OPINIÓN

Siempre celebramos el inicio de algo: ¿Por qué?

por María Mercedes y Vladimir Gessen María Mercedes y Vladimir Gessen

 ¡Feliz año 12.025!… Tiempo transcurrido desde el inicio de nuestra civilización como seres conscientes y celebramos la historia compartida

¡Somos una sola civilización!

Desde el inicio de la humanidad todos los seres humanos hemos festejados el inicio de las nuevas etapas con alegría y rituales como si tuviéramos un gen del optimismo en nuestra genética. Desde el nacimiento de un niño hasta el comienzo de algún ciclo, pasando por la inauguración de proyectos, matrimonios y hasta los simples lunes, a todo principio de algo lo consideramos la promesa de un nuevo comienzo. Nuestro instinto colectivo parece estar programado para resaltar esos momentos iniciales. ¿Por qué? ¿Cuáles son las raíces psicológicas, sociales y culturales de este comportamiento universal?

La psicología del nuevo comienzo

Empezar algo representa una oportunidad y nos ofrece la posibilidad de dejar atrás errores del pasado, construir lo nuevo, y proyectar nuestras aspiraciones hacia el futuro. Esta sensación de renovación está conectada con el concepto de la esperanza, un estado emocional que, según las investigaciones psicológicas, desempeña un papel crucial en nuestra capacidad para afrontar adversidades y mantener el bienestar emocional.

Además, toda génesis está vinculada a una motivación íntima. Estudios sobre la psicología del marcador temporal muestran que las fechas significativas -como un primer día del mes o de la semana- tienden a servir como puntos de referencia que fomentan cambios positivos en el comportamiento. Esto explica por qué tantas personas eligen fechas simbólicas para iniciar dietas, proyectos o nuevos hábitos.

El aspecto cultural y social

A nivel colectivo, los inicios también tienen un poderoso simbolismo cultural. Muchas tradiciones y religiones los consideran como momentos sagrados: el Génesis en la Biblia, el bautismo cristiano, la primera bendición del budismo, el Año Nuevo Lunar en las culturas asiáticas, los rituales de iniciación en diversas tribus indígenas, o en todas las culturas: los pininos de un niño. Estos instantes no solo marcan un cambio de etapa, sino que también fortalecen los lazos sociales y refuerzan la identidad colectiva.

En nuestras sociedades modernas, celebramos los comienzos porque ofrecen un sentido de cohesión. Eventos como la inauguración de una escuela o el lanzamiento de un negocio se convierten en puntos de encuentro que consolidan comunidades. Incluso, en ocasiones tan personales como un nacimiento, el acto de compartir la alegría inicial con otros refleja nuestra necesidad congénita de pertenencia y conexión.

Obviamente reconocemos el poder narrativo de la primera vez en todos sus ámbitos. Cada historia tiene un principio, y este es crucial para captar la atención del lector o espectador. En la construcción de relatos, el cómo empezó define el tono, establece el contexto y promete un desarrollo que genera interés. De igual forma, en la vida real, los inicios marcan la promesa de algo que está por venir, una razón por la que los medios suelen dar gran cobertura a eventos inaugurales o simbólicos.

Celebrar para dar sentido

Celebrar un inicio es también una manera de darle sentido al paso del tiempo. En un Universo marcado por la magnificencia y omnipresencia, los ritos de inicio nos permiten estructurar nuestra existencia, dividir la eternidad en fragmentos manejables y significativos. Cada conmemoración de un inicio es, en esencia, un acto de reafirmación de nuestra capacidad para imaginar, planificar y construir un futuro mejor.

Por tanto, el inicio de algo no solo porque representa ilusión, cohesión, significado y la posibilidad de reinvención, es asimismo un recordatorio de que, a pesar de los contratiempos, siempre podemos volver a empezar.

