En una de las primeras escenas de She-Hulk: Attorney at Law de Disney+, Jennifer Walters (Tatiana Maslay) intenta hacerse a la idea de sus recién adquiridos poderes. Con la piel verde y más de dos metros de altura, intenta seguir los insistentes consejos de Bruce Banner (Mark Ruffalo) sobre el primordial problema con el que debe lidiar. “La rabia” dice Bruce con aire filosófico. “Debes aprender a controlar la rabia como puedas y siempre que puedas”, insiste mientras Jennifer intenta decir algo, solo para que su célebre primo la interrumpa una y otra vez. “Lo principal que debes hacer, es mantener al margen cualquier emoción que pueda alterarte”.
“¡Esa es casi mi profesión!” explica entonces Jennifer. “¿Aguantar la rabia? ¡Es lo que hace toda mujer cada día!” explica y lo hace, con un tono que pretende ser irónico. “Cuando te dicen piropos, cuando alguien con mínima experiencia te intenta explicar tu trabajo”, insiste. “No hay nada que una mujer haga mejor que aguantar la rabia”. Por supuesto, se trata de un golpe de efecto. O intenta serlo.
Marvel, acusado a menudo de mostrar personajes femeninos carentes de tridimensionalidad, parece encontrar en Jennifer la respuesta a su dilema. Después de todo, se trata de una chica corriente en los treinta, que gran sentido de la ironía, que se ríe de sí misma y además, es una superhéroe. Una que está dispuesta a vivir una vida normal — lo que sea que eso signifique — en mitad de la debacle que significa haber adquirido una serie de capacidades que difícilmente puede controlar.
Pero no todo es tan sencillo. En especial, cuando She-Hulk: Attorney at Law no encuentra la fórmula correcta para sostener un equilibrio entre la sátira y la parodia. Mucho menos, el insistente comentario acerca de la mujer y sus penurias, que intenta incluir de manera forzada y con deliberada intención de polémica. El programa, que sin duda, es el mejor intento de Marvel de analizar a las mujeres más allá de compañeras, criaturas idealizadas, intereses románticos o víctimas de desastres mayores que apuntalan su fortaleza, recorre un camino complicado.
Jennifer Walters es una figura llena de buena intención. Una osada versión de un tipo de superhéroe que no quiere serlo, que va de un lado a otro a través de su corriente — y eso hace un irritante énfasis el programa — vida de ciudadana de un mundo poblado de lo extraordinario. Pero ni el carisma — indudable — de Maslay o los comentarios cargados de sátira burlona de la guionista Jessica Gao, logran superar un punto esencial. Marvel no está creando una mujer que se comprende a sí misma a través de un conjunto de capacidades especiales. En realidad, atraviesa el camino contrario y el resultado es, al menos, deficiente.
Porque She-Hulk: Attorney at Law no es la historia de Jennifer, abogada, con un crédito estudiantil por pagar y una vida con la que debe lidiar como puede. En realidad, lo realmente importante en medio de la premisa, es que a lo que está destinada. El conocido efecto de La casa de las Ideas del anuncio de un futuro intrigante y peculiar, de nuevo en su peor enemigo. Jennifer Walters, que en el cómic rompe esquemas — y la cuarta pared, cosa que también hace en la multipantalla — llega al live action como una versión deslucida del original.
Y no porque Marvel no intente con ahínco que quede claro que esta es una mujer contemporánea destinada a romper barreras y esquemas. Una chica de personalidad que patea traseros, que por ahora, quiere un buen trabajo. Pero que a la vez, lidia con la eventualidad de la superfuerza, agilidad y un saludable tono esmeralda en la piel. Jennifer Walters está aquí y tiene la misión de reconstruir a Marvel, de dar la lección que una de las franquicias más valiosas de la actualidad, tiene espacio para lo irreverente.
