Desde hace tiempo hemos defendido la tesis de que la lucha contra el régimen chavista reducida estrictamente al ámbito electoral ha sido un error. Los epígonos de la vía electoral saltan de inmediato a decir que somos radicales y los chavistas, por supuesto, a acusarnos de promover golpes de Estado y salidas de fuerza.
Antes de entrar en materia le responderemos a ambos bloques que constatar los hechos (la inevitabilidad de una salida de fuerza) no significa que abogamos por una opción específica. De hecho, nunca hemos apoyado iniciativas improvisadas, voluntaristas y espontáneas que involucran a civiles en acciones militares para las cuales no están preparados.
También diremos que lo electoral no agota lo político. Esto quiere decir que una estrategia comprensiva y sostenible contra el régimen chavista debe incluir opciones no necesariamente electorales, más bien de tipo social como regresar a la recuperación del movimiento sindical y gremial con su agenda específica de luchas en Venezuela.
La ausencia de un movimiento social organizado en sindicatos y gremios ha probado ser una de las debilidades cruciales de la oposición a la hora de emprender negociaciones con el régimen chavista. Mientras el chavismo dispone de todo el aparato del Estado a su servicio, su contraparte carece de formas institucionales o de hecho para poder ejercer presión y avanzar hacia una negociación que permita alcanzar algo significativo.
Y aquí entramos en el eje de este artículo. Pareciera que la oposición de la MUD está presa de una concepción pacifista que le ha llevado a creer que es posible sacar al chavismo del poder sin conflicto y sin pelear. El conflicto dirimido electoralmente dentro del marco institucional de la legalidad que ofrece el chavismo no permite llegar a ninguna parte porque el árbitro electoral, y todos los órganos del Estado, responden en su totalidad al régimen.
No hay duda, ni siquiera para los operadores chavistas, de que Nicolás Maduro perdió en forma aplastante las elecciones del 28 de julio. El debate sigue siendo cómo se logra reconocimiento institucional para esa decisión expresada por los venezolanos. La lucha para hacer valer la decisión de las mayorías se pierde y se diluye en los intrincados laberintos de la legalidad chavista.
No se puede hablar de ir a una negociación con el chavismo si ellos mismos no tienen el menor interés de negociar. ¿Y por qué tendrían interés en negociar si su posición actual es inmejorable? Hay quienes equivocadamente creen que ofrecer incentivos al chavismo abriría la puerta a una negociación para que abandonen el poder. Es posible que un esquema de “incentivos” funcione en operaciones sencillas de compra-venta de bienes y servicios. Pero las negociaciones de tipo político son mucho más complejas y responden más a presiones y correlaciones de fuerza que a una oferta infantil de incentivos para rendirse.
Además, si el paquete de incentivos para abandonar el poder viene de un sector que carece de la fuerza para materializarlo, entonces la oferta queda de hecho reducida a papel mojado.
En política las negociaciones son precedidas de inevitables procesos de confrontación que se manifiestan en formas diferentes y con distinta magnitud. Con toda certeza se puede asegurar que sin un conflicto que alcance su plena madurez es imposible lograr las condiciones para que una o ambas partes perciban la necesidad de negociar. Y por supuesto, sin una negociación precedida por una confrontación menos aún es posible hablar de una transición que sería en este caso el desarrollo lógico del proceso de negociación.
Invocar la negociación y la transición en Venezuela en estos momentos luce más como meros deseos o música celestial por parte de quienes insisten en saltarse la inevitable etapa del conflicto.
Se podría discutir si en la actual coyuntura existe un conflicto real o una confrontación, entendido esto como dos o más bloques que luchan por el poder, o si por el contrario lo que hay es un acto masivo y sistemático de linchamiento físico de la población civil desarmada por parte de quienes controlan el aparato del Estado.
Entender en qué etapa estamos y valorar las capacidades reales de las fuerzas sociales que se enfrentan al régimen chavista es clave para replantear la lucha y evitar la irreparable pérdida de vidas humanas. Porque tanto en la política como en la guerra la prioridad élite siempre será preservar la vida para poder continuar.