La postura tradicional de Pekín dentro de la escena global y ante todos los eventos internacionales que les atañen ha sido la de extraer para sí el mayor dividendo. Esta es una verdad palmaria. Esta será igualmente su estrategia después de haberle demostrado a la humanidad su alarmante y eficiente capacidad –es propio reconocerlo– de reacción frente al virus covid-19 dentro de su propio territorio. Querrán capitalizar para sí sus aciertos.
Con este supuesto en mente y dada la circunstancia jurídico-política internacional que vive Venezuela en el momento actual, ¿cuál actitud cabe esperarse de parte del gigante asiático hacia Venezuela, que fuera su mejor aliado en Latinoamérica durante los últimos veinte años?
Solo entre 2007 y 2017, Pekín puso en manos de la revolución chavista más de 40% de todos sus financiamientos otorgados en el subcontinente. Los contratos de cooperación económica que se firmaban a granel con Caracas incluían toda clase de proyectos de desarrollo en el sector petrolero y minero, construcción de viviendas, comunicaciones satelitales, industrias de talla media, desarrollo ferroviario, por citar los más destacados. De todos ellos no queda sino el bagazo.
De su lado, Nicolás Maduro, solo en el año 2018 promovió y suscribió 28 acuerdos bilaterales para apoyar la iniciativa de Xi Jinping de la Nueva Ruta de la Seda. La estrecha interacción de ayuda y de negocios entre los dos países no puede ser reseñada en estas muy cortas líneas, pero baste saber que, hoy por hoy, China ha terminado desempeñando un papel de cierta relevancia en lo que va quedando de la cuasi única fuente de ingresos del país, como es la explotación de hidrocarburos. Y por el lado de Maduro, valga mencionar que uno de los últimos aportes tecnológicos recibidos del coloso asiático por nuestro país caribeño fue la asistencia para el establecimiento de un sistema de identificación nacional denominado “carnet de la patria”, instrumento para el control y fidelización de la población, ya que a través de una suscripción masiva y obligatoria en el mismo es como se ha estado distribuyendo comida y medicinas a los ciudadanos. Hay que destacar que, también a la usanza china, está sirviendo para el control de las redes sociales de los venezolanos y para “supervisar” las votaciones secretas de la ciudadanía.
Pero el caso es que, para esta hora, tanto Nicolás Maduro como integrantes del alto gobierno y de la cúpula de las Fuerzas Armadas venezolanas enfrentan la imputación de cargos penales por parte de la Fiscalía de Estados Unidos por crímenes de terrorismo, corrupción y narcotráfico. Y al resto del mundo le tocará, tarde o temprano, asumir un rol.
Si consideramos que esta relación simbiótica que ha existido entre China y Venezuela ha llevado a los líderes en Pekín a mantenerse estratégicamente a distancia de los flagrantes desaguisados venezolanos, a pesar de lo mucho que llevan ya perdido en la patria de Bolívar, lo que puede esperarse, de nuevo, es uno de esos silencios que ya esta vez no podrá ser cómplice, será estratégico. Pero a la vez deberá ser temporal y, poco a poco, tendrán que ir dejando de lado sus posiciones ambiguas dentro de las cuales ni se otorga ni se le resta razón ni responsabilidad a nadie.
Porque ocurre que el interlocutor de China ya no es el jadeante gobierno de Nicolás Maduro en Miraflores, ni siquiera el líder opositor Juan Guaidó.
Del otro lado de la trinchera está el gobierno de Estados Unidos determinado a hacer justicia con los depredadores del país y a rescatar su democracia.