¿Podría sostenerse una dictadura comunista sin terrorismo de Estado? No hace falta ser demasiado inteligente para entender o al menos suponer que sería imposible. Y mucho menos cuando, como en el caso de Cuba, tenemos más de medio siglo de represión, simulaciones, hambre, desesperación, persecuciones, encarcelamientos y fusilamientos sin el debido proceso, éxodos masivos, censuras, enajenaciones e infortunios de todo tipo.
No hay una definición establecida de terrorismo de Estado. Pero el diccionario de la Real Academia Española entiende por terrorismo la “dominación por el terror”, la “sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir terror” y la “actuación criminal de bandas organizadas, que, reiteradamente y por lo común de modo indiscriminado, pretenden crear alarma social con fines políticos”.
Todo lo anterior retrata perfectamente lo que ha sido y continúa siendo el Estado cubano en las últimas seis décadas. Nadie decente podría negarlo. Y si de pronto hay alguien que no sabe realmente qué ha ocurrido en Cuba todos estos años, o aún tiene algunas dudas, pues con consultar las violaciones de derechos humanos que la ONU ha registrado -solo con esas- sería más que suficiente.
Y es que es evidente que sin el ejercicio (demagógico unas veces, chapucero otras, pero siempre sistemático) del terrorismo de Estado, el proyecto castrista no seguiría en pie. Lo sabe muy bien la familia Castro. Y lo saben también sus alumnos -y sus víctimas- dentro y fuera de la Isla.
Porque no solo hablamos de su persistencia dentro de Cuba. En la arena internacional, el castrismo no se ha quedado corto en materia de terrorismo. Es conocido su apoyo a las FARC, el ELN o ETA: algunas de las razones por las que en 1982 ingresó a lista de “Países patrocinadores del terrorismo internacional” de Estados Unidos.
Luego el papel de Cuba en el sostenimiento de Nicolás Maduro en Venezuela, Ortega y Murillo en Nicaragua y otros regímenes, ha sido y sigue siendo esencial. De absoluta responsabilidad.
Por todo esto y mucho más no sorprende que el presidente Donald Trump haya retornado a Cuba a la mencionada lista, donde el Departamento de Estado de Estados Unidos coloca a regímenes que colaboran con organizaciones terroristas. Y lo hizo apenas unos días antes de culminar sus primeros cuatro años en la Casa Blanca (él ha prometido su colosal retorno y no pocos millones lo esperan, no solo en América).
Mike Pompeo fue quien hizo pública la decisión: “Con esta medida de nuevo hacemos responsable al gobierno de Cuba y mandamos un claro mensaje: el régimen castrista debe acabar con su apoyo al terrorismo internacional y con la subversión de la justicia estadounidense”, declaró el secretario de Estado.
Cuando en diciembre de 1979 se creó esta categoría la dictadura cubana llevaba 20 años en el poder y había causado no pocos desastres en África y América Latina. Entonces fungía como presidente el demócrata Jimmy Carter -quien 5 meses más tarde propició el éxodo del Mariel y era amigo del diálogo con los Castro- y por ello no incluyó a Cuba en la primera lista.
Pero cuando entró en el juego de la política mundial uno de los más grandes presidentes de la historia, el republicano Ronald Reagan, no tardó en darle allí su lugar al castrismo, con todos los deshonores y limitaciones que dicha condición ostenta.
Así que allí estuvo Cuba desde 1982 hasta que en 2015 otro demócrata, el expresidente Barack Obama, decidió blanquear las acciones terroristas de los Castro y así allanar el camino para formalizar sus relaciones con el régimen, patentar la operación “deshielo” y al año siguiente ya reabrir las embajadas (cerradas desde 1961) y disfrutar de una rimbombante visita, de la mano de los Castro, a la seductora isla comunista, para la que proyectaba (y posiblemente aún anhele) una estrategia como la de Birmania. Con Biden-Harris. O con Michelle Obama. Cuba -insisto- sigue siendo la perla del Edén socialista.
Hace cinco años no se contaba con que Trump ganaría las elecciones del 2016 y cancelaría muchas de las políticas del abrazo del establishment político y económico estadounidense procastrista. Realmente su Administración tardó demasiado en regresar a Cuba a esta lista. Lo ha hecho a sólo unos días de su anunciada “transición ordenada” en sus declaraciones (curiosamente sin mencionar el nombre de Biden. De ahí que algunos aún crean que no entregará el poder si tanto había peleado por unas elecciones que firmemente considera fraudulentas. Ya veremos qué sucede a partir del 20 de enero en la Casa Blanca, el Pentágono y la nación americana). En definitiva, Trump, tal como Obama, ha hecho su jugada con Cuba al final.
Vale recordar que, a solo unos días de culminar su mandado, Obama también apuntó a Cuba, eliminando de un plumazo la política conocida como “Pies secos/pies mojados”, que propiciaba que los cubanos que pisaran suelo estadounidense pudieran obtener automáticamente el asilo político. Para algunos fue una medida de castigo a los cubanos y cubanoamericanos que en la Florida votaron mayoritariamente por Trump y no por Hillary Clinton, exsecretaria de Estado de Obama, a quien este apoyó fervorosamente. Otros opinan que fue solo parte de las afectivas peticiones de Raúl Castro.
