Si la estupefacción general acompañó la revelación de la presencia de la propaganda totalitarista en el corazón de Penn State University¹, o peor, si ello encontró una generalizada indiferencia más allá de países como Cuba, Nicaragua o Venezuela, y del camino de los miles de titulares que en las redes sociales transita aquella miríada de veloces miradas sin la disposición para traspasar los estrechos límites de lo anecdótico, entonces el principal problema de esta sociedad global, la crisis de la cultura democrática, se aproxima peligrosamente al extremo de lo desesperado, aun cuando el daño (auto)infligido no es todavía irremediable.
No es casual, verbigracia, que Mao y sus adeptos del Partido Comunista Chino, tanto los más recalcitrantes como los infaltables oportunistas, decidiesen llamar Revolución Cultural al tsunami de violencia y crímenes «diluyentes» del pensamiento crítico, del cuestionamiento, de la sistemática búsqueda de verdades, de la libre creación y de todo lo que impulsa ese desarrollo que Amartya Sen concibió precisamente como libertad en cuanto suma de efectivas capacidades para el hacer², entendido este a su vez como la construcción del propio proyecto de vida sin sujeción alguna, con el que del modo más ruin extremaron ellos su dominación so pretexto de purgar los valores «burgueses» a los que atribuyeron el estrepitoso fracaso de aquel otro atentado contra la razón, el Gran Salto Adelante, que entre 1959 y 1962, si se incluyen los meses posteriores a su cese oficial, se cobró decenas de millones de vidas humanas a consecuencia de la colosal hambruna que provocó el reemplazo de la moderna lógica industrial por la idea de un sistema de producción en los «patios traseros» dentro de una estructura colectivista, un Estado comunal, en la que la supresión de la propiedad privada alcanzó cada faceta de las dimensiones individual y grupal.
En todo caso, en la década dominada por esa revolución, el término «cultura» fue a un tiempo el velo propagandístico con el que se intentó ocultarle al mundo una rampante opresión y el eje de la «normalización» del pensamiento de varias generaciones de niños y jóvenes en el que, en conjunto, se tradujeron la masificación de odios y de miedos, la destrucción del sistema educativo, la persecución de la intelectualidad y las otras medidas que redujeron de manera sustantiva las mencionadas capacidades de desarrollo en aquella China. Y con el mismo propósito, aunque de muchas otras maneras, fue utilizado antes y ha sido empleado desde entonces en diversos lugares.
Encubierto a menudo por ese ubicuo y convenientemente mutable aparato de propaganda, la marcha del totalitarismo desde los grises albores del siglo XX ha dejado una longuísima estela de posverdades que, a su vez, le han ido dando forma a una suerte de «contracontracultura» que no frena la oposición a aspectos de la vida social con la que se alimenta el deseo de cambio del statu quo para expandir las fronteras de la libertad, sino que de inadvertido modo usurpa las banderas reivindicativas, las pervierte y empuja hacia procesos involutivos, que devienen en esclavitud, a ejércitos de luchadores no siempre «bienintencionados», a juzgar por la propagación de las llamas del resentimiento que han convertido a grupos minoritarios o a grandes mayorías en cómplices de persecuciones, o hasta en —perseguidos— perseguidores de otros grupos, en el marco de una mal entendida reivindicación de derechos fundamentales o de la falsa coincidencia de sus intereses con los de opresores no considerados por ellos como tales en virtud de esto.
Un buen ejemplo de lo segundo lo constituye el apoyo del movimiento Black Lives Matter a la dictadura castrista que sus líderes manifestaron, ante la opinión pública mundial, a poco de iniciar este régimen la patente y brutal represión de las pacíficas protestas ciudadanas que comenzaron el 11 de julio de 2021 a causa del agobio acumulado por años de cruenta dominación; un respaldo contra el que de inmediato se alzaron diversas voces que, aparte de recordar la naturaleza totalitaria del castrismo y su extenso historial de violaciones de derechos humanos, llamaron la atención sobre el racismo sistémico que ha prevalecido en Cuba desde el ascenso de Fidel Castro al poder³, con lo cual, y en esto se ve cuán enorme puede llegar a ser la nocividad de aquella cultura del falseamiento, se comprueba que las apariencias de las posverdades forjadas por la propaganda del totalitarismo son también capaces de transformar en enemigos a perseguidos por las mismas razones al dejarlos incapacitados para reconocerse como conjunto.
