Hoy, las iglesias católica, ortodoxa y luterana veneran a Santa Lucía, patrona de luz y, paradójicamente, también de los ciegos. Citemos, entonces, dada su doble condición de iluminado e invidente, no una sino dos veces a Jorge Luis Borges. La primera, en atención a una deplorable confesión de Nicolás Maduro relativa al corrupto zar rojo-rojito de Pdvsa; la segunda, para condimentar con la sal de la ironía un desplante del mandarín, atinente a la moneda de curso ordinario en el extraordinariamente desbolivarizado y dolarizado mercado nacional. En un país medianamente serio, la desvergonzada revelación del usurpador hubiese acarreado su destitución, juicio y encarcelamiento: «Con Rafael Ramírez cometimos un error garrafal. Por allá en la Asamblea Nacional, en la que nos tocó a nosotros tener mayoría, la oposición sacó un conjunto de denuncias contra él, y nosotros por solidaridad automática lo protegimos». Razón en demasía tenía, pues, el autor de El Aleph al afirmar: «Las tiranías fomentan la estupidez». En cuanto al signo monetario utilizado cada vez con mayor frecuencia en las transacciones comerciales, el principito sostuvo: «La moneda oficial no es y no va ser nunca el dólar». ¿Y por qué no? Los dólares, son apenas, según Borges, «imprudentes billetes americanos que tienen diverso valor y el mismo tamaño». Cuestión de forma: en el fondo, el valor del bolívar es nulo, sin importar cuántos ceros tenga el billete. Sobrarán santos a venerar y hechos a celebrar o lamentar este domingo; prefiero obviarlos en beneficio de un suceso, ocurrido en el estado Zulia un día como el de mañana lunes 14 de diciembre, pero en 1922 sin eclipse de sol, de enormes consecuencias en nuestro devenir económico, político y social: el reventón del pozo Barroso II, a partir del cual nos convertimos en un pobre país rico. Sobre la cuestión abundan páginas y poco o nada podemos abonar a lo dicho y escrito. En su momento, el portentoso chorro de petróleo puso a Cabimas en el mapamundi y, me atrevo a especular, debió ser percibido como el mejor regalo navideño jamás dado a nación alguna. Era diciembre. Y en diciembre estamos, sin aguinaldos, en un país enfermo de coviditis y madurovirus.
Diciembre es mes de festejos pascuales y buenos deseos de cara al año en ciernes y, también, de balances y predicciones. En 2020 —año de la rata en el calendario chino—, el inventario informativo se reduce a la pandemia; desde su aparición en Wuhan y, en virtud las alarmantes proyecciones y extrapolaciones de la Organización Mundial de la Salud, el coronavirus fue —y sigue siendo en razón de las vacunas puestas a punto— inamovible titular de primera plana en los medios impresos, obligada noticia de apertura en los canales radioeléctricos, y pábulo de la paranoia, la suspicacia y malsanos rumores en las redes sociales. La covid-19 y su agente transmisor, el virus SARS-CoV-2 son, de lejos, noticia y personaje de un año destinado a ser recordado como el de la peste china o de la plaga amarilla. El otro hecho de repercusión planetaria acaecido en el moribundo doble veinte fue la exitosa performance de la fórmula demócrata en los comicios presidenciales norteamericanos, cuestionada, sin alegatos de peso y con base en descabelladas teorías conspirativas, por un incrédulo y vencido supremacista WASP de exiguo talante democrático.
En el ámbito nacional, la pandemia fue la coartada del gobierno de facto para confinar (controlar) a la ciudadanía, e intentar pastorearla cual ganado al redil electorero. Pero la manada se desbocó y, tal lo previmos, de acuerdo con los datos del Observatorio contra el Fraude, 82% de los venezolanos se negó a participar en la pantomima del pasado domingo y, aunque aparentemente no les importe el fo de sus partidarios —«Ni con todo el soborno del mundo, ni con las más vulgares mentiras y ni siquiera con las más crueles amenazas logró el mandante que el pueblo chavista le hiciera caso», leímos el pasado miércoles en el editorial de El Nacional (El segundo entierro de Chávez)—, y menos aún el rotundo no de la ciudadanía vacunada contra el chantaje alimentario, el zarcillo, el padrino y el bellaco se saben perdedores de su capacidad de asustar. Ya la bravuconería socialista, en vez de amedrentar, envalentona a sus adversarios. La oposición democrática, no la de tránsfugas, alacranes y lobbistas a sueldo de Alex Saab y del tándem PSUV-FANB, precariamente representada en la asamblea espuria, gracias a la ayuda del asimismo írrito CNE, tiene sobrados motivos de satisfacción: la abstención derrotó al miedo y constituyó una terminante victoria moral.
