Lo peor que le puede pasar a una fuerza política es carecer de discurso o tenerlo y no divulgarlo; al final, es lo mismo: no hay comunicación con la sociedad. Es el camino expedito a la irrelevancia política.
Las fuerzas políticas democráticas no le están hablando a la sociedad sobre los asuntos políticos, económico-sociales que le afectan derivados de la gestión gubernamental. Las pocas veces que algunos de sus voceros hablan lo hacen, por lo general, sobre asuntos, importantes sin duda, pero solo de interés para el disminuido sector interesado en la política: la escogencia de candidatos para una elección presidencial, la renovación de los partidos, sus rivalidades; endogamia pura y dura. Centrar el mensaje en esos asuntos refuerza la idea de que a los políticos solo les interesa el poder para medrar.
Las condiciones y fortalezas necesarias para lograr un eventual triunfo en 2024 se construyen desde ahora. Para hacerse con esas condiciones y fortalezas es indispensable rescatar la sintonía con las demandas y aspiraciones de la sociedad hablando, actuando a favor y defensa de los intereses de la mayoría social. En otras palabras, la oposición democrática no está ejerciendo el papel que le corresponde comprometiendo su condición de alternativa al régimen. La consecuencia directa e inmediata de esa carencia es que el chavo madurismo está solo en el ring.
Esa dejación del papel opositor ocurre precisamente cuando el régimen anda ejecutando una enorme operación comunicacional para instalar la idea de que el país va por el buen camino y de que se está regresando a la “normalidad”, que el gobierno trabaja para superar las carencias y problemas del presente. Campaña que ha cooptado a sectores no chavistas del mundo político, de la sociedad civil y del sector empresarial que le hacen de amplificador y legitimador.
La matriz de opinión que se trata de instalar va a contramano de la realidad del país. Los diversos estudios sobre la situación socioeconómica afirman que la emergencia humanitaria no remite con sus devastadores efectos y consecuencias. Además, la usurpación de los poderes nacionales continúa -la reciente designación de los magistrados del Tribunal Supremo de Justicia lo confirma-, persiste la violación de los derechos humanos, el deterioro y precariedad de los servicios públicos se asienta como una realidad sin modificación a la vista.
Concuerdo con Gustavo Roosen cuando afirma: “Asumir como buena la predica de una nueva normalidad como la que se promociona entramos en el riesgo de perpetuar una cultura de aceptación del desencanto, del acomodo y el continuismo”.
La ciudadanía no ve en la política ni en sus actores una herramienta para superar la situación; en el oficialismo por su gestión y en la oposición democrática por su incapacidad para unirse, orientar y dirigir el deseo de cambio hacia una modificación democrática del statu quo. Ese sentimiento ciudadano –que todavía pareciera no ser una convicción sólidamente arraigada, por tanto reversible- es ganancia neta para los detentadores del poder.
La recuperación por parte de las fuerzas democráticas de su condición de alternativa pasa por superar el mutismo, la incapacidad o el estado de ánimo que impide reconstruirse, renovarse al unísono con un discurso y una acción política que las posicione como defensores de los intereses políticos y sociales de la ciudadanía.
Esa tarea corresponde cumplirla a los partidos democráticos actuales porque no hay otros, no hay tiempo para esperar, como desean algunos, el surgimiento de nuevos actores políticos de relevo porque eso al igual que la renovación de cuadros dirigentes no se decreta ni surge por el simple hecho de desearlo. Claro está, los partidos vigentes deben reflexionar sobre sus errores y carencias con ánimo, propósito y voluntad superadora.
Si de ahora a 2024 no se modifica el ambiente de paz social, desmovilización ciudadana y se asienta en la conciencia de la sociedad el discurso de la normalidad y del rechazo a la política como instrumento de cambio las posibilidades de un relevo del régimen se alejan y complican aunque las fuerzas democráticas finalmente logren articular una coalición sólida y sostenible.
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