Año Nuevo: emociones, identidad y aspiraciones

La celebración del Año Nuevo, en cualquiera de sus manifestaciones y calendarios, es mucho más que un simple cambio de fecha. Es un fenómeno impresionante que refleja la conexión entre el tiempo y los seres humanos, pues articula las emociones más profundas, fortalece la identidad cultural y proyecta las aspiraciones colectivas hacia un futuro que idealizamos. Es, ante todo el cierre de un ciclo y el inicio de otro, permitiendo que las personas hagan una pausa reflexiva en el ahora vertiginoso flujo del tiempo. En este contexto, emergen emociones como la nostalgia por lo que se deja atrás, y la esperanza por lo que está por venir. La dualidad entre lo vivido y lo anhelado genera un equilibrio emocional único: un momento en el que las personas reconocen sus logros, sus pérdidas y sus deseos. De hecho, en cada caso se siguen rituales de cada comienzo.

 

Además, la idea de «borrón y cuenta nueva» provee una catarsis psicológica. Las promesas, los propósitos y los rituales asociados al Año Nuevo, desde brindar con una copa hasta las “limpiezas” simbólicas, no son simples tradiciones, son mecanismos emocionales para renovar el espíritu, enfrentar el futuro con optimismo y reforzar la resiliencia frente a los desafíos.

Una manifestación de identidad cultural

Si bien el Año Nuevo es una celebración casi universal, su forma y fecha varían enormemente, reflejando las identidades culturales que conforman la humanidad.

En China, el inicio del año lunar está marcado por el Festival de la Primavera, un tiempo de unión familiar y simbolismos asociados a la fortuna. En Irán, el Nowruz coincide con el equinoccio de primavera y representa el renacimiento de la naturaleza. Cada cultura, desde los antiguos egipcios con su calendario solar hasta las comunidades judías y musulmanas con sus cálculos lunares, ha interpretado el tiempo de acuerdo con su cosmovisión. La forma en que celebran el Año Nuevo resguarda tradiciones ancestrales, conectando a las personas con su historia y su identidad. Es una celebración que unifica a la comunidad, recordando que la cultura no es estática, sino un legado vivo.

Un espacio para todos

El Año Nuevo no solo es un evento individual, sino también colectivo. Representa un tiempo en el que las aspiraciones personales convergen con las esperanzas sociales. Las personas, al unísono, formulan deseos de paz, prosperidad y bienestar que trascienden fronteras y diferencias. Este fenómeno tiene un poder unificador: por un instante, la humanidad parece compartir un mismo anhelo de renovación.

En un mundo marcado por desafíos sociales, políticos y climáticos, el Año Nuevo se convierte en un ritual de cohesión. Celebra la unidad en la diversidad y permite que las sociedades proyecten una visión compartida del futuro.

La celebración del Año Nuevo, en todas sus formas y contextos, refleja la esencia misma de lo que significa ser humano: la búsqueda de significado en el tiempo, la necesidad de pertenencia y la aspiración a un futuro mejor. Es un modelo de nuestras emociones individuales, un pilar de nuestra identidad cultural y un escenario para nuestras aspiraciones colectivas.

Los años nuevos

Cada sociedad ha desarrollado, a lo largo de la historia, su propia manera de medir el tiempo. Esto ha dado lugar a distintos calendarios y, por consiguiente, a múltiples celebraciones de lo que cada cultura considera el inicio de un nuevo ciclo. Pero ¿cuántos «Años Nuevos» existen realmente en el mundo?

El Año Nuevo gregoriano fue instaurado por el papa Gregorio XIII en 1582, es el calendario civil más utilizado en el mundo. Su Año Nuevo, celebrado el 1 de enero, es el más ampliamente conocido y festejado, especialmente en Occidente. No obstante, para millones de personas, esta no es la única celebración del Año Nuevo.

El Año Nuevo chino, es un calendario Lunisolar, también conocido como el Festival de la Primavera, varía cada año entre finales de enero y mediados de febrero. Esta celebración milenaria reúne a millones de familias en China y en comunidades asiáticas de todo el mundo y marca no solo un cambio de año, sino un momento de renovación, unión familiar y rituales para atraer la prosperidad.

