OPINIÓN

Síntomas de un fracaso

por Emilio de Diego García Emilio de Diego García

Hablar a estas alturas de espectáculo esperpéntico en el «hemicirco», es repetición cansina e innecesaria, o sarcasmo especialmente hipócrita. Los españoles hemos asistido a sesiones, celebradas allí, sobre lactancia a lo Bescansa; desfiles rufianescos; monólogos a lo Iglesias; representaciones histriónicas a lo Sánchez; escenas de mercado de verduras, y otros géneros, predicados con ardor y elegancia difícilmente superables; ejercicios logomáquicos a lo Montero; apariciones tétricas a lo Otegui; soliloquios ininteligibles a lo Díaz; animaladas a lo Belarra; demostraciones de patología espiritual a lo Echenique; informes a lo Marlaska; votaciones a lo Casero; y, casi siempre, a discursos ramplones destinados a magnificar los errores ajenos, más que a resaltar los aciertos propios; cosa difícil pues escasean tanto que casi nadie cree en ellos.

El Parlamento en España, principalmente el Congreso, no pasa de ser el escenario en que se consuma una política entre la nada y el escarnio. Los ciudadanos están curados de espanto y asqueados pero, más que nada desconectados de un juego antiestético y carísimo que, cada día, resulta más ajeno a sus preocupaciones. Se mire como se mire es evidente que los españoles perciben la política que soportan, como un estrepitoso fiasco. Un mal, alimentado por la corrupción y la incuria. Lo peor del fracaso no es que se produzca, es que trate de disimularse por todos los medios.

Ahí radica el revuelo, el miedo de muchos y la esperanza de algunos, ante la presencia de Ramón Tamames encabezando una moción de censura que, en buena medida, es un signo de anormalidad institucional. Pero no la causa sino el efecto de una política indeseable, incapaz de corregir sus propias disfunciones. El profesor Tamames no es el fracaso, como algunos pretenden, sólo su heraldo. Guste o no la democracia del siglo XXI se desenvuelve en un ámbito de libertad menguante. En un proceso hacia el estatismo que bordea el totalitarismo. Los contribuyentes, forzados por un Estado ineficiente, cumplimos con creces una parte del precepto bíblico, dando al César incluso lo que no es del César.

Decía Jardiel Poncela que para no fracasar en arte hay que tener en cuenta que el público es más bruto que uno. La mayoría de los políticos españoles creen lo mismo, y ejercen su oficio con desprecio limítrofe en el insulto a la inteligencia de los ciudadanos. Se preocupan, principalmente, de la cuenta de resultados del particular negocio en que han convertido la política. Les sobresalta lo inesperado, lo que puede escapar, aunque sea mínimamente, al férreo control al que la han sometido.

Así se comprende que, aunque se tratase, como dicen, de un pequeño espectáculo de fuegos artificiales, hayan tenido tanto empeño en minimizar, más aún, en condenar y despreciar, la próxima moción de censura. Pero quizás sea una actitud demasiado arriesgada no atender a la propuesta de Ramón, tildándola poco menos que de bufonada. Dicho esto por los habitantes, constructores y usufructuarios de «bufonland». Sería un enésimo error, imputable a quien corresponda, no al profesor Tamames, el otorgar a Sánchez la capacidad de causar graves daños a sus adversarios y obtener grandes réditos, a cuenta de algo que, supuestamente, degrada la vida parlamentaria. ¡Como si ello fuera posible a estas calendas! Frente a las actitudes soberbias convendría tal vez una cura de humildad. Ya es hora de hablar sobre el fracaso de la política y buscar propuestas para evitar instalarse en el error, de forma perenne. Fracaso que se manifiesta en la tan repetida ausencia de un proyecto de país, capaz de despertar la ilusión colectiva. Acaso por ello esa hostilidad hacia el saber histórico que viene a ser, como escribía Julián Marías, un recuerdo al servicio de la esperanza, algo que la incapacidad de nuestros políticos nos hurta.

A la vista de la situación, viene a cuento la respuesta becqueriana a la expresión: ¿Qué es poesía?, y ¿tú me lo preguntas? Cambiando el objeto de la interrogación cabría decir: ¿Qué es fracaso? … ¿y tú me lo preguntas? Habría que responder mirando a los políticos: Fracaso eres tú. Pero la política es una actividad transitiva y afecta inevitablemente a los ciudadanos. Y no olvidemos que al fracaso se accede desde la libertad, incluyendo de este modo la responsabilidad de cada uno.

Ramón Tamames asusta porque puede parecer un nuevo Rattenfänger von Hameln. No teman los diputados en peligro de sentirse atraídos a votar en libertad, lo que de verdad desean. Este flautista del Congreso únicamente pretende llevarse al agua la mentira como sistema; el cainismo como modelo; la ignorancia como parásito insuperable; el aldeanismo y el sectarismo a ultranza; la falta de ilusión y de esperanza colectiva que devoran nuestra democracia. No se espanten pues, en especial, aquellos que han asegurado que se trata de una simple bufonada. ¡Sosegaos señores, sosegaos!