Asombroso, tenebroso, angustiante y obviamente un desafío de amplio espectro es observar el retorno, sin remedio, de los elementos que han diezmado a la población y fragmentado la vulnerable sociedad venezolana, realidad que requiere una solución urgente a la crisis política, que agudiza sin pausa la crisis social y económica.
Luego del resultado electoral presidencial donde se libró una exitosa gran batalla, la ciudadanía se mantiene firme y en con grandes expectativas ante el desconocimiento por parte de los poderes públicos, de la voluntad popular expresada en las urnas electorales, que evidentemente no favorecieron al régimen que bajo prácticas inusuales e inaceptables dibuja un escenario que compromete negativamente el futuro del país, en un ambiente de imposición, ilegalidad, inconstitucionalidad y hostigamiento para alcanzar sus objetivos que son rechazados y bajo ningún concepto validados por la mayoría de la población y casi la totalidad de la comunidad internacional.
La revolución bolivariana, concebida para dar la mayor suma de felicidad posible al pueblo venezolano, lograr la igualdad y participación protagónica de cada ciudadano en las decisiones trascendentales del país, se fue transformando paulatinamente entre el derroche, el despilfarro y el descontrol de las finanzas públicas en un frasco vacío, dentro de su visión ideológica y sus ya evaluados resultados finales, al haber alcanzado su decadencia y descalificación absoluta en cuanto al ejercicio continuo del poder, como modelo político, económico y social.
El poder comunal que pretendía, en el papel, empoderar al pueblo, se convirtió en una estructura manipuladora, subordinada e impulsora del detestable control social, alimentada con políticas efectistas, casi todas fallidas, que crearon dependencia de la sociedad empobrecida premeditadamente, frente a esas estructuras oficialistas, todas tarifadas, ideologizadas y pervertidas, que condicionaron durante años el acceso a los bienes y servicios básicos, establecidos como derechos constitucionales cuyas exigencias y acceso a los mismos quedó a discrecionalidad de los defensores de la revolución chavista.
Las pretensiones y aspiraciones de la minoría madurista de permanencia en el poder, para brindar a los promotores y defensores del socialismo del siglo XXI, del gozo, uso y disfrute de las riquezas del país, no pueden pretender sostenerse en el tiempo, pues el clamor del pueblo venezolano de un cambio radical está fundamentado en lograr instaurar un nuevo modelo o pacto social que pinte y desarrolle políticas acertadas que abran un abanico de oportunidades reales a todos los venezolanos.
La premisa para el desarrollo de un país es la descentralización y en un modelo presidencialista, centralista, distorsionado además por el sobreprotagonismo e intromisión del militarismo en la función pública, sin ningún organismo contralor responsable, profesional, ético, eficiente e independiente, no le dice ni garantiza nada a los venezolanos hoy sitiados, esclavizados, subyugados y empobrecidos.
Lo que los venezolanos hemos padecido, más que vivido en la era revolucionaria, nos permite cuestionarlos y reprobarlos en todos los sentidos.
El daño moral, ético, económico, político, institucional y emocional que se le ha causado a la nación entera es de gran magnitud, verdaderamente incuantificable y muy difícil de ocultar ya que está presente y a la vista y sentir de todos en el país y el mundo que solidariamente alza su voz y busca mecanismos en todos los niveles para lograr una negociación que restablezca la constitucionalidad, la democracia y se reconozcan los contundentes y claros resultados electorales presidenciales.
Los elementos de juicio puestos en la balanza de la justicia, la equidad, la racionalidad y la verdad, terminarán ejerciendo su peso ineludible e incuestionable sobre el chantaje, la confabulación, la manipulación y la mentira. La evaluación objetiva, la observancia permanente de las actuaciones y el análisis correcto de los mismos han permitido determinar de qué lado está la razón.
Un frasco vacío, sin algo atractivo, no es un producto que pueda venderse y mucho menos digerirse luego de recordar, conocer y haber probado su contenido, que no dejó ninguna satisfacción y ni beneficio colectivo, que diseminó muchos sinsabores y amargos recuerdos. Lo que indudablemente sí hay que reconocerle es el posicionamiento que logró en algún momento en el mercado electoral, por su poderosa promoción mediática, que aun así se fue convirtiendo en algo imperceptible, poco agradable y no cónsono con la idiosincrasia del venezolano, históricamente libre.
Ningún producto con fecha de vencimiento ya cumplida es adquirido para su consumo, solo puede ser vendido por la vía del engaño y sin embargo al determinarse las condiciones de mal estado y la mala intención siempre originan el reclamo de quien haya sido víctima.
La complejidad de la etapa que debemos aún superar está llena de conflictos y lo más resaltante es que está inmersa en juego de intereses de toda naturaleza, que deben ir siendo decantados unos y asociados otros, para despejar el camino a la libertad absoluta y no condicionada de los venezolanos.
Pese a las adversidades hemos ganado mucho terreno y lo más importante, esta gloriosa gesta goza de credibilidad y gran fortaleza que no puede ser desconocida, ignorada y mucho menos vulnerada por lo acertada de su legal e impecable actuación demostrada y perfectamente documentada.
El haber desnudado la vulnerabilidad de la democracia maquillada en nuestro país, las condiciones electorales precarias de participación en Venezuela y desmoronamiento de los poderes frente a la derrota del Ejecutivo, ponen en alerta al continente para que se genere hacia el futuro procesos electorales bajo un manejo distinto, verdaderamente auditables y realizados condiciones de igualdad y equidad. Venezuela mostró en este último proceso electoral que el poder popular y la unidad nacional pueden vencer todos los obstáculos, pero a su vez envió un mensaje claro de la necesidad de que en este caso y otros más y hacia el futuro se involucren más a fondo toda la comunidad internacional. Que respetando la soberanía, en casos de fuerza mayor demostrados, existan mecanismos que contribuyan al respeto de la voluntad de los pueblos de elegir su destino y que se pueda restablecer el orden constitucional, en caso de que se requiera por los excesos y abuso de poder en cualquier región que así lo amerite.
Hoy somos un referente y un ejemplo claro de dignidad, valentía y coraje. Lo que parecía imposible es hoy una realidad.