Los pueblos de América Latina, desde las primeras décadas del siglo XX, pugnaron por alcanzar la libertad. Dentro de esa línea, Víctor Raúl Haya de la Torre, en «El Antimperialismo y el APRA», señaló que el imperialismo en nuestra región constituía la primera fase del capitalismo, lo que exigía la formación de partidos de frente único de clases, desdeñando el concepto de partidos de clase obrera ávidos de imponer «dictaduras del proletariado». Haya de la Torre negó dialécticamente al marxismo decimonónico y la visión leninista imperante en la Rusia soviética, reconociendo la valía de la Revolución Mexicana que en 1910 puso fin a la larga dictadura de Porfirio Díaz, logrando sentar las bases de una revolución social no socialista en el texto constitucional de Querétaro de 1917.

Por otro lado, la Tercera Internacional, desde Moscú, siempre alentó la formación de partidos clasistas en toda América Latina, convirtiendo a los partidos comunistas en instrumentos al servicio del comunismo internacional. El gran debate se planteó en el plano político e ideológico, estando claro que no se trataba de derrocar tiranías para imponer nuevas dictaduras. Desde esa perspectiva, el triunfo de la Revolución Cubana en 1959 representó una gran oportunidad perdida, cuando el castrismo se negó a convocar elecciones generales en un plazo razonable, optando por imponer una tiranía sometida a los dictados de la URSS.

El imperialismo norteamericano había desplazado la hegemonía inglesa en América Latina a inicios del siglo XX, no dudando en sostener e imponer dictaduras y condiciones lesivas a los intereses nacionales. Por ello, en América Latina, la lucha antimperialista era un imperativo político y exigía la formación de partidos de frente único, como ocurrió en países tales como Perú, Costa Rica, Venezuela, República Dominicana o México. Cuba, desde los años sesenta del siglo pasado, pretendió erigirse en un ejemplo y derrotero de la gran transformación para nuestros pueblos, dejando en evidencia los altos costos de someterse a una potencia extranjera, traicionando la vocación democrática que inspiró a toda una generación de cubanos, optando finalmente por la represión sistemática de su pueblo. En un escenario de «Guerra Fría», el Kremlin sostuvo financieramente una revolución como arma de propaganda y agitación en toda América Latina.

Cuba renunció a desarrollar las fuerzas del capitalismo, oponiéndose a la iniciativa privada y a la diversificación de su economía, realizando apenas leves reformas económicas en las últimas décadas, negándose a aceptar los alcances de una revolución tecnológica sin precedentes. Sin el sostén de la URSS y de Venezuela desde 1999, Cuba hubiera colapsado hace muchos años. En un mundo marcado por la integración de mercados, economías autárquicas cerradas al comercio y la inversión, como la cubana, son inviables. Cuba carece de una oferta exportable competitiva en los mercados internacionales, sus ingresos se apoyan en el turismo receptivo, las remesas enviadas por sus connacionales desde el exterior y por nuevas formas de explotación laboral en el siglo XXI, a través de sus miles de médicos que prestan servicios en el exterior, los mismos que están sometidos a condiciones laborales inaceptables impuestas por el Estado y la dictadura cubana.

Las tiranías de Cuba, Nicaragua y Venezuela en particular se sostienen no solo por contar con aparatos represores, sino porque en un escenario internacional cambiante, gobiernos como los de China y Rusia, bajo nuevas formas, establecen lazos financieros, de inversión y asistencia militar que alivian sus precarias economías. Actualmente, nuevas formas de imperialismo se están gestando en un mundo en el que los excedentes de capital buscan destinos seguros para asegurar rentabilidad. Nuevos instrumentos financieros se multiplican bajo los signos de una revolución tecnológica que encuentra en la novedosa «inteligencia artificial» un instrumento que transformará el mercado laboral en los próximos años. China, como socio comercial e inversionista en América Latina, cada vez tiene más preponderancia.

Es el momento de poner fin a las tiranías e insertarnos mejor en la economía internacional, sin abandonar el debate ideológico con todos aquellos que desde una visión extremista pretenden imponer el caos y la destrucción. Nuestro propósito debe ser reducir la pobreza, mejorar la calidad de vida de la población, sin renunciar a la libertad.

Artículo publicado en el diario El Reporte de Perú


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