Carlos Andrés Pérez sigue impregnado de presente. Se mueve entre nosotros. Aparece de vez en vez para interpelarnos o replicarnos por y sobre lo que acontece.
El tiempo transcurrido desde su salida del poder -veintiocho años- o desde el undécimo aniversario de su fallecimiento no ha sido suficiente para borrar el nombre del expresidente.
Su rostro no necesita identificación, se le reconoce al pelo.
Se le menciona de manera asaz en las redes sociales: ora su nombre, ora su imagen se manifiestan en memes y stickers, exaltando sus pretendidos aciertos o atacando sus presuntos errores.
Su sola mención apasiona, sirve por igual a la hilaridad o al llanto, mueve con fuerza al aplauso a su favor o a la ira en su contra, pues ocupa siempre un espacio -grande o pequeño… pero espacio al fin- en la mente de un número importante de venezolanos.
Su nombre emerge en cualquier conversación política sobre la situación actual, desde las ámbitos más elitescos hasta en los ambientes rupestres.
Esa inmensa carga de contemporaneidad que lo reviste por todos sus costados le da una enorme singularidad a su polémica figura.
¿Fue así desde que se terció la banda presidencial por primera vez el 12 de marzo de 1974? Parece.
Entre los «padres fundadores»
Tanto su actuación pública como su vida privada siempre han deslumbrado y captado la atención de los venezolanos.
La actualidad de su nombre no es accidente: es consecuencia del papel histórico determinante que cumplió en la Venezuela de los últimos sesenta años.
El interés general por su vida y su obra es considerablemente mayor al de cualquier otro exmandatario nacional, aunque, por razones obvias, apenas menor al que despierta Hugo Chávez o al de Rómulo Betancourt, a quien cierta corte laudatoria -muy en contra suya- ha dado en llamar el «padre de la democracia», para homologarlo en su dimensión histórica con el llamado «padre de la patria».
Puesto que recordaba que los seguidores del Benemérito llamaban a Juan Vicente Gómez el «padre de la paz», no sorprende que el guatireño rechazara un calificativo que solo el tiempo y la historia terminarán por darle. Si es el caso. Para muchos de nosotros, es aún temprano para decirlo.
Pero, volviendo al tachirense, cualquier detalle del tránsito de Pérez por el mundo terrenal es un guiño a la curiosidad por descubrir qué hay detrás.
José Antonio Páez y Antonio Guzmán Blanco dominaron la historia de la Venezuela independiente del siglo XIX.
Sin temor a equívoco, junto a Gómez y Betancourt, Pérez es la gran figura del siglo XX venezolano.
Pérez es Pérez. Para bien o para mal su nombre no cesa de sonar. Por ahora.
Luces y claroscuros
Esa vigencia también está asociada a la responsabilidad de la crisis actual que, continuamente, lo roza.
En la búsqueda de respuestas sobre el complejo presente, tratando de leer en su vida y su tiempo las causas de la tragedia que sobrevino después, el nativo de Rubio es motivo de artículos, investigaciones, libros y documentales que abordan su trayectoria política.
Es un enigma cuánto hay de verdad o falsedad, de novedad o repetición, de objetividad o distorsión en todo lo dicho y por decir.
¿Hay un aporte real, constituyen un examen útil repecto a Carlos Andrés Pérez, su tiempo y su impacto en la historia contemporánea de Venezuela?
Sin importar cuál sea la respuesta a esa pregunta, lo cierto es que las fuentes para el estudio y la comprensión de este personaje son inagotables, dispersas en páginas y páginas de documentos oficiales, en la colección de sus discursos, notas de prensa, reportajes, semblanzas, entrevistas, infinidad de fotografías, películas y en interminables testimonios dados o por darse sobre él.
También es protagonista de no pocos libros. Tan solo Alfredo Tarre Murzi, el gran y temible «Sanín», le dedicó cuatro, absolutamente demoledores, NADA MÁS que sobre su primer gobierno.
La cuenta sigue. Hallamos publicaciones de Teodoro Petkoff, Juan Pablo Pérez Alfonzo, Gumersindo Rodríguez, Héctor Malavé Mata, Américo Martín, Domingo Alberto Rangel, Pedro Duno, Carlos Blanco y tantos otros sobre el mismo periodo.
Su segundo gobierno sigue inspirando la escritura. Fluyen los trabajos de viejos y nuevos autores. Américo Martín y «Sanín» reaparecen con sendos libros. Surgen trabajos de más rigor, ahí están los de Moisés Naím, Carlos Raúl Hernández y Luis Emilio Rondón, Pedro Castro.
Sin que los periodísticos y testimoniales con esfuerzo analítico pierdan fuerza, entre muchos más, están los de Francisco Camacho Barrios, Gustavo Tarre Briceño y Fernando Ochoa Antich.
El trabajo gráfico no está ausente de las editoriales. El trabajo de Francisco Solórzano «Frasso» y Grillo sobre el Caracazo es llevado a libro.