De lo primero, por su parte, es tal vez uno de los más claros ejemplos la conversión del grueso de la sociedad alemana, que se identificó como homogéneo grupo bajo el hechizo de la idea de la volksgemeinschaft, en implacable verdugo de las «minorías» en las que quedaron segregados judíos, gitanos, homosexuales y otros alemanes excluidos por «indeseables» de aquella «comunidad popular» erróneamente convencida de su cuasidivina unión en el altar del nacionalsocialismo como resultado de su «superioridad» racial, de la «pureza» de su sangre, y luego despedazada por tal monstruo en su hora de mayor vulnerabilidad. Hecho este, sin el que no se podría explicar por completo el masivo exterminio que hizo necesaria la contrucción de una gigantesca maquinaria en cuya operación y mantenimiento participaron miles, si no millones de colaboradores, incluyendo militares, policías, arquitectos, ingenieros, obreros de distintas clases, médicos, enfermeros, administradores, «científicos», entre otros, del que da cuenta y razón un valiosísimo testimonio, el del periodista austriaco de origen rumano Moriz Scheyer⁴, que por azar o por fuerzas más allá de la comprensión humana no se perdió en el mar de la ajena cortedad.
Lo cierto es que ninguna lucha escapa ahora al tóxico influjo de esa seudodemocrática cultura con la que no se busca sacar del abismo de los fracasos de la humanidad a las víctimas de la exclusión, de los prejuicios y de los más variados géneros de injusticia para después conducirlas con el resto de la sociedad a mayores alturas, sino arrojar a semejante sima de maltratos a esta parte menos desfavorecida de ella a fin de facilitar el avance de un sistema al que de por sí le han venido allanando el camino el inexcusable descuido de los demócratas del mundo y las abyectas complicidades de quienes, como todos los demás, serán aplastados por el totalitarismo del siglo XXI si con su ayuda este logra extender y consolidar su imperio.
En efecto, la cultura que falsea para usurpar luchas que consigue así desviar de sus propósitos, lo hace también para granjearse el respaldo de «aliados» de gran utilidad pero de los que pueda deshacerse tan pronto dejen de serlo, como los empresarios que, verbigracia, hoy se aproximan genuflexos y con la frente rozando el suelo al régimen chavista con fe en su «supervivencia», al margen del destino de sus conciudadanos, por efecto de la que se les presenta pletórica de supuestas posibilidades emancipadoras, del después que ha mantenido por años en una invariable lejanía, cuando el sistema que esta encubre es en realidad el óbice que los separa de todas las formas de libertad.
Lo anterior deja pocas dudas sobre la índole de lo que amenaza la precaria hegemonía de la democracia y, por tanto, de la guerra contra ese mal que los más estamos obligados a ganar para evitarle al mundo del cercano mañana su entrada a una larga noche.
Sí, tanto el mayor problema de la contemporaneidad como su solución constituyen un asunto cultural. Y si esto es en sí mismo una obviedad, se trata sin duda de una en extremo escurridiza.
Notas
¹ Una frase del dictador cubano Fidel Castro, quien se cuenta entre los principales violadores de derechos humanos del siglo XX, fue hasta el 17 de julio de 2021 uno de los mensajes utilizados en esa universidad para la promoción de tales derechos en el contexto de la misma desinformación, respecto a la naturaleza del nefasto régimen castrista, con la que, según lo reseñado a la sazón por distintos medios, se toparon los estudiantes que elevaron a sus autoridades la solicitud a la que llevó la campaña iniciada días antes por uno de ellos, el venezolano Erik Suárez, para la eliminación de la frase en cuestión de un muro del Paul Robeson Cultural Center.
² SEN, Amartya. Desarrollo y libertad. Trad. de Esther RABASCO y Luis TOHARIA. Barcelona (España), Planeta, 2000. Documento.
³ ADAMS, Char. Black Lives Matter faces backlash for statement on Cuba protest. En: NBC News [en línea]. New York, NBC Universal, 16 de julio de 2021 [consultado el 21 de julio de 2021]. Disponible en https://www.nbcnews.com/news/rcna1438
⁴ SCHEYER, Moriz. Un superviviente. Trad. de Begoña LLOVET. Madrid, Siruela, 2016. El Ojo del Tiempo, 95.
@MiguelCardozoM
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