El 11 de julio se cumplieron dos años desde las protestas masivas en buena parte de Cuba contra la carestía, la escasez de productos básicos, el mal manejo de la pandemia, la falta de libertades y la desesperación. Como se recordará, miles de cubanos salieron a las calles en decenas de ciudades, sin previo aviso ni organización, a denunciar el terrible deterioro de la vida en Cuba. La policía, casi siempre desarmada, y sin causar muertes o heridos graves, detuvo a más de 1.000 manifestantes. Casi 800 fueron posteriormente juzgados y 172 condenados por diversos delitos inexistentes en la mayoría de las democracias. Siguen en la cárcel.
Quizás la mejor ilustración de lo que ha sucedido desde entonces en Cuba yace en la nota de Reuters publicada hace unos días sobre la escasez de agua en La Habana. Según la agencia, entre 100.000 y 200.000 habitantes de la capital de la isla se quedaron sin agua, debido al envejecimiento y decadencia de la infraestructura cubana. En un país donde falta todo, ahora resulta que no hay agua, algo indispensable en cualquier sociedad, pero más aún al arranque del verano, que es cuando se producen los grandes acontecimientos cubanos de protesta: el Mariel en 1980, El Maleconazo en 1994, el 11-J en 2021. Y es que sí falta todo.
Hay colas para cargar gasolina, para comprar comida debido a que con una reducción de la libreta (o racionamiento) ya no hay alimentos gratuitos y garantizados, aunque sean pocos, para conseguir medicamentos al atenderse en el sistema de salud, de productos de primera necesidad -desde papel de baño hasta pasta de dientes, pasando por toallas higiénicas- de electricidad -con apagones casi diarios- y, sobre todo, de esperanza. La gente no quiere ya protestar, ni hacer colas, sino irse.
En 2022 más de 300.000 cubanos –2% de la población de la isla– cruzaron la frontera sur de Estados Unidos, principalmente vía Nicaragua y México, según datos de la agencia de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos. El flujo parece haber caído este año hacia Miami, pero se ha incrementado de manera estratosférica en dirección de España, gracias a la entrada en vigor de la llamada “Ley de Nietos” española. Esta prevé que personas con abuelos españoles perseguidos por una razón u otra pueden solicitar la nacionalidad de ese país. El gobierno de España calcula que 250.000 solicitudes de nacionalizacion de cubanos en 2023.
Las razones de este éxodo y desesperación son bien conocidas. La economía se encuentra deshecha. Según The Economist, el turismo se ubica en 25% de su nivel en 2019, antes de la pandemia. El Gobierno administró mal, al principio, la vacunación y el confinamiento, aunque posteriormente mejoró mucho la situación. Pero el miedo y las restricciones de Estados Unidos, reimpuestas por Donald Trump y en buena medida mantenidas por Joe Biden, han provocado una caída estrepitosa de los visitantes estadounidenses. Por otro lado, una menor demanda de médicos cubanos en otros países ha mermado la otra fuente de divisas del país, y la ayuda venezolana ya no es lo que fue. Cuba es hoy un país que produce muy poco, que importa muy poco, y que se visita muy poco.
The Economist proyecta que la economía crecerá 1,5% este año, y el dólar, cuyo valor se fijó en un peso cubano con el cambio de convertibilidad hace 2 años, ronda hoy los 200 por dólar en el mercado negro. De allí la carestía: todo es importado, y el dólar cuesta una fortuna. Aunque el Gobierno ha procurado liberalizar las importaciones y facilitar las visitas de cubanos en el exterior, no basta. A la larga tal vez esto ayude, pero por ahora, es una gota de agua (escasa) en una cubeta sin fondo.
Las autoridades entienden la gravedad de la crisis. Suspendieron el tradicional desfile del Primero de Mayo por única ocasión desde 1959, con la excepción de la pandemia. Tal vez reducirán las dimensiones y el alcance del 70 aniversario del Asalto al Moncada, el próximo día 26 de este mes. Con cada miniprotesta -y se han producido varias en los últimos meses- se suspende Internet, se detiene a posibles manifestantes, y decretan alertas policíacas. El intento de liberar o por lo menos desterrar a los presos políticos del 11-J, por parte del papa Francisco, fracasó, probablemente en parte para disuadir cualquier disturbio ulterior. Se trata, quizás, del momento más difícil de la Revolución cubana en sus 64 años de historia.
¿A qué se debe esta trágica catástrofe? La dictadura de Miguel Díaz-Canel y Raúl Castro responsabiliza por completo a Estados Unidos, y en particular a las sanciones de Trump, junto con lo que falsamente denominan el “bloqueo”. Se trata del embargo económico impuesto al régimen de Fidel Castro decretado por Kennedy en 1962, consolidado por Congreso en 1992 y 1996, y que prohíben cualquier transacción comercial, financiera o turística con Cuba, salvo las excepciones que se han establecido desde entonces (viajes familiares, educativos, compras de alimentos y medicinas, etc.). Es falsa la tesis del “bloqueo”, porque Cuba compra cientos de millones de dólares de alimentos de Estados Unidos cada año, y desde luego puede comerciar -y comercia- con todos los demás países del mundo. Pero es cierto que el mercado natural de Cuba para todo es Miami, y las adversidades provocadas por el embargo son reales.
El problema con la tesis general de La Habana consiste en la temporalidad. Con la excepción de los últimos dos años del gobierno de Barack Obama, la situación entre Cuba y Estados Unidos ha sido más o menos la misma desde 1961. Pero la crisis actual incluso supera la del llamado “período especial” de 1991-1995, tras la desaparición de la URSS desapareció y con ella del subsidio masivo que le entregaba fielmente cada año a la isla.
Hay varias otras explicaciones, mencionadas por múltiples expertos, desde aquellos del Instituto Stolypin de Rusia hasta varios economistas cubanos dentro y fuera de la isla. Un mal manejo de la unificación de divisas, insuficientes reformas para liberar la energía del pequeño emprendedor cubano, la renuencia a negociar la liberación de los presos políticos a cambio del levantamiento de las sanciones (no del embargo), y una más. De una manera u otra, durante buena parte de la vida del régimen dictatorial, recibió apoyos monumentales de la URSS, en parte de China y de Venezuela. Buscó el equivalente del México de Andrés Manuel López Obrador, pero el país no se halla en condiciones económicas, energéticas y geopolíticas para hacerlo. Caracas y Nicolás Maduro ya tampoco pueden.
Sin mercado para sus médicos, sin turismo, con una zafra de azúcar minúscula este año (menos de medio millón de toneladas, proyecta el propio gobierno), sin subsidio externo, y con pocos amigos salvo en la nueva “marea rosa” latinoamericana, Cuba se desangra. Una tragedia, de duración indefinida.