Nadie puede acusar sorpresas de la manera como proceden todos los funcionarios, activistas y pioneros de la falsa revolución que viene destruyendo a nuestro país desde 1992. La naturaleza de esos grupos facinerosos es golpista. Atentaron contra la mismísima Constitución Nacional que juraron obedecer, cumplir y hacer cumplir. Hace dos semanas escribí un relato de la forma artera que atacaron la residencia presidencial La Casona, que fue defendida con sobrado coraje por la recién desaparecida Blanquita de Pérez. Los jefes golpistas les ordenaban a los soldados disparar sin miramientos contra las sedes y viviendas donde se encontraran sus objetivos, tal como lo hicieron también contra el Palacio de Miraflores, donde se encontraba el presidente Carlos Andrés Pérez.
Cuando asumieron el poder no cambiaron. Más bien desataron toda su furia dictatorial para embestir contra todo lo que tuvieran por delante. Recuerdo que siendo Antonio Ledezma alcalde del municipio Libertador de Caracas, asumí con gran pasión el plan de rescate de niños en situación de calle. Gracias a la labor de un equipo multidisciplinario fue posible inaugurar varias casas de acogida, la labor se cumplía rigurosamente con base en las normas que expertos en la materia nos recomendaron, entre ellas una adecuada alimentación. No olvidaré aquella mañana de un día cualquiera del mes de abril de 1999, en la que una comisión de diputados que defendían la falsa revolución se presentó en la sede de la Casa Tío Simón, en el centro de Caracas, con la intención de iniciar una investigación para “ver cómo funcionaban esas casas”. Llegaron con ademanes violentos, arrogantes y altaneros, mas una vez que ingresaron al recinto les fue imposible no apreciar el orden que brillaba en el albergue. Pero siempre buscaban algún pretexto para quejarse de que en la casa de los niños se ¡“consumía mucha carne”! De allí surgió la intempestiva interrogante: ¿por qué se gasta tanto en carne? A lo que de inmediato respondí: “Porque esos niños comen igual que las hijas mías”. El ensañamiento era brutal, al colmo de que una de las «grandes medidas” tomadas por Freddy Bernal desde la Alcaldía de Libertador fue robarnos algunos equipos pertenecientes a la Fundación de Acción Social que había logrado abrir un centro de atención a los indigentes bautizado con el nombre de Hermano Lucas Pérez y 5 casas para atender a decenas de criaturas que estaban recuperando sus sonrisas, alegrías e ilusiones.
Por eso nadie debe sentirse sorprendido por la manera cruel como tratan a los ancianos y pensionados. Por la forma despiadada como manejan la situación de los venezolanos que están ahora en la zona fronteriza tratando de regresar a su país. Por el sectarismo con que distribuyen las pocas bombonas de gas que quedan en Venezuela, al igual que los sesgos partidistas odiosos y repudiables a la hora de repartir las cajitas con algunos alimentos.
Así han sido siempre. Arbitrarios. No responden a valores democráticos de solidaridad, ni a principios ciertos de justicia y respeto a los más elementales derechos humanos.
Esa es la tragedia antidemocrática que queremos cambiar cuanto antes. Estoy segura de que todo ese esfuerzo desplegado dará al traste con esta desgracia. No solo por los sacrificios de nuestro pueblo, sino también porque semejantes pecados no tienen perdón de Dios.
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