«México siempre ha sido el país de la simulación», escribió Jorge Castañeda en artículo publicado en esta sección el pasado 14 de febrero («La simulación en los programas sociales de AMLO»). Al leer la rotunda afirmación de quien fuera canciller de Vicente Fox y, por ende, presumo, mucho ha de saber de hipocresías, imposturas y actuaciones, recordé dos frases debidas a José Ignacio Cabrujas. La primera, pronunciada en entrevista concedida a en 1987 a una revista de la Copre, se refiere al Estado venezolano «…es apenas un disimulo, simplemente un truco legal que justifica formalmente apetencias, arbitrariedades y demás formas del me da la gana»; la segunda, pertenece al guión de la película Amaneció de Golpe (Carlos Azpurua, 1998): «Esto no es un país, sino un estacionamiento» — o una chivera, si nos atenemos a la ruina del parque automotor o, mejor, un vivac, en concordancia con la militarización permanente del país anunciada por un (in)Maduro disfrazado de Blanca Ibáñez —¡te conozco, mascarita!— cuando ésta pasó revista a soldados y oficies de las FF AA durante el desbordamiento del río Limón (Maracay, setiembre de 1987).
No fue esa la única asociación de ideas derivada de los fingimientos atribuidos a la nación azteca: también los relacioné con Hugo Chávez y Jorge Luis Borges, ¿quién lo diría? Aunque en su artículo, Castañeda no abordó lo concerniente a los medios de desplazamiento presidencial, la mención de AMLO y la información difundida a través de las agencias noticiosas sobre el destino de una aeronave adquirida a un costo de 218 millones de dólares durante la gestión de Felipe Calderón, me recordaron los delirios del megalómano paracaidista barinés y su férvida detracción del avión heredado de la IV República, y, al mismo tiempo, la fantástica y atroz Lotería de Babilonia, imaginada con lucidez de ciego por el autor de El Aleph.
Tal se recordará, apenas llegó a Miraflores, el comandante hasta siempre prometió deshacerse —lo cual no hizo—, de la flota aérea de PDVSA, excesiva y suntuaria, en su opinión, y del jet presidencial, denominado peyorativamente «camastrón», con el desdén característico de un ignaro nuevo rico, alegando razones de seguridad y una supuesta y prematura obsolescencia — sin embargo, el Boeing 737-2N1, denostado por el lenguaraz mandón hace dos décadas, sigue volando y el 1° de julio de 2019 fue incorporado a Conviasa. De su reemplazo, el Airbus ACJ-319. Matrícula AMB 001 nada se sabe —. Ahora, el guarimbero del Zócalo, aduciendo motivos similares a los del redentor bolivariano, ha decidido rifar entre sus súbditos el Boeing 787 Dreamliner, bautizado José María Morelos y Pavón. Tan extravagante interpolación del azar en asuntos administrativos quizá prefigure, al modo babilonio, un régimen fundamentado en la buena o mala suerte de los gobernados y no en sus necesidades. Será cuestión de esperar a ver qué sucede cuando en el «país de las simulaciones» el favorecido por el albur pregunte: ¿y dónde está el piloto? Y, mientras el bombo gira, aquí, en el «país del disimulo», los usurpadores continúan con sus juegos de guerra, cebando la carne de cañón de milicias y colectivos enfebrecidos, y azuzando a los delincuentes enrolados en los escuadrones de la muerte de las Fuerzas de Acciones Especiales (FAES), a objeto potenciar el miedo de la ciudadanía. Por ello aumentan las ilusiones, vanas y deplorables si se quiere, mas en cierta forma comprensibles, de quienes, cansados de andar y desandar los senderos de la resistencia pacífica, desean ver a la Star and stripes ondear en algún promontorio de nuestra geografía, como en Iwo Jima… o en la luna.
