La más importante de las organizaciones de petróleo del mundo, en su último informe de fecha 12 de agosto, certifica (avala, muestra, afirma, o como quieran llamarle) la cantidad de producto que aportan sus países miembros al mercado internacional. Es decir, a efectos pedagógicos: la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) certifica sus cuotas de producción, mostrando la oferta petrolera del cartel para influir de manera directa en el precio de su producto en los mercados internacionales. Reducir o aumentar esta oferta tiene un poder determinante en el precio de este “commodity” en todo el mundo.
Esta cifra no es como cualquier otra, no es al voleo ni forma parte de los cuadros falsos o piratas a los que nos tiene acostumbrado el régimen venezolano. En ella se evidencia claramente la nula influencia que Venezuela tiene para los mercados mundiales y por ello, en la práctica, en los hechos, en la realidad o como quieran llamarlo, se deja sentado y certificado ante los mercados mundiales que Venezuela dejó de ser una economía petrolera.
En un extraordinario editorial de Analítica.com firmado por José Toro Hardy se hace un recuento histórico de cómo Venezuela, después de ser el primer exportador de petróleo a nivel mundial y fundador de la OPEP, hoy se encuentra en niveles de ruina y descalabro. Cuando esta organización de países fue creada, Venezuela era claramente influyente en los mercados mundiales: su producción constituía 36% de la oferta mundial que este cartel petrolero ofertaba ante el mundo entero. Y por esto, las decisiones que Venezuela tomara unilateralmente sobre su producción podían afectar el precio de la principal fuente de energía de la Tierra. Conclusión: Venezuela ERA un país petrolero y ERA una economía petrolera.
Sin embargo, los números que muestra, publica, avala y certifica la OPEP el pasado 12 de agosto, dan prueba fehaciente de la vergonzosa ruina que significa ser el 1,4% de la producción de petróleo que esta organización le oferta al mundo. En otras palabras, no hace falta buscar un viejo carnet o una resolución con sello y firma de un funcionario para estar claros que la OPEP le dijo al mundo, de manera oficial, que ya no somos un país petrolero.
Frente a la duda de algunos que buscan, con la misma actitud de un fiscal de tránsito de alcabala, un “certificado” de la OPEP, les pregunto: ¿Es un “fake news” que la OPEP verificó que ya no somos un país petrolero? ¿Es falso que la OPEP mostró que dejamos de ser un país influyente en los mercados petroleros? ¿Es falso que las cifras de la OPEP muestran que somos el escandaloso 1% de la producción mundial de crudo? ¿Van a seguir buscando el certificado? Venezuela ha quedado descertificada como economía petrolera. Para los desentendidos, hace rato que ni siquiera la propia OPEP toma en cuenta la información oficial venezolana.
Si continúan con su incredulidad, sugiero que revisen la gráfica que presentó esta semana el periodista Lenin Danieri en la que muestra el hundimiento de la Estación Flotante EF GP 17 en el lago de Maracaibo, una prueba más que avala los datos de la OPEP. La industria petrolera está severamente dañada; levantarla costará muchísimo tiempo y dinero, cosas que hoy los venezolanos no tenemos.
La ruina de la industria petrolera tiene una importancia histórica sin precedentes. No es el quiebre de una empresa más, sino que marca el inicio de una nueva etapa para los venezolanos, con consecuencias sociales, económicas y políticas que tendrán un profundo impacto. Lo que ha sido Venezuela desde 1914 es en gran medida por la influencia del petróleo. Nuestro destino ha estado marcado por su volatilidad y su importancia geopolítica. La sociedad y la economía venezolana son producto de la renta petrolera, incluyendo su clase política y sus maneras de actuar y de pensar.
¿Qué hubiese sido de Juan Vicente Gómez, Medina Angarita, Pérez Jiménez, Betancourt, Caldera, Pérez o de la propia pesadilla chavista sin la renta petrolera? ¿Se hubiese producido la transformación educativa y con ella la movilidad social durante todo el siglo XX? ¿Cuál sería el rostro de los venezolanos sin la migración europea que llegó seducida por la prosperidad petrolera del siglo XX? La respuesta es obvia, de allí el inmenso impacto que tiene la ruina de la industria petrolera sobre el presente y el futuro de Venezuela.
Lo cierto es que, más allá que la búsqueda del “certificado”, ya no contaremos con el petróleo para iniciar el rescate nacional. Hacer un giro total en el modelo económico y político de Venezuela se hace urgente y necesario. Se acabó el populismo y el estatismo. Llegó la hora de ponernos los pantalones largos, hablar con la verdad y abrirnos a una economía libre que pueda atraer la inversión privada nacional e internacional en un escenario de confianza y estabilidad.
La única manera de volver a certificar a Venezuela es con un proceso de privatización a fondo de la industria petrolera, conservando la propiedad de los yacimientos. De no hacerlo, el socialismo primitivo y el populismo (mande quien mande) nos seguirán manteniendo descertificados.