Y el esfuerzo de las imágenes en movimiento tampoco se rezaga. El documental de Carlos Oteyza marca un comienzo que de seguro tendrá continuidad.
En «La Ahumada»
El período de cautiverio, tras ser echado del poder por una «conspiración», es prolijo en las entrevistas.
Para muchos ya está en su ocaso y tratar de contar, o más exactamente, hacer que el mismo la cuente es el objetivo de las nuevas publicaciones.
La entrevista de Rafael del Naranco lo retrata en «La Ahumada», la casa de El Hatillo que se convirtió en su prisión «de por vida».
El poeta Caupolicán Ovalles le arranca unas largas y sabrosas conversaciones, prolijas en detalles que descubren su agudeza y extraordinario sentido del humor.
Roberto Giusti y Ramón Hernández, dos versados periodistas que lo conocieron de cerca, recogen su azarosa vida en una larga conversación, escrita en primera persona en clave de Memorias, truncada por el insatisfecho protagonista.
También recurriendo a este género, el historiador Agustín Blanco Muñoz lo sentó a disgusto en el banquillo de la historia.
Todas estas entrevistas fueron llevadas a libros de gran éxito editorial.
Allende las fronteras también se interesan por la vida del expresidente y surge tal vez el primer estudio de vocación histórica, el de Michael Tarver, The Rise and Fall of Venezuelan President Carlos Andrés Pérez: An Historical Examination, de dos tomos (2001-2004).
Post mortem el interés periodístico no se pierde. José Agustín Catalá edita los documentos de su enjuiciamiento, Martha Rivero echa a la calle su polémico y sustancioso trabajo La rebelión de los náufragos, Earle Herrera examina el Caracazo.
Sin embargo, la comprensión del papel que Carlos Andrés Pérez ha tenido en los eventos contemporáneos y actuales del país apenas comienza a entreverse por lo que resultan ilusos quienes hoy escriben sobre el hijo de Rubio pretendiendo sentar una visión última y definitiva en torno a él.
De la tumba al Twitter
Por supuesto, no hay que desatender el acierto del joven historiador Tomás Straka, quien subraya en un ensayo reciente, publicado en el portal Prodavinci, que la capacidad del ex primer mandatario de ser «el hombre que se inventó a sí mismo» constituye un rasgo clave para comprenderlo.
Acertó Straka y su disertación estimuló una polémica en las redes sociales que actualizó la figura de Pérez para las nuevas generaciones.
¿Muerto? Sin duda. Olvidado y borrado de la historia: ni de broma.
Su imagen todavía seduce. Mucho de esto se debe a su carismática personalidad: este rasgo arrollador que caracterizó de modo singular sus mandatos presidenciales.
Nadie objetará que Pérez es uno de los prototipos más acabados de la tesis del «líder carismático» desarrollada por el genial Max Weber.
Sí, el tachirense es una nueva muestra de que el carisma es inmortal y trasciende a quien lo porta: el de Pérez todavía palpita y ayuda poderosamente a la actualidad de su figura.
Y esto muy a pesar de sus detractores. Se le ha estigmatizado en sus dichos y gestos, haciendo las delicias de humoristas y opinadores.
No le es indiferente a nadie, menos a ningún dirigente o estudioso de la historia y la política.
Por generaciones ha fascinado a estudiosos su magnetismo personal y el excesivo personalismo, así como la hiperkinesia que lo cambiaba de locaciones geográficas como si se tratara de mudas de ropa.
Impregna todavía el recuerdo la energía de «ese hombre si camina», emblematizada en la famosa fotografía de su campaña electoral en 1973 en la que se le retrataba saltando un amplio charco, pese a encontrase ya en sus cincuenta años.
Hombre de puentes
De nuevo, solo HCHF puede comparare en nuestra historia política en lo que respecta a su liderazgo internacional tercermundista: el provincianismo fue marca de nuestras figuras políticas principales de Páez en adelante.
También con él compartía una locuacidad que alborotaba los sentidos de la gente y lo hacían simpático de buenas a primera. Han pasado al anecdotario popular sus singulares modos expresivos y gestuales, inmortalizados en la magistral imitación que de él hiciera el fabuloso comediante Cayito Aponte, para gozo de toda la nación.
Se admiraba su heterodoxia respecto a los modelos al pasar de ser el líder populista, estatista y nacionalizador de su primer gobierno al presidente neoliberal y privatizador de su segunda gestión.
También sorprendía en él la habilidad para rodearse de gente más joven, inteligente y bien formada para construir sus equipos de gobierno. Destacaba el hecho de que, pese a la reputación de represor que se le atribuía, la mayoría de estos jóvenes colaboradores venia de militar en la izquierda durante sus años mozos.
Extendía la estrechez de sus lazos hasta representantes de la gran burguesía nacional con quienes se entendía con suma facilidad.
Pérez fue, en gran medida, el prototipo del dirigente hecho por los mass media, sin que ello desmerite sus habilidades naturales para moverse cual pez en el agua de la política.
