“Sucede que me canso de ser hombre”. Pablo Neruda
Un día cualquiera de la semana conduces por las avenidas de la ciudad hasta llegar a un semáforo rojo. Esperas a que cambie de color. Enciendes la radio. Se enciende el verde, metes la marcha y sales despacio. De repente te adelanta rápido un coche por el carril izquierdo y se coloca delante de ti sin indicar la maniobra con el intermitente. Te sorprende la actitud y la prisa. La verdad es que te molesta un poco, pero sigues a lo tuyo.
El que va delante vuelve a cambiarse de carril, se pasa al izquierdo. No señala el giro de volante. Parece que no le gusta el dispositivo de las luces o no lo conoce. Piensas que podría provocar un accidente. Nadie es adivino y los conductores no tienen por qué saber la dirección que va a tomar el volante en manos de un usuario si este no utiliza los intermitentes.
Sigo mi camino y empiezo a imaginarme cosas. Me pregunto dónde habrá conseguido el permiso de conducir, me pregunto quién le habrá enseñado -adiestrado- a manejar tan mal y me pregunto finalmente cómo es posible que el filtro para que un señor o señora lleve un coche ha perdido valor y ha dejado de ser estricto y riguroso.