Acaso el espejismo de un triunfo sobre nadie impida a la mafia bolivariana asimilar el contundente rechazo a su fechoría comicial y entender por qué Venezuela alzó la voz, pese al escepticismo y sarcásticos reparos de Henrique Capriles y el vente tú de la Machado, y de los hackeos a la plataforma digital y acosos a los concurrentes a los puntos de sufragio presencial de la consulta popular convocada por Juan Guaidó y la legítima Asamblea Nacional; hackeos y acosos orquestados en La Habana, Fuerte Tiuna y vaya usted a saber dónde más. No sé cómo se desarrolló la jornada pautada de ayer sábado 12 —estoy pergeñando estas divagaciones el jueves 10—, mas la conjeturo de masivo repudio a las pretensiones nicochavistas de cerrar el círculo totalitario, apropiándose, vía fraudulento reemplazo, del único poder público no sujeto a sus garras absolutistas, sepultando el Estado de Derecho, el pluralismo democrático y los derechos humanos. Tienen vela en ese entierro los gobiernos de «naciones amigas» prestos a raspar la olla a cambio de créditos esclavizantes y apoyos de boquilla en foros internacionales y rifirrafes geopolíticos —Rusia, China, Turquía, Irán—, o «países hermanos», ideológicamente identificados con el populismo fascio izquierdoso —Argentina, Bolivia, Cuba, Nicaragua, México— siempre listos a defender dogmática y ciegamente al «enemigo de mi enemigo»; sin embargo, ya el grueso de la comunidad democrática internacional (unos 50 países) desconoce y rechaza los resultados de la «teatralización comicial» del 6D. No podrá el régimen, como anhelaban sus capitostes, lavarse la cara con el jabón de la legitimación. Continuarán Maduro y su pandilla aferrados a la inconstitucional ley antibloqueo en busca del tírame algo, en vista de su incompetencia e incapacidad para diseñar una política económica eficaz, a objeto de salvarnos y acabar con la hiperinflación, la miseria y el hambre.
Se alargó más de la cuenta el cuento y llegó el momento del ¿ahora qué? Tal vez la respuesta a esta inquietud debamos buscarla a través de la introspección, para saber hasta dónde y hasta cuándo estamos dispuestos a llegar y aguantar en la batalla final contra la dictadura. Desde la nueva asamblea de rostros viejos se perseguirá con saña anunciada a la diputación saliente y fiel al interinato. Por ello, creo, debemos otorgar un voto de confianza a Juan Guaidó. Su capacidad de resistencia es ejemplar. También el valor, y creatividad demostrados en más de una situación límite. Esos atributos han sido encomiados por líderes de la estatura del expresidente del gobierno español Felipe González y de diplomáticos ajenos a las hipérboles; no obstante, el recientemente nombrado embajador de Estados Unidos para Venezuela, James Story, declaró al respecto: «No existe una persona con el coraje del presidente interino, Juan Guaidó. Hay muchas personas héroes en el país, muchas personas haciendo sus labores y trabajando en la calle y el presidente Guaidó es uno de ellos. Es firme en su convicción. Me imagino que va a quedarse dentro de Venezuela dando la lucha por los derechos de los venezolanos». Imagina bien el embajador. El propio interino ha descartado el exilio y dejado en claro su determinación a luchar y resistir desde adentro. El destierro no le va. Lo demostró en ocasión de sus viajes al exterior en calidad de presidente encargado de la República, cuando los aguafiestas recelaban de su retorno.
Confío en Guaidó. El hombre supo y pudo esperanzar y animar a una población aletargada por el culillo inducido desde un poder desfalcado, con el deliberado objetivo de reducirla a la sumisión e inhibirla de protestar contra sus prácticas tiránicas, so pena de suspensión de dádivas asistencialistas y garantías inalienables: ¡si te alebrestas, te jodes! Sí, Juan Guaidó consiguió lo inimaginable y les insufló un segundo aliento libertario a gentes intimidadas por la delincuencia, las bandas paramilitares del PSUV y los cuerpos de seguridad del gobierno de facto ―no del Estado o de la nación, sino de Maduro, Cabello, Padrino & Co.—. Sigo creyendo en el ingeniero y diputado varguense porque honra palabras debidas a Epicteto y erróneamente endosadas a Franklin Delano Roosevelt: «No hay que tener miedo de la pobreza ni del destierro, ni de la cárcel, ni de la muerte. De lo que hay que tener miedo es del propio miedo».