
Archivo
Hay un principio universal en cualquier sociedad libre: el derecho a la información. En Venezuela, ese derecho ha sido convertido en un crimen. En 2024 y lo que va de este año la dictadura de Nicolás Maduro ha desatado una ofensiva brutal contra el periodismo, dejando al país al borde de un apagón informativo. La evidencia es contundente: según el último informe del Instituto Prensa y Sociedad (IPYS), la represión contra la prensa ha aumentado 64% respecto al año anterior.
Detrás de los números hay historias humanas. Periodistas encarcelados sin juicio, medios bloqueados, corresponsales forzados al exilio. Gente cuyo único “delito” ha sido informar. Y más allá de ellos, millones de ciudadanos privados de la verdad, condenados a vivir en la sombra de la propaganda oficial.
La estrategia del régimen es clara. En los meses previos y posteriores a las elecciones del 28 de julio, la maquinaria estatal de Maduro intensificó sus ataques contra los medios. El mensaje, muy directo: si no puedes controlar la información, la eliminas. Así lo hicieron. En solo un año, se registraron 571 ataques a periodistas y medios. Entre ellos, 14 detenciones arbitrarias y 2 desapariciones forzadas. Algunos nombres resuenan en la conciencia del país: Carlos Julio Rojas, Ismael Gabriel González, Deisy Peña, Roland Carreño. Profesionales convertidos en enemigos del Estado por hacer preguntas, por contar lo que ven, por resistirse a la censura.
Pero la persecución no se limita a detenciones y amenazas. El régimen ha diseñado un sistema de control que combina represión judicial, propaganda y censura digital. A los periodistas se les acusa de terrorismo e incitación al odio, como si reportar la realidad fuese un acto subversivo. Al mismo tiempo, los medios estatales reescriben los hechos, convirtiendo víctimas en culpables y represores en héroes. Y cuando todo eso falla, el gobierno simplemente bloquea el acceso a medios independientes, dejando a millones de venezolanos sin otra fuente de información que la mentira oficial.
Este es el verdadero juego del poder en Venezuela: no solo castigar a quienes hablan, sino infundir miedo en quienes podrían hacerlo. Maduro no necesita encarcelar a todos los periodistas, solo a los suficientes para que se imponga la autocensura. La prensa no muere de un solo golpe, sino por asfixia lenta. La censura no es solo un ataque a la prensa; es un ataque a la sociedad entera. Cuando un gobierno controla la información, controla la percepción de la realidad. Y cuando la realidad se manipula, la verdad se vuelve irrelevante.
La comunidad internacional no puede ignorar lo que sucede en Venezuela. La represión contra el periodismo es un síntoma de un régimen que se sabe ilegítimo, que perdió en las urnas y solo puede sostenerse a través del miedo. La pregunta es: ¿hasta cuándo?
Si algo ha demostrado la historia es que los regímenes que buscan erradicar la verdad terminan devorados por ella. En Venezuela, la censura es feroz, pero la resistencia sigue viva. Y mientras haya periodistas dispuestos a arriesgar su libertad por informar, habrá una grieta en el muro del silencio. La pregunta no es si la verdad sobrevivirá en Venezuela. La pregunta es cuánto tiempo más costará decirla.