“7.1 millones de venezolanos han dejado su país. Este es el éxodo más grande en la historia del hemisferio occidental».
Con estas palabras termina la recién estrenada película Simón. Una película basada en hechos reales sobre un estudiante que junto a sus compañeros lucha por la libertad de Venezuela. Frustrado, asustado y sin éxito termina huyendo del país en busca de asilo político en Estados Unidos, después de ser perseguido y torturado por el gobierno. Luego inicia otra lucha. Esta vez con la culpa. La culpa de empezar de nuevo dejando a todos atrás.
El día de la premiere de Simón en la ciudad de Miami, 800 de esos 7 millones de venezolanos aplaudimos de pie al final de la extraordinaria película. Resultó sencillamente imposible no verse reflejado en el dolor, en el trauma, el resentimiento y el perdón de Simón y sus amigos.
Entre los aplausos, los productores y parte del elenco subieron a la tarima para una sesión de preguntas y respuestas.
En ese momento, aún con lágrimas en los ojos, empecé a reflexionar:
¿Qué hacemos todos estos venezolanos en esta sala aplaudiendo el dolor en primer plano?
¿Qué es esto?
¿Por qué no estamos en nuestro país?
¡Alguien que termine esta otra película que estamos viviendo!
Estaba movida y confundida a la vez.
Hemos pasado por tanto. Hay al menos 7 millones de historias de salidas y periplos migratorios buscando una mejor vida. En la mayoría de los casos empezando desde cero.
Siempre he dicho que la nostalgia es una compañera extraña porque con frecuencia te hace recordar cosas muy lindas que con el tiempo te empiezan a pesar y llegan a pesar tanto que no te dejan avanzar hacia el futuro con esperanza. La nostalgia te hace ver borroso.
Así me pasa con Venezuela. Es duro ignorar el dolor y el vacío de sentirse huérfano de patria.
En el fondo agradezco estos diez años viviendo fuera. No niego que he vivido momentos duros, pero esa rudeza ha terminado trayendo suavidad a mi vida y he aprendido a vivir con mayor paz y, sobre todo, aceptación.
Por otro lado, hay muchos venezolanos que han logrado tanto éxito fuera del país que es muy difícil no mirar el exilio con agradecimiento.
Todos hemos tenido que reinventarnos y hemos cambiado una vida por otra y después de mucho trabajo las cosas empiezan a salir bien.
Minutos antes de empezar la película, Leonardo Padrón me contaba que llegó tarde porque venía de México, donde está escribiendo una nueva serie para Netflix.
Mi entrañable amigo César Muñoz, con quien fui al cine, escribe los guiones de todas las ceremonias de premios musicales del canal Univision junto con Sergio Jablón, antiguamente guionista de Radio Rochela.
Ayer George Harris hizo historia con un sold out en el Hard Rock Live, el mismo sitio donde se presenta Jerry Seinfeld y Chris Rock.
Nathalie Quintero, ingeniero aeroespacial, quien estuvo en mi podcast, ayuda a la NASA a llevar a la primera mujer a la Luna.
Tamoa Calzadilla, quien justamente fue premiada por su trabajo de investigación llamado “Lo que hay detrás de las guarimbas”, después de huir del país y de algunos años en Univision, ahora ayuda a los inmigrantes a detectar noticias falsas a través de una app llamada “Factchequeado”.
Nada de esto hubiese sucedido estando en Venezuela.
Danny Ocean no hubiese tenido inspiración para “rehusarse a dar el último beso”, como dice su canción mundialmente conocida, que suena en la película.
Y obviamente Diego Vicentini, el director de la película, jamás hubiera sido ovacionado en las salas de cine por miles y miles de almas venezolanas.
Hace tiempo decidí enfocarme en lo bueno. Lancé la nostalgia por un puente para seguir sin peso por la vida. Yo me enfoco en lo que hemos ganado, no perdido.
El exilio obliga a reinventarse. El dolor y la necesidad son semillas que terminan germinando y convirtiéndose en cosas realmente hermosas.
A todos, adentro y afuera, nos une el dolor por un país que ya no es como antes; pero también nos une la fuerza de la valentía.
Tanto que he buscado mi sentido de pertenencia, no me había dado cuenta de que estaba tan cerca. Pertenecemos al mismo duelo.
Entre los aplausos sigo reflexionando sobre la contradicción en la que vivimos.
Simón es una película que nunca debió existir.
Mientras tanto, seguimos haciendo nuestra vida pero ahora sabiendo que la culpa nos acompaña y que el dolor no se ha ido, uno aprende a vivir con él, en defensa propia.
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