Los venezolanos, a pesar de las graves contradicciones y los fuertes enfrentamientos ocurridos entre oficialistas y opositores, así como en el propio seno de ambas corrientes, logramos superar exitosamente el proceso electoral del pasado 21 de noviembre. Ese logro hay que resaltarlo, pues existían fundados temores de que pudiesen ocurrir actos de violencia ante la posibilidad de que los votos de la oposición democrática pudieran ser escamoteados. Voy a tratar de resumir mis percepciones sobre este proceso sin dejarme influir, en lo posible, por mi permanente visión oposicionista. Lo primero que debo resaltar fue la actuación del Consejo Nacional Electoral, calificada como la mejor al compararla con la de ese organismo en todos los procesos anteriores, durante los últimos 20 años. También se debe resaltar la presencia de verdaderos observadores internacionales. Esta particular circunstancia ha revestido de gran importancia a la última contienda electoral porque demostró la posibilidad que tienen los venezolanos de recuperar la fe en el voto popular como la forma más adecuada para promover los cambios y dirimir las crisis políticas. De todas maneras, el informe preliminar de la Misión de la Unión Europea deja en claro las grandes deficiencias que todavía presenta nuestro actual sistema electoral y la gran responsabilidad que tiene Nicolás Maduro y el resto de las instituciones del Estado de corregir esas deficiencias, si es que realmente desean rescatar el respeto y la credibilidad de los venezolanos en nuestro Consejo Nacional Electoral.
Este informe preliminar de los observadores de la Unión Europea señaló un conjunto de aspectos negativos que compromete en gran medida la confianza en cualquier resultado electoral emitido por el Consejo Nacional Electoral. Establece dicho informe que la campaña política previa a las elecciones “estuvo marcada por un uso extendido de recursos del Estado para favorecer al partido de gobierno sin que el Consejo Nacional Electoral (CNE) haya corregido y sancionado esas violaciones”. Igualmente, es inaceptable que en una sociedad democrática, como supuestamente es la venezolana, no se preserve al máximo la independencia del Poder Judicial y se irrespete el Estado de Derecho. Resaltan, como muestra de ese irrespeto, las inhabilitaciones arbitrarias de candidatos por vía administrativa y el despojo de dirigentes de los partidos de oposición del control de sus símbolos y tarjetas. Sin embargo, a pesar de que tan inaceptables arbitrariedades comprometen en mucho la legitimidad de dichas elecciones, la comisión europea reconoce que estos comicios se “implementaron en mejores condiciones si se compara con procesos electorales anteriores”. También mantiene, aunque en mi criterio ese CNE también es ilegítimo, que “el actual CNE es la administración electoral más equilibrada que ha tenido Venezuela en los últimos veinte años”. Pareciera que el gobierno madurista, en búsqueda del reconocimiento internacional y de su ansiada legitimidad, trató de que este proceso electoral fuese percibido como más democrático, justo y equitativo.
La evaluación de estas elecciones obliga a analizar tres elementos fundamentales que de no resolverse tendrán gran importancia en el cercano devenir político venezolano por su influencia en el agravamiento de las tensiones sociales y en un mayor enfrentamiento entre los distintos sectores políticos, así como impedir que se evite la inconveniente abstención, la reprochable división de la oposición y el triunfo del madurismo. Los titulares de prensa señalaron, con claridad, lo ocurrido el domingo pasado: «En las elecciones regionales y municipales solo votaron cuatro de cada diez venezolanos”, es decir, 41,8% del patrón electoral. Dicha abstención ocurrió, tanto en el madurismo como en la oposición, en porcentajes similares, por diferentes causas. La abstención de la oposición fue influida por dos razones: la falta de candidatos unitarios para los diferentes cargos y la inexistencia de una oferta electoral, seria, creíble y convincente para enfrentar la crisis política. En el madurismo la abstención obedeció a diferentes razones: el creciente debilitamiento en la clase media y en los sectores populares de la ilusión revolucionaria debido a la grave crisis económica que se expresa en hambre y desempleo, la flagrante violación de derechos humanos y una insaciable corrupción administrativa. La mejor demostración de esta realidad es la forma en que los líderes opositores vencedores están siendo recibidos en barrios de tradicional tendencia chavista. Eso es verdad, pero a su vez plantea un importante reto para la oposición democrática: encontrar alternativas de solución a la grave crisis económica.
La absurda división opositora durante estas elecciones y el consecuente resultado, sin que hubiese razones de fondo, muestran el riesgo al que nos expone en futuros procesos, incluyendo la próxima elección presidencial, a realizarse en el año 2024, en la cual Nicolás Maduro intentará reelegirse para un tercer período presidencial. De allí que considere de interés reflexionar, profunda y responsablemente, sobre lo ocurrido. Lo primero es entender la estrategia del madurismo: tratar de impedir la polarización entre el Partido Socialista Unido de Venezuela y la oposición democrática, provocando la proliferación y dispersión de candidatos. En este sentido, el presidente del Consejo Nacional Electoral, Pedro Calzadilla, informó que, por el sector opositor, se inscribieron 70.244 aspirantes para optar a los 3.082 cargos de elección popular que se disputaron en los comicios regionales y municipales del 21 de noviembre de 2021, de los cuales 329 se postularon para gobernadores, 4.462 para alcaldes, y 65.453 para diputados en las Asambleas Legislativas estadales y en los Concejos Municipales. Es decir, un promedio de 23 candidatos por cada cargo, que en el caso de los gobernadores promedia unos 14 aspirantes por estado, en el de las alcaldías 13 por municipio, y 24 aspirantes para cada cargo de diputado en los órganos legislativos regionales y municipales. Como se puede inferir, ante tan exorbitante número de aspirantes, es imposible concentrar el voto en alguno de los candidatos para poder garantizar el triunfo.
La ausencia de respuesta a la estrategia divisionista del madurismo, convirtió el triunfo oficialista en una realidad. La pregunta que tenemos que hacernos es la siguiente: ¿Insistirá el liderazgo opositor, en las próximas elecciones presidenciales, en cometer el mismo error o, por el contrario, optará por la escogencia, con suficiente tiempo y mediante una negociación seria y deslastrada de egos e intereses personalistas, entre todos los factores políticos, económicos y sociales de Venezuela, para establecer el sistema que se aplicará para la selección de nuestro candidato presidencial? Estoy convencido, y así lo recomiendo, de que optará por aplicar la trascendente e inteligente respuesta a la segunda pregunta, siguiendo el consejo de Albert Einstein con el cual titulé este artículo: “Si quieres resultados diferentes, no hagas siempre lo mismo”. De allí que proponga, como la mejor alternativa para resolver tan delicado asunto, la organización, con suficiente tiempo, de elecciones primarias entre todos los aspirantes a tan alto honor, en medio de condiciones realmente justas y equitativas que le den al resultado suficiente legitimidad y reconocimiento nacional e internacional. En tal sentido, me parece plausible la reciente propuesta de María Corina Machado, similar a la que he expuesto, para la escogencia del liderazgo nacional. Finalmente, sin pretender erigirme en rector de tal iniciativa, creo acertado proponer a la Alianza Nacional Constituyente Originaria (ANCO) como árbitro electoral para hacer realidad esta propuesta.