Es inaceptable la noción de que Venezuela ya no podrá salir nunca de la tragedia que padece en lo político, económico y social. Que se trata de una realidad irreversible que seguirá destruyendo al país.
No compro eso. Comparto la convicción del padre Virtuoso, recién fallecido: «Venezuela es un país que tiene futuro». Vale decir, un futuro muy distinto al presente, que sea fuente de libertad y justicia.
Sigue teniendo Venezuela un potencial importante en recursos humanos y materiales. Mucha gente capacitada que se ve forzada a la emigración podrían hacer mucho bien en una etapa de cambios.
Lo que se quiere saber es cómo llegar a esa etapa, lo que supone, de manera inexorable, la superación de la hegemonía despótica y depredadora.
La premisa es esa: Maduro y los suyos son la gran barrera para el futuro. Si eso se entiende claramente, sería factible modificar las estrategias fallidas de gran parte de la oposición política, y concentrar los esfuerzos en darle cauce político al inmenso rechazo popular que suscita la hegemonía.
Todo lo cual en los amplios parámetros que consagra y exige la Constitución formalmente vigente, para la recuperación de los derechos de los venezolanos.
Sí hay caminos. Difíciles, sin duda. Pero no imposibles de recorrer con una voluntad comprometida con el futuro digno y humano de nuestra nación.