No menos aborrecible e igualmente explicable nos parece la invocación a un deus ex machina uniformado a fin de poner un poco de orden en la pea. Tal empresa acometió en España, sin éxito alguno, … ¡un teniente coronel, claro está!, quien un 23 de febrero, pero en 1981 y no domingo de carnaval, a la cabeza de un contingente de guardias civiles, asaltó en Madrid el Palacio de las Cortes (Congreso de Diputados) cuando se votaba la investidura del candidato a la presidencia Leopoldo Calvo Sotelo. Sobre esa grotesca intentona de impedir a los españoles acceder a la modernidad mucho se ha escrito y especulado. Yo mismo pergeñé mis pareceres a propósito de una tardía lectura de Anatomía de un instante, formidable disección de ese punto de inflexión de la democracia íbera, llevada a cabo por Javier Cercas.
En el prólogo de su libro (Epílogo de una novela), Cercas se pregunta si Tejero y quienes dieron la cara y no se escondieron bajo las curules durante el putsch perpetrado en dos minutos y derrotado en tres — Adolfo Suárez, Rodríguez Mellado, Santiago Carrillo — no serían acaso ilusorios y apoya, su interrogante en una encuesta realizada en el Reino Unido, en 2008, según la cual «la cuarta parte de los ingleses creían que Winston Churchill era un personaje de ficción». Achaca esa asombrosa percepción a la escasa o nula exposición del ex premier británico en la llamada pantalla chica. Semejante argumento me puso a pensar en los 15 minutos de fama de Hugo Chávez y su rendición televisada. Quienes echan leña al fuego al golpismo castrense olvidaron el tango «Por la vuelta» bolereado por Billo y Pirela — «La historia vuelve a repetirse…» —, o ignoran, quizás adrede, la muy manoseada frase de Carlos Marx al inicio de El 18 brumario de Luis Bonaparte: «Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa». La nuestra es una historia hilvanada a golpes: entre la carujada o carajada contra un presidente civil, el médico y ex rector de la Universidad Central, José María Vargas (Revolución de las reformas, 1835), orquestada por Santiago Mariño, Diego Ibarra, José Laurencio Silva y Perú de Lacroix, entre otros «ilustres próceres» de la independencia, y el carmonazo del 11 de abril de 2002 se registraron en esta tierra de gracia al menos 15 insurgencias y cuarteladas, sin contar los alzamientos de embuste forjados por las paranoias de Chávez y Maduro. Gracioso, ¿no?
Hoy padecemos las consecuencias de la sedición del 4 de febrero de 1992, frustrada por la audacia de Pérez, y paradójicamente triunfante en virtud del mediático «por ahora». Para más inri, la usurpación ha conseguido minar a la oposición colocando quintacolumnistas y caballos de Troya en su seno; puede, además, ufanarse de haber dividido la Asamblea Nacional, triplicando con la anc (no prostituyamos las mayúsculas) las instancias legislativas con la deliberada intención de designar, argumentando omisión parlamentaria, un nuevo casino nacional electoral por parte del írrito tsj (minúsculas de cajón) y preparar con dados cargados, cartas marcadas y ruleta amañada otro desfalco comicial. Quienes se auto engañan con diálogos unilaterales y negociaciones facilitadas por Zapatero, y se empeñan en hacer política — ¿politiquería? — a la manera pre chavista, otorgándole un fantasioso poder de convocatoria a símbolos y nombres de partidos sin militancia ni proyecto, serán cómplices del arrebatón en ciernes. Preferimos, pues, encomendamos a Guaidó. En el prolongado vía crucis de la resistencia, el presidente (e) ha sido el dirigente más creativo y con mayor arrojo de la oposición democrática. Probablemente deba redefinir las metas de su hoja de ruta y adecuarla a las circunstancias. Algo ha de ocurrírseles a él y a sus asesores para abortar ese simulacro de votaciones e impedir que Maduro, Cabello, Padrino & Co. pongan sus manos a una legislatura ilegítima de origen, se disfracen de corderos y sigan aparentando inclusión, a pesar de la patrio carnetización obligada —sin la credencial tricolor, olvídate del CLAP y los bonos caritativos—, y disimulando su sectario clientelismo con el concurso de colaboracionistas dispuestos a ganar indulgencias con el escapulario rojo, y haciéndonos creer que —tornamos a Cabrujas— habitan en «el edificio casi teologal del deber ser».
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