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May 10, 2025


Siete cuentos misóginos

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Patricia Highsmith era la autora de las sutilezas y la exploración de la psique. Su literatura, en los primeros párrafos, muestra un estilo llano, de acciones, sin demasiados ornamentos, que pueden hacernos creer que solo leeremos una novela negra más. Pero la escritora tejana fue dueña de una capacidad para entender la complejidad humana tal que nos dejó un personaje como Ripley, quizás el más emblemático de los que creó, que un día puede abrazar con fervor a un buen amigo y a las horas matarlo temblando de miedo pero lleno de satisfacción. En Ripley nos presenta un criminal tonto, de pasos torpes e ingenuos, incluso sensible, que en el fondo es sostenido por una frialdad demoníaca que le hace tomar decisiones muy bien calculadas que las hace ver improvisadas.

No se habla tanto de sus cuentos, donde se halla un procedimiento similar aplicado a personajes que lucen aún más ingenuos que el estafador. En Siete cuentos misóginos, un pequeño libro publicado en 1994 por Alianza Editorial —que hizo una selección del volumen Pequeños cuentos misóginos de 1974—, la autora presenta en relatos cortos personajes de mujeres simples, casadas, madres, esposas, trabajadoras, bailarinas, que guardan en sus almas aparentemente inmaculadas obsesivos intereses que las llevan a cometer terribles acciones, o que se ven afectadas por los hombres que las rodean. 

En el primero, “La bailarina”, la pareja de bailarines Claudette y Rodolphe son muy felices como amantes hasta que ella comienza a serle infiel. No es una relación propiamente formal y, sin embargo, de todos modos él la cela y siente una rabia terrible al saber de sus andanzas. Rodolphe intenta convencerla de que no siga humillándolo porque, de lo contrario, dejará de bailar con ella y eso afectará las ganancias de ambos. Claudette cumple, pero luego rompe su palabra. A los periodistas y el público les llama la atención la manera en que él la toma del cuello cuando están en escena, pues les parece que tiene algo de sadomasoquismo. La confianza de Claudette en Rodolphe evitará que reaccione en el momento en que Rodolphe la asfixia de verdad y la mata en pleno escenario, alejándose luego fríamente.

“La prostituta autorizada o la esposa” es la historia de Sarah y de su marido, Sylvester. Si bien ella siempre soñó con casarse y sentirse protegida, más allá de su gusto por cuidar la casa y su hijo, prefiere no seguir acostándose con su esposo pero sí lo hace con otros sujetos de manera casual. Él comienza a sospechar, le arma una escena y Sarah le replica diciéndole lo meticulosa que es como mujer, que no es mentira, pero está cansada de él. Lo único que le interesa es firmar “Señora de”: garantizarse una posición preponderante en la sociedad conservadora de la que forma parte. Entonces comienza un plan detallado para poder matarlo. Como confía mucho en ella, Sarah le dará comidas y comidas grasientas para hacerlo engordar y que muera por algún problema cardíaco. Lo logra. Pierde a su esposo pero, subraya la narradora al final, puede seguir firmando “Señora de”. 

Más extraño es el caso de “La paridora”, incluso a veces gracioso, pues se trata de una mujer, Elaine, para quien casarse significa obligatoriamente tener hijos. Convertida en la esposa perfecta de Douglas, que realiza los deberes del hogar con pasión y afán, le cuesta al principio quedar embarazada, algo que entristece mucho a los dos. Pero cuando por fin lo logra la locura se desata: tienen el segundo, tercero, cuarto, quinto, sexto, séptimo, octavo… lo que comienza a afectar las cuentas de Douglas, que en un punto no puede sostener el hogar y ambos se ven disminuidos socialmente porque además de no tener dinero nadie soporta visitarlos porque son demasiados niños lloriqueando. Llega un punto en que nacen tantos niños que el cuento parece una historia fantástica. Douglas, enloquecido por la situación, termina destruyendo algunos juguetes de la casa y es internado. Su esposa querrá visitarlo, pero al verlo se da cuenta de que está completamente fuera de sí. 

Muestra la escritora una serie de personajes femeninos que en principio parecen la clásica mujer y al final los empujes de la sociedad y los problemas con los hombres las matan o las llevan al crimen, o, en el caso de “La paridora”, a la ruina. Highsmith lleva aquí los estereotipos al límite para presentar personajes corrompidos y que ni por ser mujeres ni caballeros ni trabajadores ni esposas perfectas son inmaculados. Puede que “La ñoña” sea el cuento que mejor muestra lo que le pasa a los inmaculados. Allí, Sharon cae en una desmoralización terrible porque sus hijas empiezan a tener novios y a vivir con ellos en sus casas sin casarse. Hay que tener en cuenta que el primer libro con estos cuentos, Pequeños cuentos misóginos, salió en los años setenta, entonces todavía se pensaba en el qué dirán. Porque no es el amor lo que mueve a Sharon, es cómo la miran los demás, pues al final del texto sus hijas se alejan felizmente de sus padres, para quienes resulta insoportable verlas.

No hay en los cuentos mencionados ningún intento de Highsmith por justificar sus personajes, no hay activismo, no busca introducir ideas personales, al menos no de manera directa. Lo que estamos leyendo son historias de personajes extremadamente humanos, oscuros, sí, o al menos eso se ve en sus primeras capas, pero también con momentos de luz, que no tienen por eso que salvarse. Raskólnikov, en Crimen y castigo, de un autor importante para Highsmith, hace unas reflexiones complejísimas sobre la humanidad, sobre la extrañeza del pensamiento del hombre; se puede creer que era un sujeto bueno y brillante. Quizás. Eso no le impidió clavarles un hacha a dos mujeres y mirarlas morir, así como Ripley mata inocentemente a Dick o Sarah asesina alevosamente a su marido.

 

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