El Año Nuevo islámico, usa el Calendario Hijri puramente lunar, y su Año Nuevo cae el 1 de Muharram, el primer mes del calendario musulmán. La fecha se desplaza anualmente unos 11 días con respecto al calendario gregoriano. Conocido como Ras as-Sanah al-Hijriyah, es menos festivo y más contemplativo. Para los musulmanes, marca la Hégira, el momento en que el profeta Mahoma emigró de La Meca a Medina.

El Nowruz Persa, o Calendario Solar Hijri es celebrado el 21 de marzo y coincide con el equinoccio de primavera. Se festeja principalmente en Irán, Afganistán, partes de Asia Central y la diáspora persa. Nowruz simboliza la renovación y el renacimiento, en sintonía con la llegada de la primavera. Esta festividad tiene más de 3,000 años de historia.

El Año Nuevo judío es lunisolar, y su Año Nuevo, Rosh Hashaná, se celebra en septiembre u octubre. Es un período de introspección, arrepentimiento y oración, que inicia un ciclo de 10 días culminando en Yom Kipur. Su significado es «cabeza del año», y se festeja con rituales familiares y el toque del shofar, un cuerno que simboliza la llamada a la reflexión espiritual.

El Año Nuevo hindú debido a la diversidad cultural y religiosa en la India, se celebra en varias fechas dependiendo de la región y el calendario seguido. El Ugadi en el sur de la India y el Gudi Padwa en el occidente están basados en el calendario lunisolar hindú, y suelen celebrarse en marzo o abril. Mientras que el Diwali en el Norte de la India, este festival marca el inicio del año financiero y espiritual, cayendo entre octubre y noviembre. Cada región incorpora rituales y tradiciones únicas que reflejan la complejidad del tiempo en la cultura hindú.

El Año Nuevo Budista y Tailandés es el Songkran y se celebra en varios países del sudeste asiático, como Tailandia, Laos, Camboya y Myanmar del 13 al 15 de abril, coincide con el fin de la temporada seca. Este Año Nuevo se caracteriza por la purificación espiritual y física, simbolizada por el agua, que se utiliza en ceremonias religiosas y juegos comunitarios.

El Año Nuevo Etíope o Enkutatash sigue el calendario Ge’ez, un calendario solar que comienza el 11 o 12 de septiembre. Esta fecha coincide con el fin de la temporada de lluvias y es un tiempo de esperanza y gratitud.

El Año Nuevo Celta denominado Samhain es celebrado el 31 de octubre. Es una noche mística en la que se honra a los ancestros y se celebra la transición de la luz a la oscuridad en el ciclo estacional.

El Año Nuevo en el calendario maya y de otras culturas Indígenas, sus descendientes aún lo celebran y están vinculados a ciclos agrícolas o astronómicos. El Inti Raymi de los Incas, en Perú lo celebran el día del solsticio en junio, marcando el renacimiento del Sol. El calendario maya igualmente lo hacía con el Wajxaqib’ B’atz’, un ciclo que conecta el tiempo espiritual y cósmico.

La celebración del Año Nuevo, en todas sus formas, revela cómo cada cultura interpreta y mide el tiempo. Más allá de las diferencias en fechas y rituales, la humanidad comparte una necesidad común: abrir y cerrar ciclos, reflexionar sobre el pasado y proyectar esperanzas hacia el futuro.

Estas múltiples celebraciones son un recordatorio de que el tiempo, aunque medido de manera objetiva, es profundamente subjetivo y cultural. Al celebrar diferentes años nuevos, nos unimos en un propósito universal: renacer, celebrar la vida y reconectar con lo que realmente importa.

