OPINIÓN

Si el verano es dilatado

por Sergio Foghin Sergio Foghin

La vegetación es pasto de las llamas durante la temporada de sequía o verano. (Fotografía: SF. Onoto, estado Anzoátegui, febrero 2006)

Finaliza el mes de enero de 2024 y, como es habitual para esta época del año, las imágenes satelitales muestran gran parte del territorio nacional sin precipitaciones de importancia. Sobre bosques y sabanas empiezan a elevarse penachos de humo, producto de los incendios de vegetación y la calina opaca el aire de nuestras ciudades. Las estadísticas climatológicas de muchas localidades venezolanas -valiosa herencia del siglo pasado-, muestran que enero y febrero son los meses de menores montos pluviométricos medios: es la estación seca, la cual se extiende, con variaciones regionales, de diciembre hasta abril o mayo.

Desde la época de la Colonia, en Venezuela la estación seca se conoce popularmente como verano, ello debido a que los conquistadores procedían de regiones de la España mediterránea, donde las lluvias son escasas durante el verano astronómico, caracterizado por las medias térmicas más altas del año. Correlativamente, en las tierras colonizadas la voz invierno pasó a referirse a la temporada lluviosa. Entre otras fuentes de la época colonial, el término verano referido a los meses de la temporada seca aparece en la obra de José de Oviedo y Baños, publicada en 1723. El cronista señala que la población de Carora fue refundada “en unas sabanas de temperamento cálido y muy sano, pero faltas de agua, porque el río Morere (…) suele flaquear algunas veces, llegándose a secar del todo, si el verano es dilatado” [1]. De tal procedencia, la expresión que encabeza estas líneas también dio título a uno de los primeros poemarios (1968) del bardo caroreño Luis Alberto Crespo Meléndez, obra en la que se evoca la aridez larense.

Ya en la esfera académica, autorizados geógrafos como Pablo Vila (1881-1980), han considerado inadecuado el empleo de las voces verano e invierno en sentido pluviométrico [2], mientras que el meteorólogo Antonio Goldbrunner (1914-2005) aceptó ambos términos, incorporándolos a su clasificación climática adaptada al territorio nacional [3]. Por otra parte, en lo tocante a la literatura venezolana, entre otros autores la voz verano es frecuente en la narrativa de Rómulo Gallegos, usada, por ejemplo, en su admirable descripción de las condiciones ambientales típicas de la culminación de la estación seca en los Llanos. En Doña Bárbara (Candelas y retoños) se lee: «El verano empezaba a despedirse con el canto de las chicharras entre los chaparrales resecos, amarilleaban los pastos hasta perderse de vista y bajo el sol ardoroso se rajaban como fauces sedientas las terroneras de los esteros. La atmósfera, saturada del humo de las quemas que comenzaban a propagarse por las sabanas, se inmovilizaba en calmas sofocantes durante días enteros». Luego, en la novela Cantaclaro, las condiciones de un prolongado verano llanero dan origen al magistral capítulo titulado Las humaredas: «Aquellas humaredas que hacía días se deslizaban sobre la llanura, ya se volvían tan densas que era casi imposible orientarse por entre ellas (…) Ya era tiempo sobrado de que hubiesen comenzado las lluvias y aún reinaba una sequía tan rigurosa como nadie la recordaba semejante».

Con la mayor probabilidad, este capítulo se inspiró en la crónica del hidrometeorólogo Ernesto Sifontes (1881-1959): «En el año 1926 (…) se verificó en todo el país el grandioso fenómeno de ‘la humareda’, especie de niebla seca que todo lo cubrió, del Norte al Sur y del Este al Oeste. Las regiones bajas de menos de cien metros de altitud estuvieron envueltas por densos vapores desde el mes de marzo hasta el fin de mayo; y era tal la intensidad del fenómeno que el Sol no era visible sino a la manera de una enorme bola roja» [4].

Como muchos otros, aquel verano de 1926 estuvo signado por las anomalías térmicas del océano Pacífico ecuatorial, que configuran el fenómeno de El Niño y alteran las condiciones atmosféricas en gran parte del globo. En Venezuela, estos prolongados veranos asociados a El Niño se han presentado en numerosas ocasiones, entre las más recientes durante los años 2009-2010 y 2016, episodios que han dado lugar a severas sequías, con las consabidas secuelas que incluyen, entre otras, incendios forestales, acusado estiaje de los cursos de agua, descensos importantes de los niveles en los reservorios de agua y aumento de algunas enfermedades respiratorias, debido a la presencia de partículas alergénicas en el aire.

El origen meteorológico de esas sequías, por lo general se encuentra en la presencia de extensos vórtices anticiclónicos, es decir, zonas de alta presión atmosférica que se extienden horizontalmente por miles de kilómetros y pueden alcanzar varios miles de metros de altura. Bajo estos anticiclones, el aire tiende a descender lentamente, lo cual genera la compresión y consecuente calentamiento de las capas de aire inferiores, situación que determina la ausencia de nubosidad de suficiente desarrollo vertical como para generar precipitaciones significativas. Al mismo tiempo, en superficie los procesos de evaporación se intensifican notablemente. Esas son, en líneas generales, las condiciones actuales.

Imagen del satélite meteorológico GOES E, del día 27 de enero de 2024, a las 16 HLV [5], en la longitud de onda del vapor de agua (6,19 µm). La imagen evidencia aire muy seco en los niveles troposféricos medios y altos, situación que afecta prácticamente a todo el territorio venezolano (color gris), al igual que al Atlántico tropical, el mar Caribe y otras extensas regiones del hemisferio occidental. Sobre la cuenca amazónica, en cambio, las áreas azules y los núcleos rosados, representan cobertura nubosa capaz de producir algunas precipitaciones (Fuente: NASA)

Desde finales de 2023, los organismos meteorológicos internacionales han advertido acerca de la intensificación del fenómeno de El Niño y de su posible actividad durante los primeros meses de 2024, lo que indica la urgencia de implementar y reforzar las medidas preventivas, con el propósito de mitigar los impactos sobre el medio ambiente, a la vez que de programar actividades tendientes a la concienciación de la población sobre estos riesgos, en particular al estudiantado de todos los niveles educativos, a fin de minimizar los efectos negativos, si el verano es dilatado.


[1] Historia de la conquista y población de la provincia de Venezuela. Caracas: Biblioteca Ayacucho. 2004, p. 360.

[2] Geografía de Venezuela T1. Caracas: Ministerio de Educación. 1960, p. 180.

[3] El clima de Venezuela y su clasificación. Caracas/Maracay: Instituto Universitario Pedagógico de Caracas/Servicio de Meteorología y Comunicaciones de la Fuerza Aérea Venezolana. 1976.

[4] Venezuela meteorológica. Caracas: Empresa El Cojo, 1929.

[5] Hora Legal Venezolana: UTC-4.

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