–, mientras Putin seguía enzarzado en su delito internacional ucraniano.
Resultado: se abrió un portillo suficiente a la disidencia siria, que se hizo con Damasco. O también: desde el atentado de Hamás contra Israel en octubre de 2023 se cuartearon las pretensiones de sistemas cuasi unipartidistas opuestos al Occidente democrático en Oriente Medio.
Segundo y último acto: el futuro
Con el fin del Baas y del poder de los Assad –había tíos, primos, cuñados, otros parientes, dirigentes y testamentarios– gana el pueblo sirio: es difícil que pueda empeorar la situación de refugiados, exiliados y residentes aunque todo es posible en el filo de la navaja donde nos encontramos.
No cabe duda de que ni el victorioso Al Yolani es una vestal de la democracia, ni tampoco las demás facciones que contribuyen a su éxito. Los ayatolás iraníes no van a ceder en su pretensión de hacer del Líbano una de sus provincias, ni Putin piensa renunciar a sus dos bases mediterráneas. Turquía tampoco cederá por las buenas el norte de Siria, que controla con el pretexto de frenar las intenciones secesionistas de algunos kurdos; mientras el neo-otomanismo de Ankara busca además la expansión de su propia proyección nacional regional y la «protección» al islam en todo el mundo –con evidente irritación de Ryad–, mientras sostiene a unos Hermanos Musulmanes que en 2012-2013 otorgaron a su líder egipcio, Morsi, la potestad ilimitada de legislar sin control judicial. Por su parte, las monarquías no quieren oír hablar, con razón, ni de Baas ni de fundamentalismo, ni de neocolonialismo.
Es tiempo de mucho trabajo de las democracias europeas y Estados Unidos con nuestros amigos, socios y aliados de la zona para hacer ver a Abu Mohammad al Yolani tres realidades honradas: primera, que respetamos su victoria, toda vez que el régimen de Assad no deseaba para los sirios otra paz, seguridad o bienestar que los ligados a su enriquecimiento y su poder personales; segunda, que pondremos todos los medios económicos, técnicos y humanos necesarios para reconstruir el país, situarlo a la altura de su gran cultura trimilenaria y contribuir a abrirle las puertas en la sociedad internacional: podemos hacerlo en poco tiempo y acabar con la isla de pobreza en que Siria se había convertido: baste recordar la capacidad público-privada de España para promover la irrigación, construir infraestructuras de vivienda, transporte, comunicaciones, sanidad y educación, defensa y otros servicios como el turismo; todo en el marco de un sistema político-constitucional social y democrático de Derecho que defiende la dignidad e igualdad ante la ley de cada sirio con el máximo respeto a la religión mayoritaria de la población. España sabe bien de Transiciones políticas .
Las declaraciones son necesarias pero insuficientes. Hemos de hablar con Al-Jolani y su entorno como españoles, como europeos, como mediterráneos, como miembros de la Unión Europea, de la Alianza Atlántica y como sede de la Secretaría General Iberoamericana cuanto antes. Previa conversación con nuestros amigos en la zona. Cualquier retraso es peligroso, pues en política exterior el horror vacui elimina de inmediato el desierto.
Artículo publicado en el diario El Debate de España
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