No obstante, She-Hulk: Attorney at Law no logra su objetivo. No importa el innecesario subrayado de los elementos que el guion quiere resaltar, los chistes trillados que pierden impacto, las imágenes habituales de las comedias de ocasión. El problema es más profundo y tiene relación con el hecho que Marvel, en realidad, no quiere crear un personaje que se sostenga por sus propios errores y matices. ¿Necesitaba Jennifer una larga secuencia de entrenamiento junto a un Hulk melancólico? ¿O la inevitable escena de la soltera en sus treinta junto a su familia, para recibir comentarios críticos sobre su empleo?
She-Hulk: Attorney at Law, sin nada que decir y mucho menos, profundizar
Con toda seguridad, es la primera vez que Marvel admite que sus mujeres son criaturas cristalizadas en lo asombroso. Desde Black Widow, que Josh Whedon convirtió en una mártir de la Casa Roja y Cate Shortland en un recuerdo. O María Hill, estatuaria y silenciosa, una mano derecha útil y estereotipada que aparece sin mayor trascendencia. Incluso, la recién reivindicada Jane Foster, que de víctima propiciatoria, pasó a una mujer con una historia realista a cuestas. Cada mujer en Marvel — incluso las portentosas de Wakanda y Asgard — lleva a cuestas el destino de ser inalcanzable. O consolar al héroe de turno. O inspirarle grandes hazañas, aconsejar en voz baja. Tomar manos para reconfortar. O demostrar su capacidad física superior. La inteligencia que la hace única.
Pero ¿qué ocurre más allá de esos límites? La Sylvie Laufeydottir de Sophia Di Martino en Loki casi lo logró. La variante femenina del dios de la mentira y el engaño, resultó ser un maquiavélico juego de matices. Una rara combinación de fortaleza, peleas a puño limpio e incluso, una simple cabezada somnolienta después de años de escapar de un lado a otro. Y a la vez, un espíritu frágil que cayó en la muy humana debilidad del amor en medio de una batalla cósmica y multidimensional. Pero al final, Marvel necesitaba a una heroína, no a una criatura de carne y hueso cuya responsabilidad le sostenía y le hería. Y la decisión, fue inevitable. El personaje de cuidadosas capas, que tomó la decisión de inmolarse en busca de su esquiva y pendenciera versión masculina, terminó por cumplir un propósito glorioso. Y demostrar, otra vez, que La casa de las Ideas, no tiene mucho interés en mujeres con sentimientos. Con dolores, con preocupaciones y penurias.
Podría decirse, por supuesto, lo mismo de sus héroes. Pero en ese caso, habría que ignorar a Steve Rogers, que maduró con sufrimiento y buena voluntad, en medio de la debacle de Infinity Wars. O a Tony Stark, convertido en una figura trágica gracias a un arco redentor prácticamente perfecto. O al mismísimo Hulk, que de odiar al “otro tipo”, concilio la idea de sus dos naturalezas con amabilidad y cierta resignación casi pacífica. ¿Veremos a Sharon Carter encarnar a una villana con aristas, pura decepción y frustración? ¿O a una Yelena Belova atravesar el duelo más allá de una figura portentosa destinada a convertirse en la nueva líder femenina de un equipo de superhéroes?
La nueva serie de Marvel es una comedia. Una, además, con un aire feminista y decidido a tener personalidad propia. Pero el hecho de tener una heroína, no hace que el comentario político — de tenerlo, que no es el caso — sea relevante. Y ese es justo el problema de un programa, creado para construir una versión sobre lo superheróico que intenta parecer renovadora, sin serlo. Peor aún, cuando su intención de construir una nueva visión sobre Marvel falla porque su incapacidad de unir las piezas de una premisa más audaz que no logra desarrollar del todo.
Jennifer Walters es graciosa, es elocuente en su mensaje, pero es también, una figura estática que flota en un nuevo estereotipo. La “chica de al lado”, tan popular en los años ochenta del cine y la televisión norteamericana, llegó al género de superhéroes. Y su paso es torpe, artificial, sin mucho qué decir. Quizás, el mayor problema en una heroína cuyo objetivo es enviar un mensaje.