El Año Nuevo cristiano

La fecha exacta del nacimiento de Jesús de Nazareth sigue siendo un tema de debate entre historiadores y teólogos, pero tradicionalmente se coloca entre los años 7 a.C. y 4 a.C. El calendario del Imperio Romano en la época del nacimiento de Jesús utilizaba el Calendario Juliano, instaurado por Julio César en el año 46 a.C. Este calendario establecía un año de 365 días, con un año bisiesto cada 4 años para ajustar el desfase solar. Los romanos no numeraban los años como lo hacemos ahora (a.C. o d.C.), ya que el sistema de «antes de Cristo» y «después de Cristo» fue desarrollado siglos más tarde, en el siglo cuarto d.C., por un monje llamado Dionisio el Exiguo. Los años en Roma se contaban desde la fundación de la ciudad de Roma la cual, según la tradición, ocurrió en el año 753 a.C.

Jesús nació durante el reinado del emperador César Augusto, entre el 27 a.C. y el 14 d.C., quién fue el primer emperador de Roma, quien consolidó la Pax Romana, una época de relativa paz y estabilidad “a la fuerza”. Augusto gobernaba un vasto imperio que incluía Judea, una región incorporada al dominio romano como provincia en el año 6 d.C., pero que antes era un reino asociado bajo el gobernante Herodes el Grande. Jesús habría nacido poco antes de la muerte de Herodes el Grande, quien murió en el año 4 a.C. Herodes gobernaba Judea como «rey cliente» de Roma, lo que significa que tenía autonomía local, pero su poder dependía del respaldo del emperador Augusto.

Si tomamos la cronología tradicional romana, el nacimiento de Jesús habría ocurrido alrededor del año 749-750, o en el calendario actual entre el 7 a.C. y el 4 a.C.

Para los cristianos, el 25 de diciembre es reconocido mundialmente como la fecha del nacimiento de Jesús, pero esta elección no proviene de una referencia explícita en los Evangelios ni de una tradición inicial del cristianismo primitivo. Más bien, la designación de esta fecha como el día de la Navidad tiene sus raíces en una combinación de factores religiosos, culturales y políticos que se desarrollaron en el Imperio Romano. Para ellos el 25 de diciembre marcaba la celebración del Natalis Solis Invicti, o el nacimiento del Sol Invicto, una festividad vinculada al culto solar que honraba al Sol como una deidad principal y coincidía con el solsticio de invierno, el momento en que los días comenzaban a alargarse de nuevo, tras la noche más larga del año. Esta fecha simbolizaba el renacimiento de la luz y la victoria sobre la oscuridad, un concepto que resonaba profundamente en muchas culturas de la época.

El cristianismo y la adopción de la fecha

A medida que el cristianismo ganó seguidores en el Imperio Romano, enfrentó el desafío de diferenciarse de las religiones griega y romana y, al mismo tiempo, atraer a los adeptos de estas tradiciones. Aunque los Evangelios no mencionan una fecha para el nacimiento de Jesús, los cristianos comenzaron a asociar su llegada con el simbolismo de la luz y la salvación. Jesús fue identificado como la «luz del mundo» (Juan 8:12), una imagen que encajaba bien con las celebraciones del solsticio de invierno. En el siglo cuarto, tras la conversión del emperador Constantino y la adopción del cristianismo como religión oficial del Imperio, la Iglesia romana, para ese entonces católica, buscó consolidar su influencia integrando festividades cristianas con las prácticas romanas existentes. Fue entonces cuando el 25 de diciembre fue formalmente reconocido como la fecha del nacimiento de Cristo, alineándose con el Natalis Solis Invicti para facilitar la transición religiosa y unificar al imperio bajo una identidad común.

El significado teológico y simbólico

La elección del 25 de diciembre también tuvo un profundo significado teológico. En el pensamiento cristiano, Jesús era visto como el «Sol de Justicia» (Malaquías 4:2), cuya llegada marcaba una nueva era de esperanza y redención. Celebrar su nacimiento en el contexto del solsticio reforzaba esta idea de renovación espiritual y victoria de la luz divina sobre las tinieblas del pecado.

