Días tachados del calendario del año y mes en curso, me enseñaron una valiosa gracia que no llego a comprender, si previamente la conocía o a nivel vivencial me era totalmente ajena. Cuando se tienen altas expectativas sobre las personas, experiencias o de cualquier índole, los individuos son fácilmente desilusionados o frustrados, en el proceso de enfrentarse a la realidad versus las ideas correspondientes al imaginario preconcebido. Empero, la expectativa es fundamental para emprender cualquier reto o tomar decisiones; saber manejar la dosis de realidad con la que se sazonan las experiencias, hace la diferencia entre el aprendizaje resiliente libre de culpas, y la afanosa decepción o fracaso en el peor de los casos.
Errática o naturalmente, de la configuración del pensamiento, creencias y pasiones emergen demandas o expectativas silenciosas, que promueven el abrir bien los ojos frente a las posibilidades, lo cual puede solo ser atisbado por su portador. Se exige de los gobernantes la gallardía y honestidad, que usualmente perdieron mucho antes de llegar al poder, pero profesan con verbosidad. Se reclaman sutilezas en la comunicación con aquellos que quizás nunca recibieron suficiente atención, como para desarrollar empatía en su interlocución, y al contrario estuvieron sometidos a vejaciones profundas, difíciles de recordar; por las cuales permanecen en un estado cuasi defensivo.
Algunos que son padres tienen por progenie verdugos, listos para enseñar lo que aún no aprenden a experimentar de la vida, pero cuyas palabras son como látigos extensivos de demandas. Así como, las prosapias de muchos hijos imponen altos estándares de aprobación y aceptación, topes muy por encima de lo que ellos mismos pudieron alcanzar. Parejas con una constante sensación de malquerencia y repudio, por sentirse presas de exigencias por parte del otro, caen en letárgicos códigos de conducta que en lugar de avivar las llamas, extingue todo a su paso. La mayoría, parece que de una forma u otra, se someten a procesos de desilusión y desgaste por inexistentes presupuestos, vivos únicamente en el onírico individual de cada ser.
Descalabrarse en esto no tendrá mucho sentido práctico, pero permite identificar casi de forma involuntaria las insólitas universalidades humanas que nos igualan, en cuanto a la intensidad que el raciocinio aporta. Pienso que tener expectativa positiva sin esperar con demasía, o experimentar sin saber qué esperar, en algunas situaciones, puede llegar a ser muy beneficioso para discurrir la carga emocional que acompaña al desencanto. Confieso no ser del todo capaz de manejar las vivencias con menos pasión, en detrimento de las prominentes esperanzas. Sin embargo, estoy convencida que con las mejores de las intenciones se ha de procurar distensión de las perspectivas y así evitar un esguince facial, frente a las realidades manifiestas, liberando así toda la presión que genera asfixia y dejando espacio para la sorpresa y sus bondades.
Si desde un comienzo no hay demanda, a la postre no habrá reproche alguno, y pese a cualquier sorpresa surgirá la necesidad de adaptación.
@alelinssey20
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