Una pareja diabólica está acabando con Nicaragua. Aunque siempre hemos procurado librarnos del autoelogio, ello no impide afirmar con orgullo y satisfacción ante nuestros hijos y ante la sociedad donde cumplimos nuestro rol, que nuestra vida está libre de procesos criminales y de estafas al fisco, y que, ante cualquier acto inhumano, represivo, discriminatorio o insultante a la dignidad de las personas, no puedo permanecer inmutable. La miseria humana no va conmigo. De allí mi absoluta solidaridad con la iglesia y sacerdotes católicos nicaragüenses y con el país centroamericano. Reprocho el silencio papal.
La miseria humana resulta, desde luego, incompatible con los avances que en materia de derechos humanos hemos venido observando a nivel mundial. En este orden, ha sido progresivo el tratamiento respetuoso, y de reconocimiento que las legislaciones modernas han establecido en aras de la defensa, promoción y protección de los derechos humanos. Por eso se hable de personas discapacitadas (o con condiciones especiales), violencia de género, adultos mayores, libertad sexual, transgénero, en fin, de la pronunciada tendencia a procurar la eliminación o reducción al mínimo de la discriminación, con un marcado respeto por la dignidad humana y en el entendido que cualquier diferencia o condición debe ser considerada un valor y nunca un defecto.
Viene al caso este relato, por el silencio sepulcral que ha mantenido el Papa ante los abusos que el presunto nico incestuoso y sus conmilitones vienen cometiendo en Nicaragua, y más recientemente en contra de la Iglesia Católica y varios de sus sacerdotes. Un silencio como el que deben acatar los enclaustrados en La Cartuja o el de los integrantes del colegio cardenalicio a la hora de designar a un nuevo Papa.
No es nada personal. Pero también es la vergüenza ajena que han generado las infelices declaraciones de quienes sostienen, en tono recurrente e inveterado, que el Papa es un líder religioso y no político. Por lo tanto, según los declarantes, él (el obispo de Roma) no debe opinar sobre asuntos políticos, en razón de lo cual debe mantenerse callado ante las tropelías que comete Daniel Ortega y su combo en Nicaragua, incluidos curas católicos.
Sorprende la inopia intelectual y el enanismo político de ciertos opinadores, que al propio tiempo comporta un desprecio por la dignidad de las personas y un insulto a las instituciones democráticas, y a instituciones que merecen respeto y consideración, como la Iglesia Católica, aunque usted no respalde ni concuerde con sus postulados. No conforme con los hechos, también maltratan con palabras.
Vale señalar que los psicólogos recurren a los términos de maduración o madurez y encuentran que esta se produce en forma irregular y muchas veces independientemente de la edad. Unos maduran más pronto, otros más tardíamente y hay personas que se mantienen en un permanente estado de inmadurez.
Decía Fabio Quintiliano: “Cuando queremos vaciar un líquido en un frasco de boca pequeña, tenemos que actuar lentamente. Si actuamos precipitadamente el líquido se bota y el frasco no se llena”. Y agrega: “No se le puede dar instrucción, educación, formación a una persona que no tiene capacidad para adquirirla, que la adquisición no puede hacerse bruscamente sino por etapas, lentamente”.
Sin temor a equivocarme, esta valiosa reflexión del pedagogo romano-español aplica también para aquellos que quieren hacer de la política su oficio, pero que no han sabido entenderla a cabalidad, y por tanto se han servido de ella alegremente. Al punto de tener que avalar la desgracia que los Ortega han instaurado en Nicaragua.
Así como los que dicen tener derecho a justificar el silencio papal apoyan la barbarie en Centroamérica, deben tener el talante y la condición libertaria para respetar a quienes no solo reclamamos una declaración del papa Bergoglio, sino que además condenamos el oprobioso régimen que encarnan Ortega, su cónyuge y camarilla.
No olvidemos que se peca por obra, palabra y omisión. Que del crimen no se regresa, aunque haya arrepentimiento y se avergüencen lavándose las manos, porque, aunque quiten la mancha del delito o de la ofensa y ya no estén en esas manos criminosas, la mancha se habrá ido hasta la conciencia y allí el agua y el jabón no pueden penetrar.
Como señaló el maestro Prieto Figueroa alguna vez: “El gesto de Pilatos es un símbolo psicoanalítico. Nos enseña que, para no tener arrepentimientos, preferible es evitar caer en las redes del delito”.
No se puede estar tan cerca del dolor y seguir viviendo con normalidad. El sufrimiento es una miseria y exaltarlo una perversión más. Sufrir es malo en sí mismo y punto.