La designación del 25 de diciembre como el día del nacimiento de Jesús no fue una decisión aleatoria, sino una estrategia cuidadosamente considerada que integraba elementos culturales, políticos y teológicos. Al hacerlo, el cristianismo logró no solo consolidar su influencia en el Imperio Romano, sino también dotar de un profundo simbolismo espiritual a una fecha que ya estaba cargada de significado para las sociedades antiguas. Esta síntesis de tradiciones permitió que la Navidad se convirtiera en una de las celebraciones más importantes y perdurables de la historia humana.

Los calendarios

Antes del calendario gregoriano en 1582 cada civilización desarrolló sistemas únicos para medir el tiempo, en función de sus observaciones astronómicas, necesidades agrícolas y tradiciones religiosas. Los calendarios solares, lunares y lunisolares coexistían, reflejando la complejidad y diversidad cultural de la humanidad.

La reforma gregoriana no eliminó otros calendarios ya que muchos continúan vigentes hoy en día, demostrando que la medición del tiempo no solo es una herramienta práctica, sino también una expresión cultural y espiritual profundamente arraigada.

Estos son los calendarios más reconocidos…

El Calendario Hebreo está basado en tradiciones bíblicas y utilizado desde la antigüedad por el pueblo judío. Es lunisolar, una combinación de ciclos lunares y ajustes solares. El año tiene 12 o 13 meses lunares, con un mes adicional, Adar II, insertado con periodicidad para sincronizar con el año solar. Se sigue utilizando en la actualidad para calcular fechas religiosas judías como el Rosh Hashaná (Año Nuevo) y la Pésaj (Pascua).

El Calendario Egipcio fue Desarrollado en el antiguo Egipto, uno de los calendarios más antiguos conocidos. Es Solar y dividía el año en 365 días, con 12 meses de 30 días y 5 días adicionales. Basado en la observación del río Nilo y de la estrella Sirio. No consideraba los años bisiestos, por lo que acumulaba un desfase gradual. Fue el precursor del calendario juliano.

El Calendario Lunar Islámico (Hijri) fue creado en el año 622 d.C. con la Hégira, la emigración de Mahoma de La Meca a Medina. Es Lunar y se basa en 12 meses lunares de aproximadamente 29-30 días, sumando un año de 354 o 355 días. No tiene ajuste solar, por lo que las fechas se desplazan respecto al año gregoriano. Es el calendario oficial en países musulmanes y se utiliza para determinar fechas religiosas como el Ramadán y el Hajj.

El Calendario Chino tiene más de 4,000 años de historia, y fue desarrollado en la antigua China. Es de tipo Lunisolar y combina 12 meses lunares (29-30 días) con ajustes periódicos mediante un mes adicional (años bisiestos) para sincronizarlo con el ciclo solar. Se utiliza para festividades tradicionales como el Año Nuevo Chino y para la agricultura y astrología.

El Calendario Maya fue utilizado por las civilizaciones mesoamericanas, como los mayas, antes de la llegada de los europeos. Es Solar y ritual porque son dos calendarios simultáneos. El Haab, un calendario solar de 365 días dividido en 18 meses de 20 días y un mes adicional de 5 días, y el Tzolk’in, un calendario ritual de 260 días, utilizado para ceremonias religiosas. Esto permitía sincronizar el tiempo en ciclos mayores, con gran precisión astronómica.

El Calendario Hindú se desarrolló en la India y está vinculado con textos védicos y astronómicos. Es Lunisolar. El año se divide en 12 meses lunares, con ajustes solares mediante un mes adicional para mantener la alineación con las estaciones. Aún se emplea en la India para festivales religiosos como el Diwali y el Holi.

Calendario Persa (Zoroastriano y Solar Hijri) fue Desarrollado en Persia (actual Irán), con raíces en el zoroastrismo. Es Solar se fundamenta en la observación precisa del equinoccio de primavera. El año tiene 365 días, con ajustes cada 4 años. Se sigue utilizando en Irán y Afganistán para celebrar el Año Nuevo persa.

