Mucha gente piensa que no vale la pena seguir luchando por la causa democrática de Venezuela y los venezolanos. No pienso así. Mucha gente considera que el único futuro digno y humano que puede tener un venezolano es fuera de su patria. No lo considero así. Mucha gente estima que la hegemonía despótica y depredadora como forma de poder establecido ya no tiene vuelta atrás, y que no importa cómo se llame quien pretenda liderarla, la hegemonía como tal no variará mucho. Tampoco lo estimo así.
Sinceramente, no veo que el panorama de Venezuela se esté aclarando, ni en lo político, económico o social. Al contrario, lo veo oscurecerse porque buena parte de la población que rechaza a Maduro y lo que representa, también ha venido perdiendo la esperanza en un destino diferente al presente, y se siente huérfana de apoyo o liderazgo efectivo. No los culpo, porque les sobran razones al respecto. No obstante, precisamente por todo eso, es que no debemos dejarnos avasallar por el pesimismo, o corroer por el desaliento, sino que debemos acopiar fuerzas, de todos los ámbitos, para resistir.
Fácil no será ni puede serlo. La hegemonía es un enemigo cruel de Venezuela y sus patronos cubanos no tienen ningún tipo de conmiseración de depredar todo lo depredable de nuestro país, para mantenerse a flote en medio del Caribe. No puede haber un examen sustancial de la realidad venezolana, sin tomar en cuenta este factor primordial. Cambiando lo cambiable, sería como el diablo cuyo mayor triunfo contemporáneo es que la gente sofisticada» esté persuadida de que no existe. El diablo se ríe y ello le permite trabajar con el camino abierto.
Y abierto tiene el camino la hegemonía roja si los que pretenden oponerse lo que hacen en seguir el juego del parapeto electoral. ¿Hasta cuándo?, cabe perfectamente la pregunta. Tal parece que hay una relación «simbiótica» entre el poder efectivo y estas fachadas opositoras. Es lamentable que sea así, pero qué otra cosa se puede afirmar después de todo lo que ha pasado, y sigue pasando, porque es más lo mismo o, tal vez, peor de lo mismo.
Pero con todo y todo, sí vale la pena seguir luchando; sí vale la pena no rendirse en el compromiso de reconstruir a Venezuela; si vale la pena entregar todas sus energías para superar el horror que se padece, y empezar una nueva etapa. Sí vale la pena.