¿Por sus frutos?
Más allá de consideraciones personales y locales, el impacto internacional de su desempeño público así como la importancia histórica y el fuerte arraigo popular de su partido Acción Democrática, junto con los sucesos históricos que conmocionaron al país durante sus actuaciones como primer mandatario forman parte importante de la aproximación necesaria para explicar su persistencia en la memoria.
Sin embargo, este resultado también puede ser atribuido al ruido que ha caracterizado las casi tres décadas que han seguido a su salida del poder.
Por un lado está el deseo nada silencioso de sus enemigos de borrarlo de la historia, pretendiendo estigmatizarlo como el símbolo de la corrupción y del fracaso del modelo democrático representativo.
Por el otro, la defensa apasionada de quienes sienten que en los juicios críticos contra Pérez ellos también llevan una parte importante que no están dispuestos a pagar.
Todo ello mantiene fresca su vida como lo ha demostrado el reciente debate en torno a su importancia y legado: temas que aún son abordados con excesiva pasión, sin la toma de distancia prudente del historiador profesional para examinarlo con más objetividad y pertinencia. Aun hasta las grandes entrevistas que diera tienen el doble filo del enjuiciamiento, de la aprobación o la condena más que un genuino interés por examinar y darle contestación a interrogantes históricas que corrijan y expliquen sus actuaciones y decisiones, conforme a sus particulares circunstancias.
Se le otorga preponderancia a lo anecdótico surgido de vivencias personales a su lado con mucha carga de subjetividad.
Destacan sus advertencias sobre las sombras que sobrevendrían al país si Hugo Chávez conquistara el poder en Venezuela, como en efecto lo hizo en 1998. Pareciera que hay un esfuerzo de sus más fieles seguidores por lograr un sentimiento de culpa inducido en los venezolanos por haber truncado su «Gran Viraje», el cual comenzó a instrumentarse durante su segundo mandato entre 1989 y 1993.
Queda para la historia exaltar su grandeza al aceptar la decisión de la Corte Suprema Justicia que lo echó del poder en mayo de 1992.
Tal hecho puso a prueba su vocación democrática, dejando en claro que la misma era profundamente republicana, a pesar de su fama de personalista.
Carlos Andrés Pérez continúa políticamente vivo a través de esa evocación de muchos personajes que estuvieron envueltos en su vida pública como dirigente político y como gobernante.
No obstante, aspiramos comprender por qué se mantiene en la palestra más allá de los intereses en mantenerlo vivo.
Es aquí donde se pone de relieve no haber sido un hombre gobernado por los acontecimientos, difuminado por las fuerzas ocultas de los procesos históricos, convertido en una figura que pudo haber sido relevada por cualquier otra. Eso que algunos llaman su especificidad.
Que se trata más bien del actor de primer plano, cuya determinación y sed de grandeza histórica hizo posible, con sus aciertos y errores, esos hechos trascendentales que llevan su sello personal para bien o para mal y han marcado la historia contemporánea de Venezuela.
La contemporaneidad de Pérez que me propongo examinar en próximas entregas emana de su actuación singular, del sello personalísimo que imprimió en los hechos históricos vinculados a sus mandatos produciendo una elevada conmoción nacional y, en buena medida, internacional.
Hablo de la nacionalización del petróleo en el marco del proyecto de la «Gran Venezuela»; la revuelta popular del Caracazo el 27 de febrero de 1989; la intentona golpista del 4 de febrero de 1992; así como el llamado «paquete económico neoliberal» de su proyecto del «Gran Viraje» anunciado el 16 de febrero de 1989.
Y, por supuesto, abordaremos también su dramática salida del poder el 21 de mayo de 1993.
No intentamos analizar en si esos turbulentos acontecimientos sino extraer de ellos la marca puesta por Pérez en cada uno.
La idea es revisar cómo están presentes en esos sucesos sus complejos, sus miedos, sus ambiciones, cómo sus sentimientos se reflejan y descubren en cada una de sus actuaciones, moldeando algunos o sobreponiéndose históricamente a otros, quedando para la investigación histórica la labor de enmendar la explicación de sus comportamientos.
Queremos comprender cómo los mismos revisten de contemporaneidad la sin par figura del expresidente Carlos Andrés Pérez, así como todo aquello que los mismos tienen de inconclusos y su carga de frustración y de conmoción produjeron en su momento.
No son los únicos sucesos que le dan fuerza de actualidad.
Pudieron ser escogidos otros acontecimientos relevantes y de trascendencia y con seguridad se encontrará la preponderancia de su marca personal.
Pero en todo ensayo de interpretación en la selección de los hechos siempre hay una dosis de subjetividad de la cual es difícil desprendernos.
Para nosotros es claro que la trascendencia e importancia de la actuación de Pérez en todos estos eventos y la fuerza impuesta en los mismos, cada uno en su momento, constituyen la mejor explicación de por qué seguimos tan pendientes del Sr. Pérez.
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