El Calendario Juliano (Roma, Europa) fue Introducido por Julio César en el año 46 a.C., es solar y divida el año en 365 días, con un año bisiesto cada 4 años para compensar el desfase con el año solar. Fue el calendario predominante en Europa y en las regiones bajo influencia del Imperio Romano hasta la adopción del calendario gregoriano en 1582. Aún lo utilizan algunas iglesias ortodoxas.

Calendario Gregoriano: Cuando el calendario predominante en Europa era el juliano, su desfase con respecto al año solar llevó a la reforma impulsada por el papa Gregorio XIII en 1582. Así este nuevo calendario corrigió el desfase eliminando 10 días del calendario y ajustando la frecuencia de los años bisiestos.

Cada cultura ha creado su propio calendario y existen innumerables de ellos. El primer calendario fue el Calendario Lunar utilizado por las antiguas sociedades prehistóricas. Se estima que surgió hace aproximadamente 10.000 años, durante la transición del Paleolítico al Neolítico, cuando los primeros agricultores comenzaron a observar los ciclos lunares y las estaciones para planificar la siembra y cosecha. Su origen se estima en las sociedades primitivas en el Creciente Fértil, África y Europa.

El primer calendario registrado fue el Calendario Lunar de las Sociedades Mesopotámicas. Es el primer calendario documentado y fue desarrollado en la antigua Mesopotamia hace aproximadamente 5.000 años alrededor del 3.000 a.C. Los sumerios observaron los ciclos lunares y crearon este calendario lunisolar.

El primer calendario Solar fue el Calendario Egipcio hace aproximadamente 4.500 años, en el Egipto Antiguo.

¿Debería existir un solo calendario?

Hemos visto los calendarios más reconocidos pero existen muchos más. Mencionamos dos: el Calendario de la religión Bahá’í, desde 1844 d.C., sitúa el año actual en 180 de la Era Bahá’í; y el Calendario Budista, desde el siglo III a.C., indica que estamos en el año 2567 de la Era Budista… pero las preguntas claves sones: ¿Cuánto tiempo tiene la historia de la humanidad? ¿Desde cuándo somo seres conscientes?¿Cuántos años de civilización humana han transcurrido?

12.025 años 

En 1993, el geólogo Cesare Emiliani propuso el Calendario Holoceno como una alternativa al actual calendario. Emiliani, un pionero en el estudio en microfósiles para reconstruir la historia climática de la Tierra, sugirió añadir 10.000 años al calendario actual de 2025 años. Así, el año 1 d.C. se convertiría en el año 10.001 del Holoceno (HE). El historiador y filósofo William James Durant quien escribió en 1963 la monumental obra La historia de la humanidad también exhortó que deberíamos contar los años a partir del inicio de la agricultura, situando el comienzo de una era verdaderamente humana alrededor de 10.000 años antes del presente 2025, aproximadamente en el 8000 a.C. Durant destacaba la revolución neolítica como el inicio de la civilización tal como la conocemos, con el establecimiento de asentamientos permanentes y la domesticación de plantas y animales. Concibe un mundo donde los estudiantes aprendieran que estamos en el año 12,025, reconociendo así los milenios de desarrollo humano que nos preceden, y promoviendo una mayor apreciación por la diversidad y los logros de todas las culturas a lo largo de los siglos.

Incluir los 12.025 años de desarrollo de la humanidad consciente sería un acto de justicia histórica. Reconoceríamos la complejidad y la riqueza de nuestra evolución como especie y nos invitaría a mirar hacia el futuro con una comprensión más profunda de nuestro pasado. Para los americanos la historia de la humanidad no comenzó en 1492, ni en ninguna otra fecha. Es una epopeya que se remonta a los albores de la civilización misma, y es hora de que nuestras narrativas reflejen esa verdad.