En cuanto al gesto final de Trump, mayormente dos mensajes se han interpretado. Uno dirigido al régimen de La Habana, diciéndoles que seguirá estando en su contra y hará todo lo posible para tratar de asfixiarles. Y otro dirigido al electorado de cubanos exiliados en Estados Unidos, dejándoles saber que de volver a postularse en cuatro años seguirá alineado con su lucha por la libertad. Sin duda alguna, más allá de las listas y las maniobras políticas, Cuba continúa seduciendo e importando. Aunque lastimosamente la dictadura permanezca. Y esto es lo verdaderamente terrible.
Pompeo escribió en Twitter que debe “detenerse el continuo apoyo de Cuba al terrorismo en el hemisferio occidental”. Algo innegable. ¿Pero este estatus de país patrocinador del terrorismo se puede cambiar?
Claro que sí. Aunque no instantáneamente ya que el Departamento deberá volver a revisar el caso. Ahora bien, no olvidemos que Biden fue vicepresidente de Obama. Por lo tanto, también fue responsable de las políticas de dicha administración, entre ellas el extenderle la mano, abarrotada de licencias, al despotismo caribeño, a cambio de las falacias de siempre, es decir, a cambio de nada. Y el binomio Biden-Harris se ha mostrado animado a rescatar las políticas de Obama hacia la isla.
¿Cuáles son los motivos por los que Cuba ha vuelto a entrar a la lista? Pues, en síntesis, albergar y negarse a extraditar a prófugos de la justicia norteamericana y a miembros de diversos grupos terroristas. Y claro, quienes conocen qué es y cómo opera el régimen cubano, bien saben que sin el terrorismo no sería lo que es ni habría durado tanto.
El informe sobre terrorismo del Departamento de Estado de 2019 asegura que “Cuba rechazó la petición de Colombia para la extradición de 10 líderes del ELN que viven en La Habana después de que el grupo se atribuyera la responsabilidad del ataque con bomba contra una academia de policía en enero del 2019 que dejó 22 muertos y 87 heridos” y que hay informaciones que apuntan a que los llamados “disidentes de FARC” que renunciaron al Proceso de Paz en Colombia se escaparon a la isla y se encuentran bajo el amparo del régimen. Es una muy cruel ironía que Cuba -una dictadura, un país patrocinador del terrorismo- sea garante de un proceso de paz.
Es sabido que la isla, como acotara Pompeo, ha sido santuario para conocidos terroristas como Joanne Chesimard (Assata Shakur), la integrante de Black Power a quien los Castro se han negado a extraditar, desde que en los años setenta huyó de prisión por asesinar a un policía en New Jersey. Y otros casos como el del fabricante de bombas William “Guillermo” Morales, o asesinos de policías como Charles Lee Hill, o Ishmael LaBeet (Ishmael Muslim Ali), responsable de la muerte de ocho personas en Islas Vírgenes. La Cuba castrista ha sido hotel seguro para una pléyade de terroristas, entre ellos algunos de los más buscados por el FBI.
Por ello Estados Unidos ha vuelto a prometer (algo que no siempre ha cumplido): respaldar “al pueblo cubano en su deseo de un gobierno democrático y el respeto de los derechos humanos, incluida la libertad de religión, expresión y asociación. Hasta que se respeten estos derechos y libertades, continuaremos responsabilizando al régimen”.
El Departamento de Estado resaltó que la administración Trump ha trabajado para impedir que el castrismo obtenga fácilmente los recursos que utiliza “para oprimir a su pueblo” y “contrarrestar su maligna interferencia en Venezuela y el resto del hemisferio occidental”. Por cierto, Pompeo señaló el complot castrochavista y mencionó que el régimen cubano sostiene en pie la dictadura de Nicolás Maduro y ampara “un entorno permisivo para que terroristas internacionales vivan en Venezuela”, pero llama mucho la atención que este último país no integre la funesta lista, donde sin dudas también debería estar.
Debe saberse que a los países patrocinadores del terrorismo Estados Unidos no les permite acceder a préstamos del Fondo Monetario Internacional y otras entidades internacionales. Se les prohíbe la venta y exportación de armas y otros impedimentos de carácter militar y económico. ¿Pero estas y otras listas y sanciones podrán eliminar el castrismo y devolverles la libertad a los cubanos? Esta obligada y brutal pregunta se la hacen ahora mismo muchos cubanos y no cubanos.
Por lo pronto, en medio de una nueva crisis (la Cuba de los Castro es una eterna crisis), con las sanciones de Trump, los embates que arrastra el covid-19 y el regreso a esta lista negra, el socialismo tropical de los Castro queda aún más señalado por sus crímenes y conspiraciones y a la vez en mayores problemas para acceder a recursos internacionales y continuar financiando la represión interna y la subversión hemisférica.
Pero solo yendo un poco más allá de las acciones de Cuba en apoyo al terrorismo internacional y en contra de Estados Unidos, es imprescindible dejar claro que, definitivamente, el mayor acto de terrorismo que continúa protagonizando el castrismo es la constante y ya acostumbrada represión contra su propio pueblo, que desde hace más de medio siglo sufre todo tipo de vejaciones, penurias y crímenes de lesa humanidad. Y esto es irrebatible. La realidad, simple y dura, del pueblo cubano, lo pone de manifiesto. Esta debería ser la primera de las razones por las que el régimen castrista aparezca en dicha lista.
Que nadie lo dude: sin terrorismo no existiría ya el castrismo. Sin el desvergonzado terrorismo de Estado que se ejerce en y desde La Habana, mi país, Cuba, no sería castrista. Desde hace mucho tiempo no sería la triste y desastrosa nación que hoy es. Y su negativa influencia tampoco sería esta real amenaza que continúa siendo para las Américas.
Cortesía La Gaceta de la Iberosfera
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