Me confieso fan de la otrora Mesa de la Unidad Democrática o MUD y de cualquier esfuerzo que emprenda la mayoría opositora y democrática venezolana, orientada a salir de este atolladero, de esta desgracia, de esta pesadilla que en mala hora instauró aquel desquiciado milico golpista. No es fácil salir de una caverna donde estamos sumidos desde hace ya más de veinte (casi veintiún) años de oprobio y ruindad.
Cualquier esfuerzo –insisto– será importante si se constituye en instancia política que aglutine a los distintos factores democráticos del país, con miras a una solución concertada, y desde luego, sobre la necesidad ineludible e impostergable de reivindicar la política, y dejar de lanzar piedras a una piñata inexistente.
Como afirmó Mariano Picón Salas: “Hay que continuar civilizando la política como todas las actividades humanas, como el deporte, el amor o la cortesía. Hay que enfriar a los fanáticos que aprendieron una sola consigna, se cristalizan en un solo eslogan y no se afanarán en comprender y discutir lo distinto para que no se les quebrante su único y desesperado esquema. Hay que acercar nuestra cultura no solo al siglo XX que ya está bastante canoso, sino al siglo próximo que emerge en la inmediata lejanía, con sus promontorios y cordilleras de problemas”.
Es verdad que en Venezuela ha habido muchas elecciones en estos años, pero eso no la hace más y mejor democrática que la Venezuela llamada por los ayatolás y fanáticos rojos rojitos “cuarta república”. Ni en modo alguno se añoran los vicios y desatinos del pasado que desde luego los hubo, pero parangón no hay entre ambos momentos históricos.
Hay quienes piden a gritos, desesperadamente, que la oposición hable cada vez que la usurpación a través de sus voceros desembucha una babosada. Exigir que la oposición hable sin parar es una idiotez. Sería como pedirle que sea igual a Chávez, a su verborrea interminable y enojosa. Piden con pataletas que la oposición, aún más, el gobierno que encarna Juan Guaidó en condición de encargado, que haga… ¿que haga QUÉ? Para hacer lo que todo el mundo quiere, hay que tener poder, y todavía no lo tenemos, es decir, la oposición democrática mayoritaria que ganó en buena lid la Asamblea Nacional en 2015, aún no es gobierno.
¿O acaso se olvida que hoy la usurpación ocupa la silla miraflorina?
La política debe ejercerse con el criterio esbozado por Picón Salas, coincidente con otros estadistas de semejante estatura intelectual, quienes la ven y la asumen como el ejercicio del poder en favor de las grandes mayorías, y no como signo de corrupción y vagabundería.
Quienes detentan el poder hoy en la mayoría de los estados y municipios del país, lejos de hacer gala de la política como oficio que sirva a la sociedad organizada, al pueblo que los eligió y confió en sus promesas, ayer aplaudían la inconstitucional propuesta de reforma y luego de enmienda. Se comieron los caramelitos dados por el delirante golpista, y hoy ceden mansamente sus competencias sin chistar. Igual papelito triste y grosero hacen los parlamentarios oficialistas, apartándose de sus deberes para con sus regiones y electores.
Contra eso debe ir la oposición cohesionada, con unidad de objetivos, y con firme convicción para enfrentar también, los ataques malsanos que vienen de distintos flancos, incluso desde dentro de sí misma.
De modo que resulta una injustificada y peligrosa obsesión pedirle a la oposición democrática venezolana que responda a cada rato al gobierno, y a sus operadores. Eso es otra idiotez. Eso es dejar que la agenda la fijen ellos. La de la oposición, como se ha indicado, diferente. La peste, luego de veinte años, imputando fracasos a gobiernos anteriores con denominaciones efectistas en las que ya no se cree.
Dejarse llevar por la angustia frente a las arremetidas gubernamentales es la peor estupidez. Es darle la victoria al enemigo.
La crítica, para ser seria, debe ser racional. No basarse en las angustias de nadie, ni en la repetición de lo que se oye por ahí. La ira no puede ser un valor político. Tampoco la angustia. ¿Cómo darle crédito a lo que diga alguien iracundo y descontrolado?
Si algún acierto o sentido de oportunidad debe caracterizar a quien tenga algún espacio en medios, debe ser el estímulo, la conciencia, el compromiso y la responsabilidad para con la patria.
Tratar temas que en ocasiones otros no se atreven, pero además con un aliento eminentemente legal, con lo cual se le imprimiría objetividad y carácter incontrovertible.
No se trata de caerle encima a nadie; pero creemos que ciertos y determinados funcionarios, vista su propia incompetencia y la cuestionable gestión de sus cargos que los delata, son proclives a la denuncia, a la crítica, y al permanente escrutinio y juicio de los electores.
Las opiniones deben orientarse a la recuperación del país, y ello debe constituir un compromiso de las autoridades que ejercen posición de gobierno, máxime cuando se trata de funcionarios electos por el voto popular, aunque sobren aquellos con su afán de perpetuarse en el poder, expertos en la compra y venta de sueños y conciencias, y creyéndose, con mesiánico cretinismo, que son el mismo pueblo. Falso el mandato, mentirosos los mandatarios.
El país requiere de la política y de los políticos. La crisis económica, la crispación de los ánimos, las ansias y concentración del poder en unos pocos, la descentralización, y muchos otros graves problemas y situaciones lamentables que nos aquejan, deben llevarnos a una reflexión e ineludible conclusión: Venezuela siempre ha sido de todos, y será la unidad la que nos salvará del abismo del cual estamos penosamente cerca.
Decía Albert Einstein, sobre los tiempos de crisis: «Quien atribuye a la crisis sus fracasos y penurias, viola su propio talento y respeta más a los problemas que a sus soluciones. La verdadera crisis es la crisis de la incompetencia»
Que estas palabras sean bases para la discusión, más allá de la diatriba, y que ojalá salgan mal parados los traficantes de noticias, los del juego sucio, los que amenazan en nombre de sus amos.