Aceptar y adaptarnos a un calendario que considere estos 12,025 años de historia no solo reconocería los grandes avances de nuestras civilizaciones precolombinas y otras culturas antiguas, sino que también nos daría una perspectiva más amplia y justa de nuestro recorrido en este planeta. Es una invitación a ampliar nuestra visión, a valorar todo lo que hemos logrado y a encarar el futuro con un sentido renovado de unidad y propósito.

12025: un calendario para la humanidad unificada

El año 12025 está a punto de comenzar, marcando no solo el paso del tiempo, sino también una oportunidad para pensar sobre nuestra historia común como especie. Este conteo no se basa en la llegada de un gobernante o la fundación de una religión, sino en el momento crucial en que los humanos iniciaron el cultivo de la tierra y construyeron asentamientos permanentes. Este calendario nos conecta con nuestras raíces compartidas, recordándonos que, pese a nuestras diferencias culturales, religiosas o políticas, somos una sola humanidad que habita un mismo planeta.

Una historia más allá de los calendarios fragmentados

A lo largo de los siglos, cada imperio, reino o religión ha impuesto su propio calendario, marcando el tiempo según sus propios hitos. Desde el calendario gregoriano, hasta el calendario islámico, judío, chino o hindú, estas divisiones reflejan la diversidad de nuestras tradiciones, pero también han fragmentado nuestra percepción del tiempo y nuestra historia. Cada uno de estos sistemas, aunque valioso en su contexto, tiende a ignorar la larga trayectoria de la humanidad que se extiende por más de doce mil años.

Un nuevo calendario de 12.025 años propone unificar nuestra perspectiva temporal, reconociendo los orígenes de la humanidad moderna. Nos recuerda que antes de las civilizaciones, religiones y fronteras, éramos una especie que aprendía a vivir en armonía con la naturaleza y a construir sociedades. Esta visión nos permite reconocernos como parte de un mismo linaje, descendientes de los primeros agricultores, artesanos y visionarios que sentaron las bases de nuestro mundo actual.

Un llamado a la unidad global

Pensar en el año 12025 como nuestra fecha global no es solo un ajuste técnico, es un acto simbólico que nos invita a trascender las barreras culturales y políticas que nos dividen y procurar una mayor felicidad. Reconocer que compartimos una misma historia nos lleva a entender que también compartimos un mismo destino. La Tierra no es un conjunto de países divididos por fronteras arbitrarias, es nuestro hogar común. Todos somos humanos nacidos en la Tierra, herederos de un pasado compartido y responsables de un futuro que nos une.

En un momento en que los desafíos globales como el cambio climático, las pandemias,  las desigualdades económicas y los acelerados cambios tecnológicos y de formas de vida, exigen una resiliencia y cooperación sin precedentes, adoptar una visión de «humanidad unificada» es más urgente que nunca. Este calendario no solo nos recuerda de dónde venimos, sino que también nos inspira a trabajar todos para construir un futuro sostenible y pacífico.

El año 12025 nos invita a redefinir nuestra identidad colectiva. Más allá de nuestras religiones, naciones o ideologías, somos habitantes de la Tierra, una humanidad que ha recorrido un largo camino desde sus primeros días en las fértiles llanuras del Creciente Fértil. Al mirar hacia el porvenir, este calendario nos ofrece una oportunidad única para honrar nuestro pasado común y comprometernos con un futuro compartido. Es hora de abrazar esta perspectiva y recordar que nuestro verdadero país es la Tierra, y nuestra identidad suprema es la de ser humanos. ¡Feliz año 12025!

Si deseas profundizar sobre el tema o consultarnos, puedes escribirnos a psicologosgessen@hotmail.com. Que la Divina Providencia del Universo nos acompañe a todos, que tengan un feliz Año Nuevo 12025 y que nos traiga a todos luz y esperanza a nuestras vidas.

 

María Mercedes y Vladimir Gessen son psicólogos. Autores de Maestría de la felicidad, Qué cosas y cambios tiene la vida y ¿Quién es el Universo?